Buenos días, queridos amigos.
Cuando el agotamiento alcanza mi cuerpo hasta el punto de no saber por qué extraña razón tiene que venir el despertador a recordarme que hoy también trabajo, cuando lo que deseo es permanecer en el cálido negror del sueño nocturno, me doy cuenta de que luego, ya en pie (bueno, sentado, que para escribir en el teclado es más cómodo), no tengo ninguna gana de pensar. Pero ninguna, os lo confieso. Por eso hoy me voy a limitar a comentar la frase-cita que esta misma mañana ha introducido Proverbia.net en mi buzón; y, de alguna manera, me voy a comparar (las comparaciones son odiosas, y si te comparas con un grande, con un excelso, o con un extemporáneo tuyo, aparte de odiosas, las comparaciones son inoportunas o inadecuadas o ambas cosas) no con su autor, sino con el mensaje que transmite. Vamos a ello:
«A pesar de que ya soy mayor, sigo aprendiendo de mis discípulos» (Cicerón).
Hombre, enhorabuena, don Marco Tulio. En serio, le felicito. Tiene usted la decencia de reconocer que ya es mayor, algo que, en este loco mundo, cada vez es más difícil de encontrar: todo el mundo quiere parecer más joven, quitarse años está tan de moda como quitarse arrugas de la faz y acrecer la turgencia de pecho y nalgas; sé de casos, incluso, que cuentan su edad por una extraña combinación poco concreta de años y meses: «Tengo 36 años y unos cuantos meses», dicen, cuando el indefinido número de meses amenaza ya con igualar a su equivalente en años (36 x 12 = ¿?).
Y reconociendo que es mayor, no se arroga la suficiencia (lógico, la suficiencia es arrogancia más propia del joven que cree que por haber vivido un puñado de experiencias ya lo ha probado todo en la vida que del sereno hombre de preclara mente y justa palabra como usted), sino que admite que sigue aprendiendo, que sigue creciendo, que sigue, en definitiva, viviendo. Porque el que ya lo sabe todo, el que ya lo ha vivido todo, el que ya lo ha hecho todo, ¿qué le queda?
Lo que me da que pensar, don Marco Tulio, es que usted dice aprender de sus discípulos. Y yo me pregunto: de los que no son sus discípulos, por ejemplo, de los que son sus contrincantes, sus rivales, los pensadores cuyo discurso no transcurre paralelo al suyo, sino que diverge de él y lo contradice, ¿no aprende usted? Más aún: de aquellos que no están a su alrededor, cercano o lejano, para seguir su discurso, para aprender de usted, o para contradecirle, o para provocarle, es decir, de aquellas personas que están a su alrededor para facilitarle la vida, para servirle, para hacerle más grata su estancia en el mundo, para permitirle que no tenga que malgastar su tiempo en otra cosa que no sea discurrir, y le tienen a usted la comida preparada, el hogar dispuesto, el lecho acomodado, de todos esos anónimos y a la vez o quizá por eso magníficos seres humanos, ¿no aprende usted?
Me temo, mi querido don Marco Tulio, que se ha quedado usted corto. Porque, por ejemplo, si yo osara compararme con usted, a pesar de que ya voy comenzando a ser un poco mayor, porque ya no soy un crío, no podría aprender de nadie, porque, fíjese qué desgracia la mía, ¡no tengo discípulos! Y sin embargo, mi admirado don Marco Tulio, estoy convencido de que sigo aprendiendo, constantemente, día a día, de mis semejantes, de las personas que me rodean. Incluso de las horrendas gorgonas que Dios nuestro Señor, en su infinita misericordia, ha puesto en mi vida.
Y perdóneme, mi admirado don Marco Tulio, por atreverme a discrepar de usted, por atreverme a soltarle esta pequeña reprimenda. Acéptela, por favor, como una fraternal enseñanza de un aprendiz de discípulo suyo.
Cuando el agotamiento alcanza mi cuerpo hasta el punto de no saber por qué extraña razón tiene que venir el despertador a recordarme que hoy también trabajo, cuando lo que deseo es permanecer en el cálido negror del sueño nocturno, me doy cuenta de que luego, ya en pie (bueno, sentado, que para escribir en el teclado es más cómodo), no tengo ninguna gana de pensar. Pero ninguna, os lo confieso. Por eso hoy me voy a limitar a comentar la frase-cita que esta misma mañana ha introducido Proverbia.net en mi buzón; y, de alguna manera, me voy a comparar (las comparaciones son odiosas, y si te comparas con un grande, con un excelso, o con un extemporáneo tuyo, aparte de odiosas, las comparaciones son inoportunas o inadecuadas o ambas cosas) no con su autor, sino con el mensaje que transmite. Vamos a ello:
«A pesar de que ya soy mayor, sigo aprendiendo de mis discípulos» (Cicerón).
