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Un pensamiento de James Russell Lowell

Hola, corazones.



El otro día alguien me llamó elitista, clasista o algo parecido porque dije que cada vez recurro menos al uso de Metrosauna en mis desplazamientos urbanos. No es que sea el rey de la limusina privada, ni siquiera del taxi, sino que, entre la sudosa promiscuidad del constante roce interpersonal en atestados vagones urentes y la algo más apacible posibilidad de alcanzar un asiento en un autobús, a pesar del riesgo de crionización por aire acondicionado, elijo siempre la segunda opción, la de la E-Eme-Té. Máxime después de haber visto sus impresionantes anuncios publicitarios, que te ponen hasta silla portabebé y conductor para recorrer la ciudad (estaría bueno que no tuvieran conductor, ¿os imagináis?). De lo que no te avisan es de que este, el conductor, habitualmente uniformado y bien presentado, es aleatorio, y si bien normalmente te toca un hombre o una mujer sensato y tranquilo, con un alto dominio de su vehículo incluso en las circunstancias de tráfico más adversas, cuando todos los coches se empeñan por cruzarse por delante de ellos, a veces pueden ser «especímenes curiosos»: conductores como el que tiene «espíritu Simoncelli» y toma las curvas en estado de aceleración permanente y siempre en la última décima de segundo; o el del «complejo Alguersuari», que va tamborileando diversos raps al volante mientras resintoniza su radio; o el que aspira, a primera hora de la mañana, a alcanzar la mansedumbre de un perediano buey (¿alguien ha visto alguna vez a un buey hacer algo con prontitud, celeridad, rapidez o simplemente «ritmillo»?), dispuesto a llevarte a donde quieras, pero siempre a su paso, como si no tuvieras un horario laboral que cumplir.


Tampoco te avisa la EMT de otros riesgos: tengo más o menos a la mitad del muslo derecho un moretón ocasionado por un involuntario encontronazo (por mi parte, por la otra parte el encontronazo fue querido, buscado y provocado con alevosía) con una dama casi octogenaria que, nerviosa porque pensaba que no iba a encontrar asiento en el autobús, decidió que la mejor manera de lograrlo era subir antes que yo y me asestó un fuerte caderazo que me desplazó casi medio metro a la izquierda. Debo decir a favor de la señora que ha demostrado no ser de esas mujeres carmenmaurianas que necesita tomarse todos los días un par de yogures fucsias llenos de calcio: tiene unos huesos que ni de titanio, la tía.



Como suele ser habitual, la frase-cita que me dispongo a comentar poco o nada tiene que ver con la amplia introducción sobre mis cotidianas vivencias u ocurrencias. A estas alturas imagino que ya todo el mundo se ha dado cuenta de ello. La frase-cita de hoy procede también del envío diario de Proverbia.net y está catalogada en el compartimento de «experiencia». Son listos los tíos, ved:



«Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias» (James Russell Lowell).



Poeta crítico y escritor norteamericano (no tenía ni idea, me lo acaban de soplar por Internet), Jaime Rásel Lógüel que dedica a la experiencia su pensamiento, al igual que lo hizo aquella famosa película de amor, también norteamericana: «“Tory, que te caes, Tory, que te caes”… Tory se cayó y su cow-chica le dijo: “¿Lo_veS,_Tory?”». Malo y viejo como pocos, pero me acaba de venir a la cabeza acompañado de una sonrisa y no he podido reprimirme.



Es también lo del lobo, que el otro siempre avisa de que viene, pero como nunca llega, la gente se harta, y al final el día que llega te pilla desprevenido y se zampa tus ovejas. O lo del niño pequeño que se empecina en caminar «yo solito», o en comerse el puré «yo solito», y por más que sus padres, abuelos, tíos o cuidadores les digan «que te vas a caer», o «que te vas a manchar», hasta que el pobrico se mete un buen panzoteo por el suelo o se embadurna hasta las orejas de puré de calabaza no ceja en su empeño.



Y es que es cierto, muy cierto, que la experiencia es la madre de la ciencia y que por mucho que te digan la mejor manera de aprender, conocer, comprobar, etc., es siempre probando a ver qué pasa. Claro que también es cierto que hay cosas que no tienes por qué probar para saber que no te gustan, que no te convienen o que en realidad no las necesitas.



Vamos, que queda muy claro que en la relación entre experiencia y advertencia lo poco vale más que lo mucho y lo pequeño es grande al lado de lo enorme. Lo que no me queda demasiado claro en la frase-cita de Jaime es la relación existente entre la espina y el bosque. Lo primero que me ha venido a la cabeza es una espina de pescado, pero también valdría la espina de una zarza, de un rosal, de un erizo… La espina pincha, te puede hacer daño, pero sirve sobre todo para proteger y para avisar. Junto a la belleza de la rosa, por ejemplo, está la espina, que la protege, que te avisa de que no se puede tomar la rosa de cualquier modo, porque puedes sangrar. Junto al deleite que produce, por ejemplo, una dorada a la sal, está la espina que se te cuela en la boca y te recuerda que también hay espinas en la vida… La experiencia es, por ello, una espina, o se mide en espinas, según Jaime. Quizá sea así.


Más claro aún es el bosque de advertencias, ese bosque en el que te adentras inocentemente para llevarle una cesta con comida a tu abuelita enferma y te sale inesperadamente un malvado lobo que te quiere comer; ese bosque en el que te pierdes por mucho rastro de pan que dejes en el camino, porque los pájaros se lo comen; ese bosque tenebroso en el que habitan diminutos seres de capuchón rojo y enormes, peludos y mocarrones trolls. En las advertencias, que ciertamente se miden en bosques, de la cantidad de ellas que te sobrevienen al cabo del día, se esconden muchos lobos, muchos monstruos, aunque también muchas hadas y muchos cazadores y leñadores empeñados en salvar caperucitas; incluso a veces hay princesas dormidas…



¿Me habré ido demasiado del carril? Las experiencias se miden en espinas, según Jaime, y las advertencias en bosques. En el fondo, mira tú, no me parece mala imagen, oye.

Comentarios

Angel Santos ha dicho que…
Alguien podría hacer una gran película urbana con tus avatares mañaneros en el transporte público. Creo que si recopilaras todas tus introducciones al Pensamiento semanal tendrías ya escrito el guión. Todo excepto el desenlace que llegará cualquier día. Y si no pedid y se os dará (peddi, es la palabra mágica del día).
Claro que la palabra clave también podría referirse a los atributos olorosos que a veces te regalan tus aleatorios y normalmente no buscados acompañantes en alguno de tus trayectos urbanos y a los que te has referido en otras ocasiones

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