Hola, corazones.
La negatividad y el pesimismo han llegado a invadir hasta el aire que respiramos, sobre todo en la calle. Eso se desprende, al menos, de los mensajes que nos lanzan los meteorólogos y que repican los medios de comunicación. Hace frío, como ha hecho muchas otras veces en la minihistoria de la humanidad y en la maxihistoria del planeta Tierra. Pero ahora a los grados que indican frío, o mucho frío, los llamamos «grados negativos» (¿son pesimistas, son agoreros, son tremendistas?), frente a los «grados positivos». ¡Con lo bonito que era antes, cuando nos decían que había «grados bajo cero»! Que hasta había películas y canciones que utilizaban esa expresión (amor, amor bajo ce-e-ro-ooo, cantaban Los Cinco Latinos mientras Tony Leblanc intentaba ligarse a Concha Velasco). A mí me gustaba más eso de «bajo cero» que la fría expresión matemática de menos un grado (si pasamos de quince grados de máxima a menos un grado de mínima nos quedan catorce grados, ¿no?). Y desde luego mucho más que lo de los grados negativos, que me parece que estoy rodeado de cenizos y siesos, de pesimistones que todo lo ven negro, de tristes, de mister escruches (no tengo ganas de buscar la grafía correcta). Porque siempre ha dicho el refrán que a mal tiempo buena cara, y además el frío conserva, así que al final todos guapos y el chocolate espeso (y calentito, para merendar). ¡Ay, madre, qué desvarío!
Tomo hoy la frase-cita, como la semana pasada, de las celebérrimas Agendas San Pablo, concretamente de la del presente año, el pensamiento de hoy mismo:
«No se defiende al hombre hiriendo a otros hombres» (Andrea Riccardi).
A mí que este señor me suena... Andrea Riccardi... Debo de haber escrito su nombre unas ciento cincuenta veces como poco en los últimos meses. Que si tiene publicados varios libros (todos ellos muy interesantes, cosa que me quema de envidia y admiración a partes iguales), que si ha fundado una comunidad-movimiento dedicado a promover el valor de la paz (a él sí que no le van los grados negativos, está claro: la paz siempre es un grado positivo de la humanidad); que si era amigo personal, casi íntimo, de Juan Pablo II (¡yo sólo conseguí hacerle la foto que preside y bendice mi salón!), que si ha publicado una excelente biografía de este santo papa; que si ahora es ministro del gobierno de Italia, y se encarga de una parte preciosa de la política, que es la integración y la cooperación. Vamos, que toca muchos palos, y todos los toca de armónico modo (más envidia a la hoguera).
Y me encuentro con un pensamiento suyo, con una frase-cita, que invita al elogio al otro, al semejante, al igual. Porque aunque lo exprese en negativo, como el tiempo, lo que dice es altamente positivo, me parece a mí: «no se defiende hiriendo». Si la defensa es amparo, protección, socorro, ayuda, auxilio, custodia, abrigo, acogida, etc., es más que evidente que el acto y la actitud de herir no resultan compatibles y quedan, pues, excluidos de la defensa. Claro que la defensa también es fortificación, muro, antepecho, quitamiedos, valla, trinchera, parapeto, muralla, barricada, blindaje, coraza, baluarte, escudo, armadura, etc.; de ello tenemos que colegir que el acto y la actitud de herir no son intrínsecos a la defensa en sí, sino al uso o a la intención de uso. Y también está la defensa del abogado, llamémosla así, la defensa que es disculpa o exculpación, justificación o coartada; entiendo yo que en estos casos, si fuéramos sinceros y coherentes y limpios y puros, tampoco tendríamos por qué herir al otro, sino simplemente explicarnos, y santas pascuas. Pero es más fácil decir eso de «es que fulanito...», «la mujer que me diste por esposa...», «la serpiente...», «¿soy yo acaso guardián...?», etc. Y luego está la defensa que se expresa en alegato o discurso y que sostiene una idea, quizá por de levantar polvareda y polémica.
En todos los casos veo que sobre todo es la intención lo que cuenta, que hay muchas veces que el hombre se defiende a sí mismo y/o a otros con una intención de herir. Y hete aquí que don Riccardi nos habla de que por ahí no, de que ese no es el mejor modo, ni el camino que debemos seguir. Porque finalmente, cuando en nuestra intención late el deseo de herir, en realidad no estamos defendiéndonos a nosotros ni a nadie, porque estamos alimentando una espiral de violencia, de inquina, de odio, de rencor y de venganza. Porque finalmente, don Riccardi tiene razón, y aunque no pongamos muchas veces en práctica su frase-cita, deberíamos tener presente siempre que «no se defiende al hombre hiriendo a otros hombres».
