Salgo de casa tan pronto que aún la ciudad está comenzando a desperezar. Es un gran tópico, pero es verdad: caminas por las calles y las pisadas tienen todavía el eco de los pasos nocturnos, dispersos en la oscuridad; suena a lo lejos algún que otro despertador, con su insistente pipipipí, que no parece despertar a la primera a su destinatario; una furgoneta de reparto atraviesa rápida la calle, ahora que no hay tráfico, para repartir su carga (no me he dado cuenta bien de si era furgón de prensa o el panadero que va llevando churros y porras a los bares); en los bares las luces asoman a la calle, ayudando al aroma a café y zumo y al tintinear de platos y tazas a que los transeúntes, aún escasos, entren a hacer su primera consumición del día; tres jóvenes universitarios con latas de cerveza en la mano (por su estado, más bien se diría que son tres latas de cerveza gigantes con aspecto de jóvenes universitarios) dudan si despedirse en el portal o subir a tomar la «penúltima» antes de retirarse definitivamente; los reponedores del Dia, dos tomos que bien podrían ser el reclamo publicitario de un gimnasio, o de un cosmético masculino, están ya terminando de descargar su camión; los quiosqueros se afanan por colocar las revistas, periódicos y regalos varios que trae la prensa del viernes, mientras atienden a los primeros rapidillos, como yo; los autobuses fluyen por las calles sin tráfico mientras las bocas de metrosauna engullen cada vez más inocentes que saldrán en su destino necesitados de una nueva ducha…
No sé a qué viene este preámbulo, pues ni introduce la frase-cita de hoy, ni nada, pero me ha dado por reflexionar hoy sobre la vida en sus anécdotas mañaneras, en el prólogo diario de las historias que cada uno de los protagonistas vivirá a lo largo del día. Rarito que es uno.
Vamos a la frase-cita, que ya son más de las ocho y comienzan a llegar mis compañeros (esto del cambio de horario…). Hoy tomo una del envío de Proverbia.net, concretamente la que me remitió el pasado lunes, que dice lo siguiente:
«No anheles el bien futuro: mira que ni el presente está seguro» (Félix María de Samaniego).
Dice don Félix Mari algo que todos hemos pensado alguna vez y que, de una manera o de otra, consciente o inconscientemente, todos incumplimos casi sistemáticamente. Cuando somos niños, queremos ser mayores; cuando somos adolescentes, queremos ser jóvenes y libres de esas incomodísimas ataduras llamadas padres; cuando somos jóvenes, queremos serlo pero disfrutando de más libertad de movimientos, de más capacidad económica, de más oportunidades; cuando vamos siendo mayores, queremos no parecerlo, queremos disfrutar de la madurez de la experiencia, de la serenidad de la vida relajada, pero con el cuerpo de antes (esto quizá no sea adelantar el futuro, pero también vale: queremos lo que no tenemos). Esta misma mañana, tres adolescentes que aún no tenían edad ni para tener carnet ni para saber conducir, hablaban efusivamente de coches, trayectos, recorridos y aparcamientos, mientras se afanaban por romper los zapatos arrastrando los tacones al andar y por mostrar al mundo la marca de su ropa interior y la redondez de sus glúteos bajo el uniforme escolar. Quieren ser lo que aún no son.
Todos queremos el bien futuro. No tenemos más que ver lo que pensamos cuando tenemos en nuestro poder el cupón, la bonoloto, el euromillón, la quiniela o el décimo de lotería. Andamos siempre pensando e imaginando lo que haríamos si…, lo que tendríamos si… Anticipando el bien futuro, vamos. Incluso el que vuelve el cuello al paso de unas piernas bien torneadas, o de un busto turgente (o de una tableta de chocolate, que también los/las hay), anticipa, de alguna manera, el bien futuro (y en este caso es seguro que es un bien del que no va a disponer).
Entonces, la recomendación de don Félix Mari, ¿cae en saco roto? No, queridos. Este señor nos hace una recomendación para que, incluso haciendo cuentos de la lechera con la lotería o kamasutras con la estupenda señora con la que nos acabamos de cruzar, seamos conscientes de que la realidad y la ficción, el ensueño, no siempre han de coincidir.
Muchas otras reflexiones podrían hacerse sobre esta conseja de don Félix Mari, pero va siendo hora de que regrese al mundo real y me ponga a trabajar de una vez por todas. Que de momento los ciegos sólo me dan reintegros, y con eso no hay quien se jubile anticipadamente.
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Un saludo.