Ir al contenido principal

Un pensamiento de Bertrand Russell

Hola, corazones.

Tras una semana de intenso trabajo que me tiene fundido y sin resuello, empiezo el viernes con la bolsa de viaje al hombro dispuesto a pasar el fin de semana en un idílico retiro conventual, eso sí, convenientemente rodeado de sopranos y otros cantores amigos. Anoche participé en un acto de empresa que fue, de verdad, una auténtica fiesta de la literatura infantil. Variadito, polifacético y completito que es uno. Pero al menos así, entre unas actividades y otras, no pienso en las cosas malas que me pasan, como este dolorcillo que me acompaña y que ya se está haciendo buen amigo mío, de tanto rato como pasamos juntos, o como ese pequeño pero incómodo descenso en el número de seguidores de mi blog [pero, bueno, ¿qué es esto?, ¿estoy dejando de resultar interesante a ese grupo de veintitantas personas (selecto grupo, a fe: veintipocos, con la cantidad de millones de cibernautas que existen) que se me han apuntado como fans? ¡Ay, cuánto sufro!]. Menos mal que viene la frase-cita de hoy a pedirme un poco de juicio y practicidad:

«El hombre juicioso sólo piensa en sus males cuando ello conduce a algo práctico; todos los demás momentos los dedica a otras cosas» (Bertrand Russell).

Pues mira. Igual va a ser que es que no soy juicioso (toma frase más extrañamente construida o constructa). O sí. Lo que pasa es que, además de juicioso, o quizá en menoscabo del juicio, soy también un poco quejica. Y aquí viene Beltrán Carrusel a recomendarme sentido práctico. No es malo quejarse, parece que le oigo decir, siempre y cuando la queja te conduzca a algo práctico y redunde en tu beneficio (o en algún beneficio ajeno que persigas, añado yo); en caso contrario, la queja no te lleva a nada más que a perder tiempo, ese tiempo tan necesario para dedicarse a otras cosas. Cosas, vuelvo a añadir yo, que quizá contribuyan a reparar esos males de los que te quejas. «Cariño, es que no me haces caso», dices, y a continuación sales de la habitación y dejas de hacer caso tú también a tu cariño particular. «Cómo me duelen la muñeca, ¡ay!, mi espalda, mis riñones, mi hombro…», pero sigues empeñado en escribir repantingado en la silla, en vez de hacerlo correctamente sentado, y con la mano atravesada sobre el teclado, en lugar de poner en práctica los ejercicios de corrección postural que tanto beneficio te han augurado.

Vamos, que en el fondo, creo que esta frase-cita o consejo de Beltrán Carrusel no es nuevo para mí (es el «no te quejes y ponle remedio» que tantas y tantas veces me han dicho, hasta yo mismo) y me viene como anillo al dedo, porque está escrito no como una orden o una admonición o reconvención («no hagas», «haz», «lo que tienes que hacer es»), sino como un elogio (hombre juicioso) al que aspirar si sigo la recomendación dada.

En fin, queridos, voy a dedicarme a otras cosas prácticas, como por ejemplo ganarme el sueldo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un pensamiento de Arthur Schopenhauer

Buenos días, queridos amigos. La semana ha sido intensa, amén de tensa. La crispación ha estado rondándome a diario, mañana, tarde y, sobre todo, noche en forma de contracturas, carencia de relajación muscular (¿pero, de verdad tengo músculos?, no sabía) y dificultad de conciliar el sueño. Factores varios han hecho posible tal convergencia de calamidades sobre mi cuello. El menos importante, quizá, es el que va a dar pie a la reflexión de hoy, debido a que ha sido recurrente hasta alcanzar un elevado grado de pesor. Me explico: veo poco la televisión, pero cuando lo hago, aunque no quiera, aparece cierto personaje femenino, con cara de arenque ahumado pasado de fecha y un carácter que nunca ha conocido virtud alguna, lanzando burdeces por su orificio bucal. Y mi pregunta siempre ha sido: ¿qué tiene esta tipa para salir a todas horas, todos los días, en todos los programas y revistas de zafiedad (antes sociedad)? Una respuesta podría ser «dinero y desvergüenza», y quizá esa sea la respu

Si amas a Dios, de Amado Nervo

Este es uno de los más hermosos poemas en prosa de Amado Nervo; pertenece a su obra Plenitud. Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero, porque Él estará en todas las regiones, en lo mas dulce de todos los paisajes, en el limite indeciso de todos lo horizontes. Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque, a pesar de la diaria tragedia Él llena de jubilo el Universo. Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie, porque nada puedes perder y todas las fuerzas del cosmos, serían impotentes para quitarte tu heredad. Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes en su nombre, ni el mas humilde ni el mas elevado. Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas, porque lo llevas a Él, que es la clave y resolución de todos. Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia una diferencia entre la vida y la muerte, porque en Él estás y Él permanece incólume a través de todos los cambios.

Un pensamiento de Aristóteles

Buenos días, queridos amigos. No tengo hoy demasiadas ganas de pensar, espero que sepáis perdonarme. Así que me he enganchado al envío diario de Proverbia.net y he agarrado la primera frase que he visto, que responde a la categoría de «sueños» (un día hablaremos de cómo en Proverbia.net clasifican las frases según temas y categorías de una forma que a veces me resulta aleatoria: «Dios te lo pague», un suponer, lo clasificarían en «Dios», lógicamente, pero tampoco sería nada raro que apareciera en «paga», «sueldo», o «retribución»). Y aunque la frase-cita no habla más que de un tipo de sueños, y yo estoy ahora más cerca de las pesadillas o del insomnio que del onírico placer o de la eternidad de la ensoñación, he apuntado la frase, a ver qué sacamos de ella. «Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo» (Aristóteles). Ya digo que no tengo muchas ganas de pensar. Y para quien no desea p