Hola, corazones
Una llamada telefónica ha interrumpido el momento en que estaba decidiendo qué contar esta semana y se me ha ido el santo al cielo. Al descolgar, una voz grabada me avisaba de que había recibido un mensaje y que debía pulsar una tecla (cualquiera) para escucharla. Inmediatamente, se me informa, también con voz en off, de que he sido adscrito a un nuevo servicio telefónico, y la llamada se cuelga antes de que pueda reaccionar. En mi compañía telefónica, a la que llamé a continuación, me juran y perjuran con perfecto acento de Cali que ese mensaje no procedía de ellos, sino que seguramente era una llamada fraudulenta de una compañía de la competencia. Pero que no me preocupara, que mi compañía no estaba por la labor de dejarme ir como cliente. No sé bien qué pensar, aparte de que mi compañía ha trasladado su sede a otro país y yo soy un cliente muy bueno (eso seguro, porque para dos llamadas que hago al trimestre, y una de ellas siempre es a la compañía para reclamar algo, la verdad es que pago una pasta gansa).
En fin. Cuento esto porque se me había ido el santo al cielo, como digo, con la llamadita. Y ahora no sé muy bien cómo ni por qué hilar con lo anterior la frase-cita que he elegido para hoy, porque la he elegido sólo porque me ha gustado, no porque me haya puesto místico ni nada de eso (lo del santo al cielo es lo más místico que he estado en mucho tiempo, que atravieso en mi vida una fase más ateorra). Este es pues, sin más preámbulos, el pensamiento de la semana:
«Perderlo todo es ganarlo todo, porque no se posee eternamente más que lo que se ha perdido» (Henrik Ibsen).
Ahí es nada lo que afirma don Enrique Íbez (el sufijo –sen, como bien sabéis, es similar al sufijo –ez tan propio de lo apellidos españoles). No se posee eternamente más que lo que se ha perdido. Me ha venido a la cabeza un verso de san Juan de la Cruz, perteneciente a un poema místico y difícil, como todo en este santo. Pero es que yo a san Juan no trato de entenderlo, al menos desde mi corto intelecto; más bien intento, desde el respeto y la ignorancia, que lo que destilan sus versos al ser leídos, recitados, repetidos, me empape, me cale, me ahonde. Aunque no lo entienda. Soy rarito, sí. El poema en cuestión es el siguiente. Lo voy a reproducir entero, porque aunque san Juan haya de ser tomado a sorbos, y ni engullido, mi intención no es ahora saciar nada, sino simplemente documentar el sugerente parecido entre el verso joanino y la cita ibseniana (toma palabrazos):
Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo,
has de dejarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.
Cuando ya no lo quería,
Téngolo todo sin querer.
Cuanto más tenerlo quise,
Con tanto menos me hallo.
Cuanto más buscarlo quise,
Con tanto menos me hallo.
Cuanto menos lo quería,
Téngolo todo sin querer.
Ya por aquí no hay camino,
Porque para el justo no hay ley;
Él para sí se es ley.
En fin, casi no debería decir nada, después de esto, ¿verdad? «Perderlo todo es ganarlo todo, porque no se posee eternamente más que lo que se ha perdido».
Podríamos aplicar estas afirmaciones, las del poema y las de la frase-cita, a asuntos triviales, a cuestiones materiales, a productos, incluso a sensaciones, perecederas. Pero no creo que ninguno de los dos se refiera a poseer un billete de veinte euros, un megapisazo de 32 metros cuadrados, un puesto de trabajo estable (ni siquiera ahora, con estos tiempos que corren), el último grito en sombreros de verano… Ni tampoco se refieren, me atrevería a decir, a la posesión de esa sensación tan vivaz del latido de un pajarillo en la mano, en imagen lorquiana, o al segundo más tórrido y apasionado de nuestra existencia. No. San Juan y don Enrique hablan, más de serlo todo, tenerlo todo, poseer eternamente, etc. Es decir, hablan de la vida, del amor, de la muerte, de Dios, de la paz, de la felicidad. De lo que no se posee.
