Hoy he tenido en el autobús una de esas sensaciones a caballo entre el recuerdo y el «esto ya me ha ocurrido», que los franceses llaman dejavú (sí, ya sé que no se escribe así, pero suspendí el francés, con él siempre me he atragantado). En el asiento contiguo al que yo he ocupado viajaba una señora, absorta en su lectura, cuyo rostro era el mismo retrato de mi abuela. El moño gris recogido y las gafas hacían su parte, pero el rostro era idéntico, incluso la misma expresión, más bien adusta. Y me he puesto a pensar en los recuerdos, esas evocaciones que hacemos de la gente con la que hemos convivido y de las circunstancias pasadas, que de repente, sin saber por qué, reflotan, y lo hacen siempre con diferente intensidad, tamizadas por nuevas experiencias, por nuevos recuerdos, por nuevas personas.
Y en esas estaba, tan profundo, cuando el autobús ha llegado a destino y yo a mi puesto. Y el tiempo ha vuelto a apremiarme, que vuelvo a estar con las agendas, para el dos mil once (¿por qué, si lo pronunciamos todo junto, lo escribimos separado, y no como no suena: dosmilonce?). Así que me quedo con la frase que hoy mismo envía Proverbia.net, frase-cita que, por cierto, tiene una interpretación clarísima leída con la prensa diaria. Dice así:
«Toda reforma fue en un tiempo simple opinión particular» (Ralph Waldo Emerson).
Vamos, que a mí, a bote pronto y de primeras, me viene a la cabeza un montón de personajes de esos que llaman públicos teniendo opiniones (cuando no ocurrencias) particulares y proponiéndoselas a su equipo de asesores (léase partido) para que le den el envoltorio adecuado de reforma, y si además es imprescindible y urgente, mejor que mejor.
Pero ni tengo ganas de meterme en política más de lo que ya he hecho, ni creo que Ralfualdo se refiera únicamente a las reformas que emprenden los gobernadores, los gobernantes y los gobiernistas. Están, por ejemplo, las reformas en el hogar (voy a cambiar el baño, me gustaría poner aquí la encimera, quizá deberíamos tirar ese tabique, mejor ponemos el dormitorio en la otra ala de la casa…). Será eso, claro. Que cuando yo emprenda la reforma de mi hogar será porque antes de reforma ha sido opinión, parecer. Tranquilos, no os asustéis, para acometer la reforma que pienso me faltan unos años y unos miles de euros para poder acometerla, así que de momento no es más que una idea, una utopía o una opinión.
Punto para Ralfualdo.
¿Y las reformas morales? ¿De conducta? ¿De hábitos? ¿Son también una cuestión que nace de la opinión personal?, ¿de un dictamen o juicio formado de algo cuestionable (RAE dixit)? Así que, cuando yo me digo a mí mismo para mis adentros, hablando con mi yo mas íntimo e interior en las profundidades abisales de mis entrañas: «Alvarito, tienes que dejar de hacer esto, o tienes que procurar hacer tal cosa de esta manera», lo que estoy haciendo es opinar sobre un comportamiento, un hábito o una conducta cuestionable y, por tanto, modificable, reformable.
Vaya, punto para Ralfualdo.
Lo que tendremos que vigilar o comprobar es que la opinión que se convierte en reforma sea de verdad propuesto, proyectado o ejecutado como innovación o mejora (RAE dixit) o mejor aún (ego dico), que sea de verdad, en esencia, una innovación y (no o) una mejora real y efectiva.
[¡Ojo!: Alvarito es un apelativo cariñoso que me dirijo yo a mí mismo, no se lo acepto a cualquiera...]
Comentarios
Un saludo