Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2011

Un pensamiento de Georges Sand

Hola, corazones. Mientras me duchaba esta mañana, con mi gel nuevo, de una conocida marca cosmética que tiene como santo y seña la suavidad de la piel (es cierto: mi suavidad se ha concentrado casi por completo en mi piel y ha abandonado mi dulce carácter: ahora soy más suave al tacto pero más borde, ríspide y arisco al roce…), leí que el gel en cuestión tiene «agentes refrescantes». Deformado como estoy por las series de televisión que plasman el trabajo de diversos equipos, todos mixtos, de investigación criminal y forense, evoqué a las agentes especiales (y los agentes especiales) de las diversas agencias estadounidenses (FBI, NCIS, CSI…) que aparecen en las series, y comencé a pensar en ellas (y ellos). Pronto llegué a la conclusión de que son tan guapos (y guapas), están tan buenas (y buenos), que, más que refrescar, calientan (eso sí, pensar en ellas o en ellos te puede hacer derivar en un fresco o una fresca, un frescales o una frescachona, incluso un fresquiviriviri…). Y a cont

Un pensamiento de Eugene O'Neill

Hola, corazones. Cada vez que me pongo un sombrero, elegante prenda a la que me estoy aficionando hasta la obsesión convulsiva, alguien con espíritu caritativo, adulador o empíricamente objetivo, no lo sé aún muy bien, me dice que me sienta estupendamente, que me favorecen los sombreros y que debería llevarlos más a menudo (como no me los ponga para ducharme, poco me queda por hacer…). Esto me satisface y me avergüenza a partes iguales, y por el mismo motivo. En lo que se refiere a mi ego, soy como el asno de Buridano: en la misma medida en que los elogios me agradan porque esponjan mi autoconfianza, mi ego se infla y la vanidad me posee. Y no sé a qué carta quedarme. Definitivamente, soy un asno. Con sombrero. Elegante. Resultón. ¿Atractivo? Pero un asno. El de Buridano. «El amor nunca tiene razones, y la falta de amor tampoco. Todo son milagros» (Eugene O’Neill). El amor es un milagro. ¿El desamor también? ¡Ay, Eugenio , qué poco te entiendo! Paso por aquello de que el amor no tiene

Un pensamiento de Mark Twain

Hola, corazones. ¿Habéis visto alguna vez a una mujer pintándose la raya del ojo mientras conduce? Es un clásico, como el hombre que aprovecha la parada del semáforo para ir haciéndose el nudo de la corbata o abrocharse los gemelos. Podemos pensar que es gente que aprovecha hasta el último momento en la cama y luego, claro, va con prisas y tiene que hacer las cosas a toda marcha. Quizá. O acaso es que cada vez vamos con más prisas para todo y permitimos que los demás puedan ser testigos de más detalles propios de la privacidad. Si la gente se maquilla o se atusa la corbata, ¿por qué no hacerse las uñas en el autobús? No en todas las líneas, de acuerdo, sólo en aquellas más «populares», las que se dirigen a barrios que hasta hace poco han sido periféricos o del perímetro extrarradial (en el Barrio de Salamanca, ¡ni pensarlo, por Dios!). No es infrecuente en autobuses así oír un «chip, chip, chip» que de repente uno identifica con el chasquido del cortaúñas cuando está cumpliendo con el

Un pensamiento de Gilbert Keith Chesterton

Hola, corazones. Llegaron ya los Reyes, fueron tres: Melchor , Gaspar y el negro Baltasar . Y tuvieron que trabajar a destajo, con el paro que hay, como nunca curraron los pobres para sacar al mejor precio tanta ilusión almacenada como había. En estos días se habla mucho de familia, te cantan aquello de vuelve a tu hogar y todo el mundo se reúne, con mayor o menor éxito y empatía, con sus familiares. Además, se conmemora y celebra la Sagrada Familia , reunión y comunión de personas alcanzadas de pleno por la divinidad. Y celebran misas en defensa de la familia, y a los que las celebran unos los llaman carcas y otros exagerados, y ellos se defienden diciendo que familia es una cosa y no otra, y los otros dicen que todo es familia, y así andamos, a la gresca con la familia. Por eso, quizá, hay que volver a mirar a la familia, a la nuestra, a la que tenemos más próxima, y también a las otras, pero con otros ojos. Ojos que contemplen, quizá, lo que nos recomienda Gilbert Keith Chesterton