Buenos días
Casi parece obligado hablar de la
actualidad, que se ha polarizado de una forma tremenda en la entrada por doble
vía (repatriación y contagio) del virus del ébola. Y una de las cosas que más
revuelo ha provocado ha sido el sacrificio de un perro. A mí particularmente lo
que me ha provocado espanto, en lo relacionado con el perro, es el uso de la
palabra eutanasia en lugar de sacrificio (algunos incluso han creado un verbo
sin acudir previamente a la etimología y a las normas de formación de palabras).
No me importa inventar palabras nuevas, de hecho el adjetivo de mi creación «himalayado»,
referido a montones de cosas apiladas inusitadamente altos, ha merecido varios
elogios. Pero incluso para crear palabras hay que tener un poquito de criterio,
otro poquito de cuidado, una pizca de humor, cierta de dosis de imaginación y
sobre todo lógica, mucha lógica. Y ese verbo, «eutanasiar», no tiene nada de
todo eso.
Ya me he ido del asunto del
virus. Que ha provocado mucho revuelo en un país al que le encanta montar
revuelo, con una prensa que se vuelve loca revoleando en el revuelo, con unos
políticos que aprovechan cada revuelo para ocultar otro revuelo y de paso pedir
alguna dimisión que otra y echar mano donde no deben, con unas organizaciones
dispuestas a montar revuelo con todo, tenga o no capacidad de moverse por el
aire, y con un pueblo llano capaz de discutir durante años sobre las virtudes o
defectos de Nativity Stevens... Y el
ébola no se mueve por el aire, pero anda que no tiene capacidad de organizar
revuelo.
Parece que estoy frivolizando.
Nada más lejos de mi intención. Es el revuelo que se ha montado lo que me
parece frívolo. Hace falta más seriedad, menos precipitación, más formación,
más información, más claridad expositiva y argumental, más preparación, más
organización... Hace falta entender cómo son y cómo han sido los procesos de
tomas de decisiones, hace falta seguir toda una cadena de acontecimientos y
reconstruirla con la menor contaminación de falsedad posible. Hace falta que la
gente no se rasgue las vestiduras a la primera de cambio. Y hace falta
reconocer los errores. Y también reconocer los aciertos. Porque errores ha
habido muchos, y muy graves, y habrá que tomar medidas, primero para
corregirlos y evitarlos en el futuro, y luego para depurar las
responsabilidades que sea menester. Pero si ha habido aciertos, que seguro que
los ha habido, porque nada nunca, por mucho que lo parezca, es solo un cúmulo
de errores sin fin, habrá que reconocerlos también, y valorarlos en su justa
medida, y reconocer sus méritos y a sus actores.
Pensemos que, como dice Goethe, «el único hombre que no se
equivoca es el que nunca hace nada». Y que comete un error mayor quien no
corrige su error, según enseña Confucio.
Y que corrigiendo o eliminando los errores, añade Georges Clemenceau, podremos llegar a la verdad.
Dejemos hablar a la verdad y
mientras tanto callemos con prudencia. Que no es bueno aventar mentiras o
medias verdades, ni aspaventar alarmados a la primera de cambio, no vaya a ser
que nos coma la ignorancia el poco terreno que le habíamos ganado en esta vida.
Y dejémonos también de gracietas
y chistecillos baratos sobre algo tan grave. Líbrenos Dios del agua mansa y de
los graciosillos, que del agua brava y de los cabronazos tendremos que librarnos
nosotros…
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