Una llamada telefónica ha interrumpido el momento en que estaba decidiendo qué contar esta semana y se me ha ido el santo al cielo. Al descolgar, una voz grabada me avisaba de que había recibido un mensaje y que debía pulsar una tecla (cualquiera) para escucharla. Inmediatamente, se me informa, también con voz en off, de que he sido adscrito a un nuevo servicio telefónico, y la llamada se cuelga antes de que pueda reaccionar. En mi compañía telefónica, a la que llamé a continuación, me juran y perjuran con perfecto acento de Cali que ese mensaje no procedía de ellos, sino que seguramente era una llamada fraudulenta de una compañía de la competencia. Pero que no me preocupara, que mi compañía no estaba por la labor de dejarme ir como cliente. No sé bien qué pensar, aparte de que mi compañía ha trasladado su sede a otro país y yo soy un cliente muy bueno (eso seguro, porque para dos llamadas que hago al trimestre, y una de ellas siempre es a la compañía para reclamar algo, la verdad es que pago una pasta gansa).
En fin. Cuento esto porque se me había ido el santo al cielo, como digo, con la llamadita. Y ahora no sé muy bien cómo ni por qué hilar con lo anterior la frase-cita que he elegido para hoy, porque la he elegido sólo porque me ha gustado, no porque me haya puesto místico ni nada de eso (lo del santo al cielo es lo más místico que he estado en mucho tiempo, que atravieso en mi vida una fase más ateorra). Este es pues, sin más preámbulos, el pensamiento de la semana:
«Perderlo todo es ganarlo todo, porque no se posee eternamente más que lo que se ha perdido» (Henrik Ibsen).
Ahí es nada lo que afirma don Enrique Íbez (el sufijo –sen, como bien sabéis, es similar al sufijo –ez tan propio de lo apellidos españoles). No se posee eternamente más que lo que se ha perdido. Me ha venido a la cabeza un verso de san Juan de la Cruz, perteneciente a un poema místico y difícil, como todo en este santo. Pero es que yo a san Juan no trato de entenderlo, al menos desde mi corto intelecto; más bien intento, desde el respeto y la ignorancia, que lo que destilan sus versos al ser leídos, recitados, repetidos, me empape, me cale, me ahonde. Aunque no lo entienda. Soy rarito, sí. El poema en cuestión es el siguiente. Lo voy a reproducir entero, porque aunque san Juan haya de ser tomado a sorbos, y ni engullido, mi intención no es ahora saciar nada, sino simplemente documentar el sugerente parecido entre el verso joanino y la cita ibseniana (toma palabrazos):
Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo,
has de dejarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.
Cuando ya no lo quería,
Téngolo todo sin querer.
Cuanto más tenerlo quise,
Con tanto menos me hallo.
Cuanto más buscarlo quise,
Con tanto menos me hallo.
Cuanto menos lo quería,
Téngolo todo sin querer.
Ya por aquí no hay camino,
Porque para el justo no hay ley;
Él para sí se es ley.
En fin, casi no debería decir nada, después de esto, ¿verdad? «Perderlo todo es ganarlo todo, porque no se posee eternamente más que lo que se ha perdido».
Podríamos aplicar estas afirmaciones, las del poema y las de la frase-cita, a asuntos triviales, a cuestiones materiales, a productos, incluso a sensaciones, perecederas. Pero no creo que ninguno de los dos se refiera a poseer un billete de veinte euros, un megapisazo de 32 metros cuadrados, un puesto de trabajo estable (ni siquiera ahora, con estos tiempos que corren), el último grito en sombreros de verano… Ni tampoco se refieren, me atrevería a decir, a la posesión de esa sensación tan vivaz del latido de un pajarillo en la mano, en imagen lorquiana, o al segundo más tórrido y apasionado de nuestra existencia. No. San Juan y don Enrique hablan, más de serlo todo, tenerlo todo, poseer eternamente, etc. Es decir, hablan de la vida, del amor, de la muerte, de Dios, de la paz, de la felicidad. De lo que no se posee.
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