[Presentación del libro Al son de la Palabra, de Pedro Langa Aguilar. Miércoles 23 de octubre de 2013, a las 18 horas]
Señoras y señores, muy buenas tardes a todos.
Permítanme unas breves palabras sobre mí mismo para justificar mi presencia es esta mesa. Lo obvio es que estoy aquí porque me lo pidió el P. Langa y, aunque me quedé muy sorprendido, sobrecogido casi, no pude negarme en reconocimiento al afecto que el P. Langa me profesa, que sobrepasa mis méritos profesionales o personales para participar en esta presentación.
Señoras y señores, muy buenas tardes a todos.
Permítanme unas breves palabras sobre mí mismo para justificar mi presencia es esta mesa. Lo obvio es que estoy aquí porque me lo pidió el P. Langa y, aunque me quedé muy sorprendido, sobrecogido casi, no pude negarme en reconocimiento al afecto que el P. Langa me profesa, que sobrepasa mis méritos profesionales o personales para participar en esta presentación.
Y este, ¿quién es?
No
me puedo presentar a mí mismo más que como periodista.
Un periodista especializado desde la Facultad en información religiosa, pero
que ha ejercido poco tiempo la profesión: mi trayectoria profesional me llevó
pronto del mundo del periodismo de medio y de fuente (el diario ABC y un
gabinete de prensa diocesano) al mundo
editorial. Llevo casi veinte años trabajando en la editorial San Pablo,
desarrollando las funciones que me han sido encomendadas al cabo del tiempo y
que en la actualidad me ocupan como responsable de promoción.
En
la editorial, durante muchos años, he sido el responsable de los contenidos de las agendas, concretamente de la de
tamaño bolsillo, que lleva por título Mi agenda, y que tiene, además de
las lógicas informaciones acerca del tiempo y la liturgia, varias páginas de
textos para la meditación. Páginas que he pretendido siempre llenar con todo
tipo de poemas, siempre breves, muchas veces sonetos, que acompañaran el tiempo
litúrgico para cada año y ayudaran a los lectores a meditar y a orar, o a
familiarizarse con la poesía, algo tan poco común.
Desde niño soy aficionado
a la poesía,
y con el tiempo cada vez más a la poesía de contenido o con connotaciones
religiosas. En mis tiempos de mayor compromiso en una parroquia, incluso llegué
a componer y publicar varios poemas salidos
de mi puño y de mi corazón en la hoja parroquial «Cristo Vive»,
responsabilidad que tan generosamente cedió nuestro párroco a un grupo de
jóvenes. Años después escribí una serie
de poemas en torno a la enfermedad y muerte de mi padre, hace ya también
mucho tiempo, que incluso me atreví, empujado por mi amiga Piluca, doctora en
literatura, a presentar a un concurso sin más resultado que la satisfacción
personal de haberme atrevido a presentarlos. Eso sí, todos mis poemas estaban y
están escritos en verso libre, pues no he llegado a dominar el arte de la
métrica a pesar de tener en mi poder (y haber leído) el Quilis, el mejor manual de métrica existente.
Hago
mención a los poemas sobre mi padre porque entroncan por su temática con una
parte muy importante de la poesía española, sobre todo desde el siglo XX, que
es poesía existencial, poesía que se pregunta, en muchas ocasiones con
desgarro, por la vida y por la muerte, que lanza un desafío a Dios y del que no
siempre obtiene –mejor dicho: no siempre percibe– respuesta. Es la poesía de
quienes están, y tomo la expresión de Blas
de Otero, «luchando cuerpo a cuerpo con la muerte». Se pueden citar muchos
nombres para descubrir la grandeza de esta poesía, pero quizá baste para ello
con mencionar a Miguel de Unamuno, León Felipe, el ya citado Blas de Otero, o Leopoldo Panero.