La negatividad y el pesimismo han llegado a invadir hasta el aire que respiramos, sobre todo en la calle. Eso se desprende, al menos, de los mensajes que nos lanzan los meteorólogos y que repican los medios de comunicación. Hace frío, como ha hecho muchas otras veces en la minihistoria de la humanidad y en la maxihistoria del planeta Tierra. Pero ahora a los grados que indican frío, o mucho frío, los llamamos «grados negativos» (¿son pesimistas, son agoreros, son tremendistas?), frente a los «grados positivos». ¡Con lo bonito que era antes, cuando nos decían que había «grados bajo cero»! Que hasta había películas y canciones que utilizaban esa expresión (amor, amor bajo ce-e-ro-ooo, cantaban Los Cinco Latinos mientras Tony Leblanc intentaba ligarse a Concha Velasco). A mí me gustaba más eso de «bajo cero» que la fría expresión matemática de menos un grado (si pasamos de quince grados de máxima a menos un grado de mínima nos quedan catorce grados, ¿no?). Y desde luego mucho más que lo de los grados negativos, que me parece que estoy rodeado de cenizos y siesos, de pesimistones que todo lo ven negro, de tristes, de mister escruches (no tengo ganas de buscar la grafía correcta). Porque siempre ha dicho el refrán que a mal tiempo buena cara, y además el frío conserva, así que al final todos guapos y el chocolate espeso (y calentito, para merendar). ¡Ay, madre, qué desvarío!
Tomo hoy la frase-cita, como la semana pasada, de las celebérrimas Agendas San Pablo, concretamente de la del presente año, el pensamiento de hoy mismo:
«No se defiende al hombre hiriendo a otros hombres» (Andrea Riccardi).
A mí que este señor me suena... Andrea Riccardi... Debo de haber escrito su nombre unas ciento cincuenta veces como poco en los últimos meses. Que si tiene publicados varios libros (todos ellos muy interesantes, cosa que me quema de envidia y admiración a partes iguales), que si ha fundado una comunidad-movimiento dedicado a promover el valor de la paz (a él sí que no le van los grados negativos, está claro: la paz siempre es un grado positivo de la humanidad); que si era amigo personal, casi íntimo, de Juan Pablo II (¡yo sólo conseguí hacerle la foto que preside y bendice mi salón!), que si ha publicado una excelente biografía de este santo papa; que si ahora es ministro del gobierno de Italia, y se encarga de una parte preciosa de la política, que es la integración y la cooperación. Vamos, que toca muchos palos, y todos los toca de armónico modo (más envidia a la hoguera).
Y me encuentro con un pensamiento suyo, con una frase-cita, que invita al elogio al otro, al semejante, al igual. Porque aunque lo exprese en negativo, como el tiempo, lo que dice es altamente positivo, me parece a mí: «no se defiende hiriendo». Si la defensa es amparo, protección, socorro, ayuda, auxilio, custodia, abrigo, acogida, etc., es más que evidente que el acto y la actitud de herir no resultan compatibles y quedan, pues, excluidos de la defensa. Claro que la defensa también es fortificación, muro, antepecho, quitamiedos, valla, trinchera, parapeto, muralla, barricada, blindaje, coraza, baluarte, escudo, armadura, etc.; de ello tenemos que colegir que el acto y la actitud de herir no son intrínsecos a la defensa en sí, sino al uso o a la intención de uso. Y también está la defensa del abogado, llamémosla así, la defensa que es disculpa o exculpación, justificación o coartada; entiendo yo que en estos casos, si fuéramos sinceros y coherentes y limpios y puros, tampoco tendríamos por qué herir al otro, sino simplemente explicarnos, y santas pascuas. Pero es más fácil decir eso de «es que fulanito...», «la mujer que me diste por esposa...», «la serpiente...», «¿soy yo acaso guardián...?», etc. Y luego está la defensa que se expresa en alegato o discurso y que sostiene una idea, quizá por de levantar polvareda y polémica.
En todos los casos veo que sobre todo es la intención lo que cuenta, que hay muchas veces que el hombre se defiende a sí mismo y/o a otros con una intención de herir. Y hete aquí que don Riccardi nos habla de que por ahí no, de que ese no es el mejor modo, ni el camino que debemos seguir. Porque finalmente, cuando en nuestra intención late el deseo de herir, en realidad no estamos defendiéndonos a nosotros ni a nadie, porque estamos alimentando una espiral de violencia, de inquina, de odio, de rencor y de venganza. Porque finalmente, don Riccardi tiene razón, y aunque no pongamos muchas veces en práctica su frase-cita, deberíamos tener presente siempre que «no se defiende al hombre hiriendo a otros hombres».
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