Buenos días, amigos. Hoy es un día como todos, quizá algo distinto porque los demás días son mañana, o ayer, pero sólo hoy es hoy. Así que comencemos a caminar en este singular y único día que nos ha tocado vivir: hoy.
La verdad es que esta extraña introducción no tiene razón de ser, pero ha sido. Y así se queda, que la rara inspiración matinal es, como digo, rara. Como la inspiración se me ha acabado con el saludo, tengo que recurrir al envío diario de Proverbia.net, que hoy nos habla de la discreción, esa entelequia que a mí me han contado que existe, pero que busco y busco y nunca la encuentro (al menos, no conmigo ni dentro de mí):
«El que revela el secreto de otros pasa por traidor; el que revela el propio secreto pasa por imbécil» (Voltaire).
Hombre, monsier, traidor, traidor, es muy fuerte, ¿no le parece? Yo diría que depende de qué tipo de secreto sea, cuánto de veraz haya en esa revelación, quién sea el posesor de ese secreto, qué alcance y repercusiones tenga su revelación, etc. Estaréis de acuerdo conmigo en que no es lo mismo contarle a tu colega de pupitre que el de delante está colado por la profesora de inglés que contarle a un periodista que un subsecretario de Estado ha desviado millones de euros en fondos a la cuenta corriente de su suegra.
Hay secretos que son delitos, otros son sólo vergüenzas, o descréditos, pero otros son reservados por humildad, y su revelación no produciría más que el reconocimiento de un dato importante. Estoy pensando, por ejemplo, en la revelación de la identidad de un donante anónimo, que oculta su nombre por humildad. Revelar su nombre puede estar mal, ciertamente, y hacerle pasar un mal trago, pero en el fondo para la sociedad será, al menos para la mayoría, una buena persona, doblemente, pues al hecho de su donación une su anonimato. Ya sé que sólo es un ejemplo, y quizá no el mejor, pero creo que “se me” entiende lo que quiero decir: que Voltaire se pasa un pelín cuando llama traidor a cualquiera que revela cualquier secreto. No, no no.
Y en cuanto a revelar los propios secretos, pues es cierto que para muchos, Voltaire incluido, puede resultar una imbecilidad. También una presunción, una moda, un deseo de hacerse notar, una salida de armario, una llamada de atención sobre alguna realidad oculta, un intento de romper un tabú… Desvelar un secreto propio tiene infinidad de motivaciones en las que no vamos a entrar. Lo que sí es cierto, en la mayoría de las ocasiones, es que cuando uno revela su propio secreto este no lo es tal para mucha gente.
Y contarle a la gente lo que ya sabe, pero como si estuviera descubriéndoles una verdad oculta por los siete velos de Salomé, ¿no es, ciertamente, una imbecilidad?
La verdad es que esta extraña introducción no tiene razón de ser, pero ha sido. Y así se queda, que la rara inspiración matinal es, como digo, rara. Como la inspiración se me ha acabado con el saludo, tengo que recurrir al envío diario de Proverbia.net, que hoy nos habla de la discreción, esa entelequia que a mí me han contado que existe, pero que busco y busco y nunca la encuentro (al menos, no conmigo ni dentro de mí):
«El que revela el secreto de otros pasa por traidor; el que revela el propio secreto pasa por imbécil» (Voltaire).
Hombre, monsier, traidor, traidor, es muy fuerte, ¿no le parece? Yo diría que depende de qué tipo de secreto sea, cuánto de veraz haya en esa revelación, quién sea el posesor de ese secreto, qué alcance y repercusiones tenga su revelación, etc. Estaréis de acuerdo conmigo en que no es lo mismo contarle a tu colega de pupitre que el de delante está colado por la profesora de inglés que contarle a un periodista que un subsecretario de Estado ha desviado millones de euros en fondos a la cuenta corriente de su suegra.
Hay secretos que son delitos, otros son sólo vergüenzas, o descréditos, pero otros son reservados por humildad, y su revelación no produciría más que el reconocimiento de un dato importante. Estoy pensando, por ejemplo, en la revelación de la identidad de un donante anónimo, que oculta su nombre por humildad. Revelar su nombre puede estar mal, ciertamente, y hacerle pasar un mal trago, pero en el fondo para la sociedad será, al menos para la mayoría, una buena persona, doblemente, pues al hecho de su donación une su anonimato. Ya sé que sólo es un ejemplo, y quizá no el mejor, pero creo que “se me” entiende lo que quiero decir: que Voltaire se pasa un pelín cuando llama traidor a cualquiera que revela cualquier secreto. No, no no.
Y en cuanto a revelar los propios secretos, pues es cierto que para muchos, Voltaire incluido, puede resultar una imbecilidad. También una presunción, una moda, un deseo de hacerse notar, una salida de armario, una llamada de atención sobre alguna realidad oculta, un intento de romper un tabú… Desvelar un secreto propio tiene infinidad de motivaciones en las que no vamos a entrar. Lo que sí es cierto, en la mayoría de las ocasiones, es que cuando uno revela su propio secreto este no lo es tal para mucha gente.
Y contarle a la gente lo que ya sabe, pero como si estuviera descubriéndoles una verdad oculta por los siete velos de Salomé, ¿no es, ciertamente, una imbecilidad?
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