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Un pensamiento de Martin Luther King

Buenos días, queridos amigos.

En previsión de que la semana que viene no pueda hacer mi envío semanal de las elucubraciones mentales psicóticas a las que os tengo sólitamente acostumbrados, esta semana la frase-cita está tomada no de los envíos de Proverbia.net, ni del azahar, sino de la maravillosa agenda que edita año tras año San Pablo (¿quién hará edición tan magnífica?), concretamente del Sábado Santo, 11 de abril en este 2009. Y dice así:

«Dios puede abrir caminos en un callejón sin salida…, transformar lo oscuro en una luminosa mañana de eternidad» (Martin Luther King).

Antes de comenzar, quiero advertir que no sé qué suprimen de la frase los puntos suspensivos, pues allí donde la encontré, seguramente en el año 2007, así venía, interrumpida en su desarrollo para dar, sin embargo, una continuidad a la principal línea argumental.

Dice mister King, y dice bien, que Dios abre caminos en un callejón sin salida, es decir, allí donde no los hay, o donde uno que no mira con Dios y como Dios no los ve. Dice también que Dios transforma lo oscuro en una luminosa mañana de eternidad, sobre todo, insisto, para quien es capaz de mirar la oscuridad con Dios y como Dios. Pero no sólo.

En un callejón sin salida puede haber puertas que en un primer vistazo no hayamos visto, verjas deterioradas, con algún pequeño boquete, grietas en los muros…, y también una entrada, que es por donde hemos accedido a ese callejón sin salida. Y a veces, aunque siempre es muy difícil, casi imposible, volver sobre nuestros pasos, sobre todo si lo hacemos solos, sí cabe la posibilidad de que, dejándonos ayudar por Dios, mirando con Dios y como Dios, podamos hacerlo: volver sobre nuestros pasos, deshacer el camino hecho (ojo, no borrarlo de nuestra vida: lo que hemos hecho siempre estará allí, como una experiencia, pero no contará en un expediente final) y seguir el camino nuevo; o atravesar esa puerta, ese boquete en la verja, esa grieta en el muro que antes no habíamos visto.

En los momentos en los que todo está oscuro, todo lo vemos negro, en los momentos en los que pareciera que estuviéramos en un sepulcro sellado, a oscuras, sin aire, sin solución, sólo Dios puede hacer –y no vale preguntar cómo: si hay recetas de cocina y trucos de magia que no se pueden transmitir, mucho menos esto, que Dios es más que todo eso– que la oscuridad se transforme en luz, en luminosa mañana eterna.

Que, como en todos los procesos naturales, de la muerte se pasa a la vida, del invierno a la primavera, de la semilla enterrada al brote tierno. Todos los años lo vemos. Como también vemos, año tras año, que el camino de la vida es un camino en el que hay callejones sin salida (subidas sin retorno y vuelta atrás a Jerusalén), en los que se abren nuevos caminos, hay oscuridades (¿qué más oscuro que la muerte y un sepulcro cerrado?) que se convierten en luminosas mañanas de eternidad. El problema es que, cuando nuestros pasos o las circunstancias nos colocan no ya ante un callejón sin salida, sino simplemente junto a la esquina previa, cuando empezamos a ver que los acontecimientos de nuestra vida tienen menos luz, comienzan a oscurecer, no nos creemos o no nos acordamos de quién abre caminos, de quién habla con palabras certeras (quizá aquí estaban los puntos suspensivos de la frase-cita: camino, verdad y vida) de quién transforma la muerte en vida.

Que tengáis, allí donde estéis, una Semana Santa fructífera, que os aporte aquello que buscáis, tanto en lo físico, en lo corpóreo, en lo material, como en lo espiritual.

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