Hombre, enhorabuena, don Marco Tulio. En serio, le felicito. Tiene usted la decencia de reconocer que ya es mayor, algo que, en este loco mundo, cada vez es más difícil de encontrar: todo el mundo quiere parecer más joven, quitarse años está tan de moda como quitarse arrugas de la faz y acrecer la turgencia de pecho y nalgas; sé de casos, incluso, que cuentan su edad por una extraña combinación poco concreta de años y meses: «Tengo 36 años y unos cuantos meses», dicen, cuando el indefinido número de meses amenaza ya con igualar a su equivalente en años (36 x 12 = ¿?).
Y reconociendo que es mayor, no se arroga la suficiencia (lógico, la suficiencia es arrogancia más propia del joven que cree que por haber vivido un puñado de experiencias ya lo ha probado todo en la vida que del sereno hombre de preclara mente y justa palabra como usted), sino que admite que sigue aprendiendo, que sigue creciendo, que sigue, en definitiva, viviendo. Porque el que ya lo sabe todo, el que ya lo ha vivido todo, el que ya lo ha hecho todo, ¿qué le queda?
Lo que me da que pensar, don Marco Tulio, es que usted dice aprender de sus discípulos. Y yo me pregunto: de los que no son sus discípulos, por ejemplo, de los que son sus contrincantes, sus rivales, los pensadores cuyo discurso no transcurre paralelo al suyo, sino que diverge de él y lo contradice, ¿no aprende usted? Más aún: de aquellos que no están a su alrededor, cercano o lejano, para seguir su discurso, para aprender de usted, o para contradecirle, o para provocarle, es decir, de aquellas personas que están a su alrededor para facilitarle la vida, para servirle, para hacerle más grata su estancia en el mundo, para permitirle que no tenga que malgastar su tiempo en otra cosa que no sea discurrir, y le tienen a usted la comida preparada, el hogar dispuesto, el lecho acomodado, de todos esos anónimos y a la vez o quizá por eso magníficos seres humanos, ¿no aprende usted?
Me temo, mi querido don Marco Tulio, que se ha quedado usted corto. Porque, por ejemplo, si yo osara compararme con usted, a pesar de que ya voy comenzando a ser un poco mayor, porque ya no soy un crío, no podría aprender de nadie, porque, fíjese qué desgracia la mía, ¡no tengo discípulos! Y sin embargo, mi admirado don Marco Tulio, estoy convencido de que sigo aprendiendo, constantemente, día a día, de mis semejantes, de las personas que me rodean. Incluso de las horrendas gorgonas que Dios nuestro Señor, en su infinita misericordia, ha puesto en mi vida.
Y perdóneme, mi admirado don Marco Tulio, por atreverme a discrepar de usted, por atreverme a soltarle esta pequeña reprimenda. Acéptela, por favor, como una fraternal enseñanza de un aprendiz de discípulo suyo.
Comentarios
Nos leemos!
Cuando he leído la cita de Cicerón, digna de tu reflexión hoy, yo he pensado que era exactamente lo mejor que nos puede pasar: aprender de nuestros discípulos.
Yo creo que Cicerón da por hecho que de nuestros enemigos, de nuestros amigos, de nuestros familiares,..., aprendemos constantemente. Lo increíble, y por eso digno de mención, es que aprendamos de nuestros discípulos. De aquellos que nos escuchan, que están fijandose en nuestros movimientos, que esperan ansiosos nuestra opinión acerca de determinados temas o que aguardan nuestra reacción para aprender. Que podamos aprender de ellos demuestra mucha humildad, rasgo característico de los verdaderamente sabios.
En mi caso, mis hijos son esa escuela "etiquetada", pero en nuestra vida hay muchos otros que son nuestros discípulos aunque no los percibamos y a veces te encuentras con seguidores y no sabes por qué. Todo aquel que sea capaz de aprender de tí en todas y cada una de tus múltiples facetas es tu discípulo. ¡No lo olvides! Así que cambia esa cara de lunes por la mañana temprano que quizás alguno de tus discípulos te esté mirando.
Por cierto, otro día nos hablarás de la venganza y del remordimiento en que se personificaban las divinidades infernales y que Dios ha puesto en tu camino. Que me dejas asustada.
Yo soy una de tus múltiples discípulas. Empieza una lista y te sorprenderás.
Muchos besitos, Ana.
Acerquese al trono de la sabiduría Sr. Santos, pero no lo profane.
Leer el pensamiento de la semana es un ejercicio continuo de vocabulario.