Buenos días, queridos amigos.
Cuando oigo hablar de sabiduría oriental, la mayor parte de las veces me salen algo parecido a sarpullidos, pero no visibles, sino en el interior íntimo de mi misma mismidad anímico-espiritual. Porque, vamos a ver, ¿dónde encuentro yo, más simple y soso que un folio en blanco, algo de sabiduría en frases como «la rana croa en el estanque y las luciérnagas zumban en primavera»? Quizá la haya, no lo discuto, pero no alcanzo a comprender el asunto. Ni siquiera cuando me entregado al ejercicio literario del sudoku, digo, del haiku, me han salido frases incomprensibles, sino simplemente versos, más o menos monos (eso lo diréis vosotros: buscad “poema” en las etiquetas del blog y acabaréis encontrando los haikus, entre otras cosas), pero perfectamente asumibles por la fría llaneza del castellano medio o del extremeño estándar, por poner sólo dos ejemplos. Pero esta vez he encontrado una de esas frases que sí que tienen comprensibilidad. Y es que, claro, no es lo mismo hablar de Toshiro Mahatagakashi, un suponer, que de Confucio.
«Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes» (Confucio).
Pues claro, hijo, yo es que no sé a qué estás esperando. ¡Muévete de una vez! No puedo sustraerme a este tipo de comentario al escuchar la frase-cita de este sapientísimo señor. Porque tiene mucha, pero mucha razón, creo yo. Si uno sabe lo que tiene que hacer, es lógico que lo haga, y que, si no lo hace, sólo logre empeorar su situación (presuponiendo, claro, que el sujeto agente tenga algún tipo de conciencia interior que le haga sentirse mal cuando no hace lo que tiene que hacer). Pero hay mucha gente, mucha, que no siente nada cuando no hace lo que tiene que hacer. O que, incluso sabiendo que su situación moral es peor que antes de saber qué debía hacer, sigue sin hacerlo, porque, en el fondo, su situación moral le importa una micra de comino en polvo en comparación con su situación económica, o política, por ejemplo.
¿Adónde estás yendo? A que esta acertadísima frase-cita de este sapientísimo señor oriental sólo vale para situaciones de sinceridad absoluta para con uno mismo y para con los demás, para el supuesto de la honestidad moral y de la integridad personal en estado puro. Es un ideal, vamos.
Por otro lado, y no vamos a entrar en ello, no está tan claro que sepamos qué tenemos que hacer en cada momento, ni siquiera que sólo haya, siempre, una única cosa que hacer que sea correcta, adecuada, idónea.
Pareciera que pretendo dejar en agua de borrajas el pensamiento de Confucio (esta fras-cita concreta). Nada más lejos de mi intención. Sólo pongo el dedo en la duda de que seamos capaces –sea capaz– de alcanzar ese estado de consciencia y de pureza mental y espiritual para aplicarme la frase con rigor y obrar en consecuencia.
Más me recuerda este pensamiento a una expresión que mi memoria familiar guarda en un recuerdo asociado a mi abuela materna, que en un tono apremiante y divertido al tiempo me decía: «¡Vamos!», como quien dice: «¡Espabila!». ¿Será eso, en el fondo, lo que quiso decir Kung-Fu-Tse?
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un abrazo desde alemania