Buenos días, mis queridos amigos, familiares, lectores, ignotos y desconocidos internautas…
Han alcanzado mis oídos rumorosos ecos que susurran sugerentes la invitación al verso por encima de la conserva en salmuera de pensamientos egregios. Antes de ofenderme sobremanera por tamaña desvergüenza, provocada por la cercanía no kilométrica de quienes osan insinuarme qué debo decir, voy a remitirme al profundo y por ende sencillo pensamiento de un hombre de bien, egregio poeta, a quien ya he alabado públicamente en varias ocasiones, por poeta, por comprensible, por original y por cántabro. Me refiero, naturalmente, a José Hierro, que nos da una opinión difícilmente rebatible, al menos desde (y bajo, y sobre, y junto a, y cerca de, y por, y…) mi punto de vista:
«La poesía se escribe cuando ella quiere» (José Hierro).
Esta afirmación no puede ser menos que veraz. Pero, ¿es que la poesía es un ser vivo, con voluntad de existir o no existir? Pues, de alguna manera, sí. Porque para que haya poesía quien la hace, quien la escribe, quien se aproxima nanomilimétricamente al más ínfimo estrato molecular del calcañar de alguien como José Hierro, tiene que dejar que ella (la poesía) fluya. Porque si no, lo que va escribir, decir, crear, no es poesía, sino, en el mejor de los casos, prosa recortada, y en el peor, boñiga.
Como soy yo, y yo soy egocéntrico y egolátrico y considero mi experiencia como la más importante de las experiencias que haya tenido jamás, no puedo menos que afirmar la veracidad de esta frase-cita de don José. Si he escrito poesía, mejor, si alguna ocasión lo que he escrito ha alcanzado la categoría de poesía, no ha sido por mi voluntad, sino porque de mí, de la conjunción de mis sentimientos, mis emociones, mi pensamiento, mis escasos conocimientos, mi supuesta habilidad y mi tiempo, de todo eso, ha fluido un texto que puede reconocerse como poético. Si no, ¿de qué? Y esto, esta conjunción de tantos y tan complejos elementos (sentimiento, emoción, pensamiento, conocimiento, habilidad y tiempo) sucede pocas veces, por mucho que mi voluntad (y menos las voluntades ajenas) pretenda conjurarla mediante fierabrases o abracadabras. Las contadas ocasiones en las que esta conjunción se ha dado fueron precedidas de importantes vuelcos existenciales. Y no estoy para ir dando vuelcos cada veinte minutos.
Sólo un elemento más puede forzar, a veces, una combinación de varios elementos que acaban dando como fruto no tanto la «poesía», sino, simplemente, un pequeño «poemilla»: ese elemento se llama necesidad, y surge normalmente cuando, al preparar las agenditas de las que me hago cargo desde hace años, no encuentro un texto adecuado que acompañe la celebración de días señalados, como el Día internacional de la libertad de prensa o, como el caso del post anterior a este (25 de noviembre), el Día internacional para la erradicación de la violencia contra la mujer. Pero dudo mucho que a estos minitextos se les pueda llamar propiamente poesía. Francamente.
Así que retomo y suscribo la frase-cita de don José: «La poesía se escribe cuando ella quiere».
Comentarios
El poeta puede creer que escribe poesía, si él así la ha sentido, a pesar de que el lector la considere basura. Pero, ¿qué pasa cuándo el lector siente que lee poesía, aunque el autor no la haya parido como tal?
"La poesía se escribe cuando ella quiere" pero no llega a todos del mismo modo. ¡Viva la diferencia!
La palabra de verificación es "couch" que me recuerda al divan del psicoanalista, no sé bien si para ti o para tus lectores.
Besitos, Ana.
Por cierto, la palabra clave es bilerre, que erre. Mira que cuasualidad.