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Un pensamiento de Francisco de Quevedo

Buenos días, queridos amigos.

En el análisis periódico que uno va haciendo de su vida, resulta que el balance no siempre es coincidente con el anterior, sino que a veces cambia, quizá porque han surgido nuevos elementos que alteran el resultado final, quizá porque el punto de vista o el método de análisis ha cambiado. Las asignaturas de manual y examen no se me dieron del todo mal (llegué a alcanzar las «mieles del éxito» en Arte, en COU, o en IPE (Información Periodística Especializada) en la Facultad. Otra cosa son esas asignaturas que no tienen manual (de esos que vienen impresos y encuadernados y que contienen, tema por tema y bien ordenados, los conocimientos que te van a requerir), ni examen (de esos en los que lo que sabes lo tienes que poner por escrito en un papel), ni maestro (de esos seres humanos con titulación específica y que se encierran contigo y con tus compañeros en una habitación para intentar explicarte lo que viene en el manual y te hacen un examen para ver si lo has comprendido). En esas asignaturas sin manual siempre he tenido la sensación de que no pasaba del aprobado ramplón. Y últimamente (¿será que me está llegando la crisis de los cuarenta, pero a los casi cuarenta y tres?, que, como todo en la vida, me llega un poco tarde) tengo la desagradable impresión de que ni siquiera he merecido nunca el «Necesita mejorar», sino que, en ocasiones, he llegado a cosechar sonoros (aunque nunca los oyera a tiempo) «Muy deficiente». Hablo de asignaturas como «Iniciación a las Habilidades Sociales», «Habilidades Sociales Avanzadas», «Inteligencia Emocional», «Relacionalidad Amatoria», y alguna otra que el pudor me impide nombrar. Y me da un poco de miedo pensar que cuando llegue al examen final me digan eso del rechinar de dientes y demás…

Y puesto que tengo esa sensación, ya digo, de que todo a mi alrededor me señala y dice «Necesita mejorar», al pelo me viene esta frase-cita de un autor destroyer (perdóneseme el uso de este barbarismo, que deberéis pronunciar a la española, con acento castizo y marcando deliberadamente el sonido yyyye) como pocos pero que de vez en cuanto atinaba, sobre todo si era para meterse con la gente (tenía una habilidad para eso «de narices»). Ved la frase:

«Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres» (Francisco de Quevedo).

Clave: mejorar el estado. El caso es que mi estado, el civil, es la soltería, y tengo mis dudas de que, al menos en lo que a mi persona se refiere, que cada cual es un mundo, pueda ser mejorado. Tendré, quizá, que darle un par de vueltas en la cabeza (no al estilo de la niña del exorcista, ese horror de la mañana que miraba para atrás con los ojos por delante) al concepto de estado (con minúsculas, que con mayúsculas me quedaría demasiado luiscatorceño).

Segunda clave: mudar solamente de lugar no vale. Ahí tengo mis pequeñas pegas, don Francisco, si me disculpa. No sé cada una de las veces que en mi vida he mudado de lugar (de domicilio, por ejemplo), he mejorado, pero sí sé que de cada cambio he extraído enseñanzas positivas, algunas del género práctico (hombre, antes de irme de la casa familiar ya sabía muchas cosas acerca del sostenimiento y del mantenimiento del hogar, pero siempre se aprenden aspectos novedosos), otras también prácticas, pero de otro modo (cuando un vecino te acosa, te amenaza, te insulta y te amedrenta, no te fíes ni de tu sombra ¡y vete de allí!).

Tercera clave: mudar de vida y de costumbres. Desarmado por don Francisco, he de reconocer que siempre hay en la vida aspectos, costumbres, comportamientos, actitudes, hábitos, que debe uno mudar para mejorar su estado. No el civil, que ese no me preocupa. Ni el físico, que sudar por sudar e ir al gimnasio sigue sin entrar en mis prioridades, ni siquiera en mis ultimidades. ¿Qué he de hacer, don Francisco, y esto es pregunta retórica que lanzo y ya me contestaré, con mi estado anímico, con mi estado espiritual? ¿Debo comenzar por ahí la mudanza (o la muda, que no es lo mismo) de costumbres?

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