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Un pensamiento de Mark Twain

Hola, corazones.

¿Qué decir cuando no se tiene nada especial que decir? Quizá sea mejor callarse, ¿verdad? En esta última semana nada extraodinario me ha pasado. Eso pienso, y por eso lo valoro poco, porque prescindo de hablar de ello, porque es tan común que a nadie va a llamar la atención. Pero en realidad tengo tanto que valorar:

He tenido en el trabajo momentos buenos y momentos malos, asuntos que han tenido un desarrollo positivo y otros que me han servido para comprobar mis fallos. ¿Nada extraordinario? Tengo trabajo, lo conservo, tengo la ocasión de disfrutarlo, de saborear lo bien hecho, de aprender de mis errores y de corregirlos, de escuchar a mis compañeros y a mis jefes... Incluso ha habido días en que me he podido reír, abierta, sanamente, en la oficina...

He tenido la posibilidad de salir a tomar unas cervezas con mis amigos, de comer fuera de casa el sábado, de pasear un rato por el Retiro, de hablar y saludar a gente muy interesante. Y me he reído, he tenido la posibilidad de disfrutar, relajado, de la amistad, de la conversación inteligente, del buen humor de mi gente...

No sé por qué me quejo, la verdad (¡pero si no me quejo!), no sé por qué no estoy dando gracias al cielo por esta semana que me ha dado tanto. Tengo que escuchar más a menudo a Mercedes Sosa. Y entonar salmos y cánticos de alegría.

Esto me da pie a introducir un pensamiento tomado de Proverbia.net, y que procede de un sabio escritor norteamericano al que tuve algo atravesado hasta que dejé de leerlo como si hubiera escrito Caperucita Roja:

«La raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa» (Mark Twain).

La risa. La risa como arma. Y las armas tienen al menos dos funciones: atacar y defender. También la de disuadir.

La risa como ataque, como arma arrojadiza. Ráfagas de carcajadas hiriendo la sensibilidad y el pundonor del adversario, torpedeando su línea de flotacion y hundiendo irremisiblemente al enemigo en el océano de la vergüenza, del ridículo, de la ignominia. Sibilinos jijijis envenenados que inoculan su inquinoso curare en la sangre de la más templada de las criaturas humanas, orondos jojojos que destruyen al caer todo síntoma de vida humana, asfixiantes juasjuas que se enredan en las gargantas de los enemigos y asfixian sus defensas... La risa puede ser, efectivamente, un arma muy destructiva.

La risa como defensa. Irónicas sonrisas, sarcásticas risotadas que alejan de quien las lanza a todos los que se acercan con su palabra, quizá bienintencionada, quizá inteligente, quizá razonada y ponderada, quizá imprescindible, pero que se ve rechazada, repelida, expulsada, silenciada mediante el escudo de la risa floja. La risa tonta que expulsa al diferente, que acalla al disidente, que repele al distinto. La risa puede ser, efectivamente, una poderosa arma defensiva.

La risa puede ser también disuasoria. En realidad, una risotada en ataque, o una carcajada defensiva pueden ser suficientes para disuadir, para evitar un tema de conversación, la presencia de una persona, la afirmación de una realidad. Risotadas escandalosas que disuaden al transeúnte de entrar a tomar un café con tranquilidad allí donde resuenan con estrépito.

La risa puede ser, efectivamente, un arma. Pero quizá sea algo más que un arma. Nada une más (bueno, sí, se me ocurre una cosa, luego la comento) que tener la posibilidad de reír con alguien, de empatizar con una persona hasta el punto de compartir una risa: una risa que puede expresar la satisfacción por haber logrado una meta juntos, por haber podido disfrutar y superar un reto, por haber alcanzado la máxima unidad en el amor, por haber coincidido en la misma idea... ¡Cuántos momentos buenos, cuántos recuerdos, nos proporciona la risa! Haber reído con alguien, haber compartido sus motivos para reír, es un factor de unidad, de amistad, de entendimiento, de amor. No hablo sólo del natural y sano «echar unas risas», sino de la risa que brota del corazón, que expresa la interioridad del alma, la verdad de la persona.

Sólo hay dos cosas que unen tanto como la risa, como el haber compartido la risa: haber compartido, tambien, del mismo modo y con la misma intensidad, el llanto, y haber rezado juntos.

No me voy a entretener más. Sólo tengo que decirle a don Marcos Tuéin que, si bien tiene razón al considerar la eficacia de la risa, se ha quedado corto porque se ha centrado en verla sólo como un arma, como algo externo que podemos utilizar en nuestro propio beneficio, para atacar, defender o disuadir. Pero la risa no es sólo, y no debe ser, algo externo. Cuando es así, cuando la risa brota del corazón, la risa puede ser un factor de unidad, de amistad, de humanidad, de amor, de paz. Y de salud.

Os deseo a todos un fin de semana feliz y lleno de risa verdadera.

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