Hola, corazones.
¿Habéis visto alguna vez a una mujer pintándose la raya del ojo mientras conduce? Es un clásico, como el hombre que aprovecha la parada del semáforo para ir haciéndose el nudo de la corbata o abrocharse los gemelos. Podemos pensar que es gente que aprovecha hasta el último momento en la cama y luego, claro, va con prisas y tiene que hacer las cosas a toda marcha. Quizá. O acaso es que cada vez vamos con más prisas para todo y permitimos que los demás puedan ser testigos de más detalles propios de la privacidad. Si la gente se maquilla o se atusa la corbata, ¿por qué no hacerse las uñas en el autobús? No en todas las líneas, de acuerdo, sólo en aquellas más «populares», las que se dirigen a barrios que hasta hace poco han sido periféricos o del perímetro extrarradial (en el Barrio de Salamanca, ¡ni pensarlo, por Dios!). No es infrecuente en autobuses así oír un «chip, chip, chip» que de repente uno identifica con el chasquido del cortaúñas cuando está cumpliendo con el cometido para el que ha sido frabricado.
Esta mañana, sin ir más lejos, un olor fácilmente identificable, el del quitaesmaltes, me ha devuelto a mi infancia, a aquellos momentos embriagadores (debe de ser por el efecto casi narcotizante de los componentes del quitaesmaltes Cutex, que es la única marca que puedo identificar para ese producto) en los que yo me sentaba al lado de mi madre mientras ella se hacía la manicura. Claro que enseguida me he dado cuenta de que no estaba en mi casa, sino en el autobús, camino del trabajo (¡y casi me paso de parada!), y que quien estaba a mi lado con el quitaesmaltes y el algodón (y los pies en el asiento de enfrente...) no era mi madre, sino una de esas personas que ha decidido no tener privacidad en su higiene personal ni ningún respeto por el resto de las personas que viajan con ella en el autobús. En fin.
Y después de esto, ¿qué pensamiento os propongo, queridos? Vamos a ver qué nos dice un hombre que está de moda, o de centenario:
«Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas» (Mark Twain).
Hombre, pues mira, sí. Si las costumbres ajenas son hacerse las uñas en el autobús, escribir pintadas en las fachadas y puertas ajenas, orinar en las esquinas, colarse en las ordenadas alineaciones de gente que espera ser atendida en una taquilla..., suma y sigue, quizá tengamos que dar toda la razón a nuestro irreverente amigos Marcos Tuain (¿o se dice Tuein?). Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas, máxime cuando las costumbres ajenas son muestra de la mala educación también ajena. ¿Y cuál es la mala educación? ¿Cómo se detecta? ¿Por aquello que le molesta a uno? ¡No! Realmente, a mí no me han molestado en absoluto los efluvios del quitaesmaltes en el autobús, aunque su utilización en ese lugar me resulte extraño; al contrario, me he sentido retrotraído a momentos mágicos y especiales de la infancia, he vivido evocadoras sensaciones que me han permitido sentirme a gusto. Y sin embargo, creo que es de mala educación hacerse las uñas en el autobús. Por lo que supone de falta de atención a uno mismo, de falta de respeto a la propia privacidad, de falta de cuidado por lo que se está haciendo (con los banzazos que pega el autobús, ¡no me quiero ni imaginar cómo le habrán quedado las uñas a la buena señora!), y por desconsideración hacia las personas que están alrededor.
¿Cómo se detecta la mala educación, pues? Seguramente hay muchas personas más preparadas que yo para contestar a esta pregunta, pero se me ocurre que la desconsideración hacia el entorno y hacia las personas está en la base, o es una de las causas de la mala educación. Claro, que también la persona que ve la acción tiene que tener un mínimo de consideración hacia las circunstancias que hacen que una persona actúe de una determinada manera. Por ejemplo, quizá la mujer del quitaesmaltes en el autobús no sea una maleducada por hacerse las uñas en el autobús, puede que no haya tenido tiempo porque ha tenido que atender asuntos más urgentes relacionados con su familia, por ejemplo; ¡pero lo de plantificar los pies en el asiento de enfrente!
Estoy quisquillos hoy, mejor lo dejo. Hasta la vista, amigos. Y, como decía Super Ratón, ¡no olviden mineralizarse y supervitaminarse!
