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Un pensamiento de Mario Vargas Llosa

Hola, corazones.

Me gusta la gente que cuando recibe la noticia de que se le ha concedido un premio, muestra su alegría, su sorpresa y su satisfacción por partes iguales, sin ese extraño temor a que te critiquen, sin ese esnobismo de intelectual progre o simplemente rarito que ha motivado que muchos otros hayan aceptado el premio profiriendo previamente alguna grosera boutade. Olé, pues, por Mario Vargas Llosa, que exulta. Con los Nobel me suele ocurrir, además, que mis vírgenes oídos en el vasto territorio de la literatura mundial jamás hayan oído pronunciar el nombre del ganador (Hertas, Jelineks, Koetzees o como se llamen han sido para mí absolutamente ajenos), o que, incluso habiendo leído alguna excelente obra del premiado, su persona me caiga redonda, gorda o rematadamente mal (si digo sus nombres, alguno me crucificará, pero si son excelentes La colmena o La balsa de piedra, por ejemplo, no lo son tanto los gases de cuerpo y mente que en ocasiones sus autores han desprendido…). Vamos, que me alegro por Mario Vargas Llosa, que ya tiene calles en varias ciudades españolas, y me alegro por la tía Julia, por Pantaleón, por…
¿Y por qué no dedicarle a él nuestro pensamiento semanal? ¡Venga!

«Sólo un idiota puede ser totalmente feliz» (Mario Vargas Llosa).

Lo primero que piensa uno al leer esta afirmación es que don Mario se ha puesto muy drástico, melodramático, epigramático y ático (se me va la vena donmendiana, perdonadme). Pero mira que decir que sólo un idiota puede ser feliz, que la felicidad sólo corresponde o favorece con su toque de varita de hada mágica a los idiotas es algo muy drástico. ¡Alto, un momento! Don Mario no ha dicho eso. No puedes modificar su frase-cita a tu antojo, majo. Si eliminas una palabra, cambias el mensaje radicalmente. No es lo mismo decir que sólo un idiota puede ser feliz, lo que te lleva a un catastrofismo, a un nihilismo, a una filosofía de la absurdidad, que decir que sólo un idiota puede ser totalmente (en negrita) feliz. Ese totalmente es crucial.

Totalmente feliz. ¿Se puede ser totalmente feliz? ¿Sí? ¿No? ¿Depende? Veamos. Si yo me siento totalmente feliz, es porque en algún momento he sentido una felicidad menor, relativa, digamos, con la que comparar mi situación actual de felicidad, absoluta. Pero, ¿no habrá entonces una posible felicidad mayor aún que la presente, que considero ya total, absoluta? ¡Qué tristeza haber alcanzado ya esa felicidad total y/o absoluta! ¿Hacia qué meta dirigiré mis pasos si ya he alcanzado la felicidad absoluta? Entiendo la felicidad como un estado pasajero, efímero, no eterno, y cuantificable en la medida en que se puede comparar con otros estados en los que la felicidad es mayor, menor o diferente.

Está, además, la cuestión de si la felicidad que experimento, y que experimento como absoluta, lo es sólo para mí o ha de serlo también para las personas que están a mi alrededor, y de cuya felicidad, de una u otra manera, depende la mía. Porque, ¿se puede ser absolutamente feliz cuando a tu alrededor hay infelicidad a raudales, o simplemente un cúmulo de pequeñas felicidades relativas o no absolutas?

Quien piensa que es feliz absolutamente, totalmente feliz –entiendo yo que es lo que don Mario quiere decirnos–, es un idiota. Un idiota que no entiende la felicidad más que como algo relacionado consigo mismo, un idiota que no mide la felicidad más que desde su propia posición, su particular punto de vista y su limitado punto de observación. Un idiota que no es más que el que sólo se atiende a sí mismo, el Narciso, el egoísta, el idólatra, el egocentrista, el individualista, el yoísta…

Tiene razón don Mario: sólo un idiota puede ser totalmente feliz. Porque, además, la felicidad es un don, un bien, que crece cuando se comparte, y un idiota sólo mira por sí mismo, nunca pensaría en que tiene que compartir su felicidad, que es suya y le ha costado un huevo y parte del otro conseguir… No queridos, no seamos idiotas, y compartamos nuestras pequeñas o grandes felicidades, y pronto, muy pronto, nuestra felicidad crecerá.

Recibid todos besos, abrazos, sonrisas, muestras de cariño de esas que dejan el corazón y el alma [esa que Antonio Damasio llama una mera «ilusión cerebral»] henchidos de felicidad.

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