Hola, corazones.
Ayer cuando llegué a mi casa y guardé en el armario la corbata y la camisa que me acababa de comprar, tuve una especie de pálpito relacionado con la ropa. Esta misma semana, al sacar por fin los pantalones de verano del altillo y probármelos, había tenido más o menos la misma sensación. Veréis, creo que las prendas son capaces de comunicarse entre ellas, y de alguna manera también con nosotros, sus dueños o portadores. Si no, ¿cómo se explica que, tras medio año guardaditos en una caja, más de la mitad de los pantalones hayan decidido a la vez reducir la cintura y, encima, decírmelo, todos, el mismo día? Considero una grosería y una auténtica revuelta por su parte, que ha acabado con muchos de ellos en el contenedor. ¿Por qué cada vez que una nueva camisa entra en el armario, las otras comienzan a gritar pugnando por su espacio, quejándose de que se arrugan, y arrugándose de mala manera para manifestar su disgusto por tener que cederle su sitio a «la nueva, esa advenediza con ínfulas de favorita»? ¿Y las corbatas? Resulta que la semana pasada me regalaron una corbata, verde, muy mona, con logotipitos de Aldeas Infantiles. Y ayer me compré otra, de un color casi naranja fuego, para la próxima boda que tengo (mi norma es una corbata cada dos bodas, aproximadamente). Pues cuando voy a colgarla en su sitio, me encuentro con que la verde, la de Aldeas, ha sido despreciada y humillada por las otras, y ha acabado arrojada al suelo del armario, de donde la recogí hecha casi un ovillo, como una cenicienta maltratada por sus orondas hermanastras, que le decían: «¡Fuera de aquí!, nosotras somos de Hackett, Valentino, Nina Ricci, Adolfo Domínguez, Roberto Verino… ¿No pretenderás compararte a nosotras?». Unas brujas, eso es lo que son. Definitivamente, la ropa vive, y creo que tengo un problema con ella. ¿Será que hay superpoblación en mi ropero? ¿O que necesito un armario más grande? Lo pensaré.
Nada de lo que he contado tiene que ver con la frase-cita que os propongo para hoy, y que casi tampoco voy a comentar, que el tiempo apremia desde que estoy con las agendas. De ahí que haya escogido un pensamiento de esos que sólo te permiten decir «¿Eh?» y seguir adelante, como si no hubieras entendido nada pero no importase. Ved, si no:
«En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven» (Nicolás de Maquiavelo).
Ciertamente, juzgamos más por los ojos que por la inteligencia, y no sólo en el caso de que nos crucemos en la calle con una bella mujer de torneadas piernas y túrgidos pechos caminando con donosura hacia nosotros, o de que tengamos ante nosotros una corbata a rayas verdes, lilas y amarillas con ositos azules y prefiramos rápidamente escoger una más «discreta», como la naranja fuego que me llevé yo ayer. Juzgamos por los ojos muchas cosas, porque nos encanta juzgar, decidir (sobre todo si no va con nosotros: ese tío está como una chota, mira qué cosas hace, ¿has visto qué pintas lleva esa?...). Y ciertamente muchas veces no comprendemos lo que vemos.
Esto pasa mucho, por ejemplo, con el arte. Vemos un esqueleto de 24 metros de largo tirado en el suelo, con la nariz tipo Pinocho y una varita dorada en una mano, y juzgamos rápidamente, sin comprenderlo, qué pinta eso en la puerta de un museo, aunque sea de arte contemporáneo. Es que es un museo de arte contemporáneo, tonto, y es un artista importantísimo, bobo. ¡Ah! Qué genial. O qué mamarrachada. En cualquier caso, en ambos, hemos juzgado por lo que hemos visto, o por lo que nos han dicho que tenemos que juzgar, pero no porque hayamos comprendido de la misa la media ni del esqueleto el omoplato. Es sólo un ejemplo tomado de la prensa de hoy mismo, que nos muestra un museo de arte contemporáneo en Roma.
En fin, que me parece que estoy de acuerdo con Nico cuando dice que juzgamos con los ojos porque o aunque no comprendemos lo que vemos. En lo que no estoy de acuerdo es en que todos vemos, pues hay gente que no ve. No sólo los ciegos. Porque si no comprendes lo que ves, de alguna manera no estás viendo, sólo estás reproduciendo una imagen en una pantalla de tu cerebro, sólo estás siendo un espejo. Para ver, para ver de verdad, hay que comprender.
Y dicho esto, sólo me queda volver a decir la frase de Nico y darle la primera respuesta que se me ha ocurrido cuando la he leído: «En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven». «¿Eh?».