El autor del libro
Sin
embargo, si estoy aquí no es por mis
méritos, escarbados en mi historia personal, sino por el generoso afecto que me regala el P. Langa. No puedo
decir de él nada que no sepan ustedes ya, pues le conocen mucho mejor que yo y
desde hace más tiempo, seguramente como feligreses, alumnos o lectores de sus
obras. Yo no le conocí hasta la publicación de sus Voces de sabiduría patrística,
libro que se presentó en esta misma sala y que con satisfacción profesional y
personal he visto una y otra vez reseñado en diversos medios de comunicación.
Nada
más conocer al P. Langa quedé
impresionado por su persona. Primero por lo más llamativo: su voz (qué gran actor de doblaje hubiera sido si en el cine a los
personajes de naturaleza bondadosa, como es él, los hubieran interpretado
personajes de físico y voz más contundente que los de James Stewart o Henry
Fonda, por ejemplo) y la grandiosidad de su lenguaje y su dicción, que tanto
hace evocar a locutores de radio que ya no se conocen. Luego, por su amplia cultura y su facilidad para
hablar de todos los temas con todas las personas: lo hace no rebajando el tema,
sino, lo que es más difícil y más meritorio, elevando a su interlocutor. Y
sobre todo por esa capacidad suya de tomar y mostrar afecto por todas las personas. Un afecto que le ha llevado a
convertirse en el segundo mejor promotor de mi libro. (La primera es, o ha sido
hasta que su enfermedad se lo ha impedido, mi madre). Le doy las gracias por
ello, padre Langa.
Al son de la Palabra. El libro
Pero
yo he venido aquí para hablar no de mi libro, como el trending topic del desaparecido Francisco Umbral, sino del libro del Padre Langa: Al
son de la Palabra. Un libro que, de entrada, tiene un título muy bien elegido: nos indica que lo que vamos a encontrar
en su interior ha sido escrito con el acompañamiento de la Palabra con
mayúsculas, amoldado a Ella, y que de Ella y con Ella se hace grato al oído y
nos da noticias o ecos de lo que la misma Palabra Es.
Se
divide el libro en ocho apartados o
epígrafes de títulos claros y significativos. No obstante, yo encuentro, más
que ocho partes, dos mitades claramente
diferenciadas. La primera, que abarcaría los cuatro primeros epígrafes
reporta lo que evoca la Palabra, lo
que oímos y vemos (o lo que no oímos ni vemos en primera instancia, al escuchar
el texto en la iglesia, por ejemplo, pero que acaba resonando en nuestro
interior y rebrota con la inestimable ayuda de estos sonetos). Son poemas que
siguen el devenir del año litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua…), que
recogen la experiencia religiosa del ser humano ante los grandes misterios que
encierra la Palabra de Dios.
[Permítame
un inciso, Padre Langa. No es un reproche, sino una proposición, un reto para
una segunda entrega de poemas tan valiosos como los presentes. Muchos de
nosotros, estoy seguro de ello, echamos
de menos en este tipo de recorridos por el año litúrgico alguna referencia al Tiempo
Ordinario, ese tiempo en el que parece que nunca ocurre nada importante,
pero en el cual la más pequeña de las semillas se acaba convirtiendo en la más
alta de las hortalizas. El tiempo, si se me permite decirlo, de los laicos. Ahí
queda ese guante, más petición que desafío...] Sigo.
La
segunda parte contiene, a mi juicio, la
poesía más personal (aunque también hay mucho del autor en la primer parte),
más honda de sentimiento y más libre de expresión. Una poesía que es fruto de
su propia experiencia o que, como dice en la introducción, plasma «sentimientos
a menudo ajenos (…) aunque yo aquí los reviva y haga míos (…). Responden al
interior de no pocas almas que uno ha ido encontrando por la vida (…) y que han
acabado por tomar cuerpo en la evocación lírica». Algo que hace que, en este
libro, todos podamos vernos reflejados,
pues seguro que encontramos en sus páginas algún verso, alguna imagen, que
refleje nuestra propia vivencia espiritual.
