¡Hola, corazones!
Pensaba estos días que ya iba siendo hora de hablar de la Navidad, que aún no ha llegado, pero está a la vuelta de la esquina y según muchos comerciales televisivos (permítaseme este bonito americanismo) y muchos centros comerciales y tiendas de todo tipo ya está aquí. Pero no sabía cómo, porque no quería la típica frase que dijera algo así como “la Navidad es…” o “Navidad es cuando…”. Y mira por dónde la excelsa Agenda San Pablo 2009, en el 19 de diciembre (mañana, como quien dice), me propone una frase-cita a la medida de mis deseos. Frase antigua pero no por ello o precisamente por ello llena de sustancia. Ved:
«Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue» (Heráclito).
Obviamente, este pensamiento de Heráclito no está referido expresamente a la Navidad, es decir, al nacimiento en el mundo y en el corazón de cada ser humano de Dios hecho hombre, más: hecho niño indefenso y pobre. Pero si aplicamos el concepto, le viene al pelo.
Porque, ¿qué hay más inesperado que Dios, que el nacimiento de Dios en el corazón? Muchas cosas, diréis. A quien piense así le recomiendo la lectura de La tourné de Dios, obra que, amén de provocarle al menos una docena de sonrisas, le hará comprender que Dios aparece cuando y donde menos se le espera, y nunca como se le espera. Pero aun así, es de recibo esperarle.
Y claro, cuando llega, si no cuando, como y donde le esperamos, ¿cómo reconocerle? ¿Cómo saber que lo que nos ocurre en un momento determinado es síntoma de un nacimiento de Dios en nuestra vida, de una Navidad? ¿Cómo saber que ese sentimiento nuevo, esa extraña sensación, esa calma después de una discusión familiar en la comida del 25, ese cansancio, ese vaya usted a saber qué, esconde en su interior un estallido de Dios, un vagido de divinidad en forma de niño pobre e indefenso?
Ciertamente, creo que para que la Navidad siga siendo Navidad, y no sólo Navidades, esas bonitas y entrañables fiestas, esas para otros agotadoras y abominables fiestas, con compras y más compras, comidas y más comidas, brindis y más brindis, luces, espumillones, brillos, dorados y estridencias en forma de villancicos…, hay que esperar lo inesperado, como dice Heráclito.
Porque la Navidad es un enorme regalo que se nos hace, pero como lleva tantos envoltorios, tan bonitos y tan bien preparados, muchas veces no los abrimos, para contemplar extasiados los lazos brillantes y los papeles de colores; o incluso los abrimos, para encontrar dentro otro paquete, al estilo de las muñecas rusas, y al final nos perdemos entre tanto envase atractivo y no miramos en el fondo de la caja, no aspiramos la verdadera esencia, no disfrutamos el auténtico sabor de la Navidad.
Así que, amigos, no esperéis nada esta Navidad, y a la vez esperadlo todo, sea lo que sea y venga como venga, pues esta será la única manera de que acabemos reconociéndolo cuando llegue.
Y feliz Navidad a todos (aunque colgaré un crismablog un día de estos).
Pensaba estos días que ya iba siendo hora de hablar de la Navidad, que aún no ha llegado, pero está a la vuelta de la esquina y según muchos comerciales televisivos (permítaseme este bonito americanismo) y muchos centros comerciales y tiendas de todo tipo ya está aquí. Pero no sabía cómo, porque no quería la típica frase que dijera algo así como “la Navidad es…” o “Navidad es cuando…”. Y mira por dónde la excelsa Agenda San Pablo 2009, en el 19 de diciembre (mañana, como quien dice), me propone una frase-cita a la medida de mis deseos. Frase antigua pero no por ello o precisamente por ello llena de sustancia. Ved:
«Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue» (Heráclito).
Obviamente, este pensamiento de Heráclito no está referido expresamente a la Navidad, es decir, al nacimiento en el mundo y en el corazón de cada ser humano de Dios hecho hombre, más: hecho niño indefenso y pobre. Pero si aplicamos el concepto, le viene al pelo.
Porque, ¿qué hay más inesperado que Dios, que el nacimiento de Dios en el corazón? Muchas cosas, diréis. A quien piense así le recomiendo la lectura de La tourné de Dios, obra que, amén de provocarle al menos una docena de sonrisas, le hará comprender que Dios aparece cuando y donde menos se le espera, y nunca como se le espera. Pero aun así, es de recibo esperarle.
Y claro, cuando llega, si no cuando, como y donde le esperamos, ¿cómo reconocerle? ¿Cómo saber que lo que nos ocurre en un momento determinado es síntoma de un nacimiento de Dios en nuestra vida, de una Navidad? ¿Cómo saber que ese sentimiento nuevo, esa extraña sensación, esa calma después de una discusión familiar en la comida del 25, ese cansancio, ese vaya usted a saber qué, esconde en su interior un estallido de Dios, un vagido de divinidad en forma de niño pobre e indefenso?
Ciertamente, creo que para que la Navidad siga siendo Navidad, y no sólo Navidades, esas bonitas y entrañables fiestas, esas para otros agotadoras y abominables fiestas, con compras y más compras, comidas y más comidas, brindis y más brindis, luces, espumillones, brillos, dorados y estridencias en forma de villancicos…, hay que esperar lo inesperado, como dice Heráclito.
Porque la Navidad es un enorme regalo que se nos hace, pero como lleva tantos envoltorios, tan bonitos y tan bien preparados, muchas veces no los abrimos, para contemplar extasiados los lazos brillantes y los papeles de colores; o incluso los abrimos, para encontrar dentro otro paquete, al estilo de las muñecas rusas, y al final nos perdemos entre tanto envase atractivo y no miramos en el fondo de la caja, no aspiramos la verdadera esencia, no disfrutamos el auténtico sabor de la Navidad.
Así que, amigos, no esperéis nada esta Navidad, y a la vez esperadlo todo, sea lo que sea y venga como venga, pues esta será la única manera de que acabemos reconociéndolo cuando llegue.
Y feliz Navidad a todos (aunque colgaré un crismablog un día de estos).
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