¿Habéis visto alguna vez a una mujer pintándose la raya del ojo mientras conduce? Es un clásico, como el hombre que aprovecha la parada del semáforo para ir haciéndose el nudo de la corbata o abrocharse los gemelos. Podemos pensar que es gente que aprovecha hasta el último momento en la cama y luego, claro, va con prisas y tiene que hacer las cosas a toda marcha. Quizá. O acaso es que cada vez vamos con más prisas para todo y permitimos que los demás puedan ser testigos de más detalles propios de la privacidad. Si la gente se maquilla o se atusa la corbata, ¿por qué no hacerse las uñas en el autobús? No en todas las líneas, de acuerdo, sólo en aquellas más «populares», las que se dirigen a barrios que hasta hace poco han sido periféricos o del perímetro extrarradial (en el Barrio de Salamanca, ¡ni pensarlo, por Dios!). No es infrecuente en autobuses así oír un «chip, chip, chip» que de repente uno identifica con el chasquido del cortaúñas cuando está cumpliendo con el cometido para el que ha sido frabricado.
Esta mañana, sin ir más lejos, un olor fácilmente identificable, el del quitaesmaltes, me ha devuelto a mi infancia, a aquellos momentos embriagadores (debe de ser por el efecto casi narcotizante de los componentes del quitaesmaltes Cutex, que es la única marca que puedo identificar para ese producto) en los que yo me sentaba al lado de mi madre mientras ella se hacía la manicura. Claro que enseguida me he dado cuenta de que no estaba en mi casa, sino en el autobús, camino del trabajo (¡y casi me paso de parada!), y que quien estaba a mi lado con el quitaesmaltes y el algodón (y los pies en el asiento de enfrente...) no era mi madre, sino una de esas personas que ha decidido no tener privacidad en su higiene personal ni ningún respeto por el resto de las personas que viajan con ella en el autobús. En fin.
Y después de esto, ¿qué pensamiento os propongo, queridos? Vamos a ver qué nos dice un hombre que está de moda, o de centenario:
«Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas» (Mark Twain).
Hombre, pues mira, sí. Si las costumbres ajenas son hacerse las uñas en el autobús, escribir pintadas en las fachadas y puertas ajenas, orinar en las esquinas, colarse en las ordenadas alineaciones de gente que espera ser atendida en una taquilla..., suma y sigue, quizá tengamos que dar toda la razón a nuestro irreverente amigos Marcos Tuain (¿o se dice Tuein?). Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas, máxime cuando las costumbres ajenas son muestra de la mala educación también ajena. ¿Y cuál es la mala educación? ¿Cómo se detecta? ¿Por aquello que le molesta a uno? ¡No! Realmente, a mí no me han molestado en absoluto los efluvios del quitaesmaltes en el autobús, aunque su utilización en ese lugar me resulte extraño; al contrario, me he sentido retrotraído a momentos mágicos y especiales de la infancia, he vivido evocadoras sensaciones que me han permitido sentirme a gusto. Y sin embargo, creo que es de mala educación hacerse las uñas en el autobús. Por lo que supone de falta de atención a uno mismo, de falta de respeto a la propia privacidad, de falta de cuidado por lo que se está haciendo (con los banzazos que pega el autobús, ¡no me quiero ni imaginar cómo le habrán quedado las uñas a la buena señora!), y por desconsideración hacia las personas que están alrededor.
¿Cómo se detecta la mala educación, pues? Seguramente hay muchas personas más preparadas que yo para contestar a esta pregunta, pero se me ocurre que la desconsideración hacia el entorno y hacia las personas está en la base, o es una de las causas de la mala educación. Claro, que también la persona que ve la acción tiene que tener un mínimo de consideración hacia las circunstancias que hacen que una persona actúe de una determinada manera. Por ejemplo, quizá la mujer del quitaesmaltes en el autobús no sea una maleducada por hacerse las uñas en el autobús, puede que no haya tenido tiempo porque ha tenido que atender asuntos más urgentes relacionados con su familia, por ejemplo; ¡pero lo de plantificar los pies en el asiento de enfrente!
Estoy quisquillos hoy, mejor lo dejo. Hasta la vista, amigos. Y, como decía Super Ratón, ¡no olviden mineralizarse y supervitaminarse!
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