Merece
la pena hacer una pequeña mención a la métrica. Pedro Langa utiliza el soneto, la estrofa más perfecta según
muchos autores. En catorce versos, un soneto empieza y acaba un relato, un
pensamiento, deja una huella en el alma y provoca una emoción en el lector. Un
buen soneto es siempre algo redondo, cerrado, pleno. La imagen no es mía, sino
de mi amiga Carmen, profesora de literatura: el poeta tira una piedra a un lago
en calma: al penetrar en el agua, la piedra genera un vacío, abre un espacio en
el agua que luego se cierra tras de sí. Eso es el soneto. Una estructura cuya rima
comienza a descender en los cuartetos (en espiral ABABABAB, o escalonadamente
ABBAABBA) y se cierra en los tercetos, que siempre vuelven a ascender. La
piedra que queda en el fondo del lago es la impresión en el alma, el recuerdo
de lo leído, y las ondas concéntricas de la superficie son la emoción, el
escalofrío que se siente al leer el soneto.
El contenido (los
poemas)
José Luis Tejada es un poeta de la
generación de los 50 que tiene una importante Poesía religiosa recogida
en un libro titulado precisamente así. En el prólogo, su hijo, Pablo Tejada Romero, hace una sencilla
descripción de los distintos tipos de poesía religiosa que puede sernos de
utilidad. Vamos a establecer un diálogo entre el prólogo de Tejada y el poemario
de Langa para comprobar que de todas las categorías de las que habla el primero
podemos encontrar ejemplos en el libro del segundo:
«Podemos
entender por poesía religiosa la que
trata de los temas en que el hombre busca y narra el encuentro con Dios y, en
Él, su salvación».
«Dime que nada grande se ha perdido,
porque tú mismo sigues a mi lado
pendiente con tu amor de mi cuidado,
aunque en la barca estés como dormido».
«La poesía trascendente es la que ahonda en los misterios del ser y de su sentido tras la muerte»:
«Sin rumbo fijo y con destino incierto
trota el corcel alado de la historia
en pos de novedad a campo abierto,
sin comprender que sólo en esa noria
de amor y besos a tu rostro muerto
se hace el hombre alabanza de tu gloria».
«La poesía mística busca transmitir por el arte los encuentros con lo inefable».
«Te quiero así, te quiero todo mío
cuando en la iglesia rezo o en el coro
intuyo en ti a mi Dios anonadado.
Sobre un cielo de nubes, –¿desvarío?–,
te canto una y mil veces y te adoro,
Señor Jesús, por mí sacramentado».
«A veces la experiencia religiosa se aúna con la tradición popular y surgen villancicos o letras para el cante».
«Duerme, Dios niño, en brazos de María,
bendita Madre que, al rayar la aurora,
oyó dichosa su primer aliento».
«La poesía devota se inspira en una advocación divina o mariana».
«Prendados de tus ojos, desde este duro suelo
queremos invocarte, paloma voladora,
llamarte a cada paso, decirte en cada hora,
que no nos abandones, oh Virgen del Consuelo».
«Y finalmente la poesía religiosa también puede estar destinada a la oración personal o comunitaria…».
«Pon esos ojos tuyos amorosos
en la pobreza de mi ser perdida
por un ancho desierto de ilusiones.
Vuelve los míos faros luminosos
radiantes de calor, llenos de vida,
prestos a prodigar consolaciones».
A esta clasificación de Tejada yo añadiría quizá dos categorías más:
Una, la poesía descriptivo-contemplativa (aunque quizá podría quedar englobada en la poesía de carácter orante que acabamos de mencionar): se trata de aquella en la que el poeta trata de situarse, y con él al lector, dentro de la escena que no sólo está retratando, sino que pretende revivir para contemplarla y orar con ella.
«Y fue al partir el pan, aquel fragmento
del puro instante en que al mirar te vieron,
cuando aquellos discípulos sintieron
que desaparecías como el viento».