Ayer cuando llegué a mi casa y guardé en el armario la corbata y la camisa que me acababa de comprar, tuve una especie de pálpito relacionado con la ropa. Esta misma semana, al sacar por fin los pantalones de verano del altillo y probármelos, había tenido más o menos la misma sensación. Veréis, creo que las prendas son capaces de comunicarse entre ellas, y de alguna manera también con nosotros, sus dueños o portadores. Si no, ¿cómo se explica que, tras medio año guardaditos en una caja, más de la mitad de los pantalones hayan decidido a la vez reducir la cintura y, encima, decírmelo, todos, el mismo día? Considero una grosería y una auténtica revuelta por su parte, que ha acabado con muchos de ellos en el contenedor. ¿Por qué cada vez que una nueva camisa entra en el armario, las otras comienzan a gritar pugnando por su espacio, quejándose de que se arrugan, y arrugándose de mala manera para manifestar su disgusto por tener que cederle su sitio a «la nueva, esa advenediza con ínfulas de favorita»? ¿Y las corbatas? Resulta que la semana pasada me regalaron una corbata, verde, muy mona, con logotipitos de Aldeas Infantiles. Y ayer me compré otra, de un color casi naranja fuego, para la próxima boda que tengo (mi norma es una corbata cada dos bodas, aproximadamente). Pues cuando voy a colgarla en su sitio, me encuentro con que la verde, la de Aldeas, ha sido despreciada y humillada por las otras, y ha acabado arrojada al suelo del armario, de donde la recogí hecha casi un ovillo, como una cenicienta maltratada por sus orondas hermanastras, que le decían: «¡Fuera de aquí!, nosotras somos de Hackett, Valentino, Nina Ricci, Adolfo Domínguez, Roberto Verino… ¿No pretenderás compararte a nosotras?». Unas brujas, eso es lo que son. Definitivamente, la ropa vive, y creo que tengo un problema con ella. ¿Será que hay superpoblación en mi ropero? ¿O que necesito un armario más grande? Lo pensaré.
Nada de lo que he contado tiene que ver con la frase-cita que os propongo para hoy, y que casi tampoco voy a comentar, que el tiempo apremia desde que estoy con las agendas. De ahí que haya escogido un pensamiento de esos que sólo te permiten decir «¿Eh?» y seguir adelante, como si no hubieras entendido nada pero no importase. Ved, si no:
«En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven» (Nicolás de Maquiavelo).
Ciertamente, juzgamos más por los ojos que por la inteligencia, y no sólo en el caso de que nos crucemos en la calle con una bella mujer de torneadas piernas y túrgidos pechos caminando con donosura hacia nosotros, o de que tengamos ante nosotros una corbata a rayas verdes, lilas y amarillas con ositos azules y prefiramos rápidamente escoger una más «discreta», como la naranja fuego que me llevé yo ayer. Juzgamos por los ojos muchas cosas, porque nos encanta juzgar, decidir (sobre todo si no va con nosotros: ese tío está como una chota, mira qué cosas hace, ¿has visto qué pintas lleva esa?...). Y ciertamente muchas veces no comprendemos lo que vemos.
Esto pasa mucho, por ejemplo, con el arte. Vemos un esqueleto de 24 metros de largo tirado en el suelo, con la nariz tipo Pinocho y una varita dorada en una mano, y juzgamos rápidamente, sin comprenderlo, qué pinta eso en la puerta de un museo, aunque sea de arte contemporáneo. Es que es un museo de arte contemporáneo, tonto, y es un artista importantísimo, bobo. ¡Ah! Qué genial. O qué mamarrachada. En cualquier caso, en ambos, hemos juzgado por lo que hemos visto, o por lo que nos han dicho que tenemos que juzgar, pero no porque hayamos comprendido de la misa la media ni del esqueleto el omoplato. Es sólo un ejemplo tomado de la prensa de hoy mismo, que nos muestra un museo de arte contemporáneo en Roma.
En fin, que me parece que estoy de acuerdo con Nico cuando dice que juzgamos con los ojos porque o aunque no comprendemos lo que vemos. En lo que no estoy de acuerdo es en que todos vemos, pues hay gente que no ve. No sólo los ciegos. Porque si no comprendes lo que ves, de alguna manera no estás viendo, sólo estás reproduciendo una imagen en una pantalla de tu cerebro, sólo estás siendo un espejo. Para ver, para ver de verdad, hay que comprender.
Y dicho esto, sólo me queda volver a decir la frase de Nico y darle la primera respuesta que se me ha ocurrido cuando la he leído: «En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven». «¿Eh?».
Comentarios