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Un pensamiento de Thomas Jefferson

Hola, corazones.

El tiempo apremia, pues debo hacer un montón de cosas antes de que, dentro de un ratito, suene el teléfono y me recojan a la puerta de casa (hay días especiales, en los que uno tiene privilegios, aun cuando esos privilegios no sean más que una modificación de la rutina). Quiero decir con esto que las circunstancias me obligan a la brevedad. Como me obliga también la frase-cita (y me ha venido como anillo al dedo o sandalia al pie) que, seguramente no por casualidad, pues hasta la casualidad tiene una explicación si uno quiere aceptarla, me envió ayer mismo, premonitoriamente, Proverbia.net. Dice así:

No hay talento más valioso que el de no usar dos palabras cuando basta una (Thomas Jefferson).

Perdonad que no use las comillas francesas (¿son las francesas?, siempre me hago un lío con los nombres de las comillas), pero estoy en el portátil, y como no soy ducho en Santísima Informática Trinitaria, no sé cómo ponerlas (y las comillas "voladas" me espantan).

Dicho esto, poco tengo que añadir a la frase de don Tomás Yéferson (influencias de haber visto escrito ayer Stacy a la manera cubano-hispánica: Esteisi) Ciertamente, y ya lo dijo antes con su gracejo y su certeza don Baltasar, que llevaba siempre la gracia puesta, cuando dijo que lo bueno, si breve, dos veces bueno, por citar sólo una de las múltiples frase-citas, adagios, consejas, moralejas, refranes, etc., que se refieren a la virtud de la concisión y la brevedad.

Pero a veces, mi querido Tomás, es necesario usar dos palabras, no para expresar lo mismo (en esencia, tonto, tonto del culo y tonto del haba, por ejemplo, dicen lo mismo, pero siempre hay matices y cirunstancias que nos hacen elegir más de una palabra para expresar la misma idea), sino para expresarlo de una manera más bonita, divertida, ilustrada, entretenida, adornada. Porque si siguiéramos su (de usted, don Tomás), por otra parte sabio consejo al pie de la letra, acabaríamos expresándonos como el cine futurista o de ciencia ficción ha presentado muchas veces a las máquinas: hablando de forma casi monosilábica, entrecortada, sin expresión, sin vida y telegráficamente. Comenzaríamos (como, por otra parte, ya se hace en ciertos anuncios publicitarios que dicen eso de "Plaza Toros Ventas", o "Bolsa Kilo Manzanas"), por comernos las preposiciones, los artículos, las conjunciones y otro tipo de menudencias y minucias. Y a continuación, nos comeríamos los adjetivos, que sólo acompañan al nombre, y por lo tanto son secundarios (¡y vivimos en un país de grandes, grandísimos secundarios!, al cine me remito como ejemplo y modelo), y finalmente acabaríamos con los pronombres.

Y no, eso sí que no. Defendamos los pronombres, que nos va la vida en ello (ya nos lo dijo Salinas: los pronombres son el mejor lugar para vivir). Y defendamos las preposiciones, los adjetivos, las conjunciones. Defendamos, respetemos y amemos nuestro idioma. Y recarguemos, si fuera menester, nuestra expresión, aun en contra del consejo de don Tomás, para expresar, en dos, tres, cincuenta o mil palabras una idea. Al fin y al cabo, todos los libros podrían acabar siendo resumidos en una idea, pero, ¿qué gracia tiene decir que la lealtad y la amistad son fundamentales en la vida humana y saltarse con ello la lectura de Los tres mosqueteros?

No tiene nada que ver, pero me declaro en rebeldía y seguiré escribiendo zeta con zeta, y no con ce, de la misma manera que escribo hache con hache, y no sin ache, que como veis queda fatal de la muerte.

Besitos a todos los que deseen recibirlos

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