Por último, yo encuentro en este libro muchos ejemplos de un tipo de poesía religiosa que es descripción de un estado del alma, consejo espiritual, diálogo personal o entre poeta y lector, que no hace sino describir, poner en palabra el sentimiento propio o ajeno. Del poeta o de aquellos a quienes, en su condición de sacerdote, ha tenido ocasión de escuchar hasta hacer suyas sus tribulaciones, sus dudas, sus ocasos y sus amaneceres. Son aquellos poemas en los que podemos ver reflejados nuestros propios sentimientos, nuestra propia vivencia, y en los que se nos ofrece un consejo, una esperanza, una salida. Sólo dos ejemplos, y con esto termino:
«Nunca te consideres ya vencido,
porque, en la vida, el que persiste y ama
sabe de luchas, de bregar, de fama,
por más que a batallar no haya salido».
«No malgastes el tiempo en vanas prisas
con las fuerzas erradas, imprecisas,
que, a la postre, conducen al abismo.
Procura ser, más bien, inteligente,
embrida juntos corazón y mente,
y verás que al final eres tú mismo».
Nada más. Sólo me queda volver a agradecer al P. Langa su libro, que es excelente, y la oportunidad que me ha brindado de estar aquí, entre ustedes, hablando de él. Y a ustedes les agradezco su infinita paciencia con esta mi intervención y les animo, de corazón, a que lean Al son de la Palabra. Un libro de los que ayudan a crecer.
Muchas gracias.
«Dime que nada grande se ha perdido,
porque tú mismo sigues a mi lado
pendiente con tu amor de mi cuidado,
aunque en la barca estés como dormido».
«La poesía trascendente es la que ahonda en los misterios del ser y de su sentido tras la muerte»:
«Sin rumbo fijo y con destino incierto
trota el corcel alado de la historia
en pos de novedad a campo abierto,
sin comprender que sólo en esa noria
de amor y besos a tu rostro muerto
se hace el hombre alabanza de tu gloria».
«La poesía mística busca transmitir por el arte los encuentros con lo inefable».
«Te quiero así, te quiero todo mío
cuando en la iglesia rezo o en el coro
intuyo en ti a mi Dios anonadado.
Sobre un cielo de nubes, –¿desvarío?–,
te canto una y mil veces y te adoro,
Señor Jesús, por mí sacramentado».
«A veces la experiencia religiosa se aúna con la tradición popular y surgen villancicos o letras para el cante».
«Duerme, Dios niño, en brazos de María,
bendita Madre que, al rayar la aurora,
oyó dichosa su primer aliento».
«La poesía devota se inspira en una advocación divina o mariana».
«Prendados de tus ojos, desde este duro suelo
queremos invocarte, paloma voladora,
llamarte a cada paso, decirte en cada hora,
que no nos abandones, oh Virgen del Consuelo».
«Y finalmente la poesía religiosa también puede estar destinada a la oración personal o comunitaria…».
«Pon esos ojos tuyos amorosos
en la pobreza de mi ser perdida
por un ancho desierto de ilusiones.
Vuelve los míos faros luminosos
radiantes de calor, llenos de vida,
prestos a prodigar consolaciones».
A esta clasificación de Tejada yo añadiría quizá dos categorías más:
Una, la poesía descriptivo-contemplativa (aunque quizá podría quedar englobada en la poesía de carácter orante que acabamos de mencionar): se trata de aquella en la que el poeta trata de situarse, y con él al lector, dentro de la escena que no sólo está retratando, sino que pretende revivir para contemplarla y orar con ella.
«Y fue al partir el pan, aquel fragmento
del puro instante en que al mirar te vieron,
cuando aquellos discípulos sintieron
que desaparecías como el viento».
Por último, yo encuentro en este libro muchos ejemplos de un tipo de poesía religiosa que es descripción de un estado del alma, consejo espiritual, diálogo personal o entre poeta y lector, que no hace sino describir, poner en palabra el sentimiento propio o ajeno. Del poeta o de aquellos a quienes, en su condición de sacerdote, ha tenido ocasión de escuchar hasta hacer suyas sus tribulaciones, sus dudas, sus ocasos y sus amaneceres. Son aquellos poemas en los que podemos ver reflejados nuestros propios sentimientos, nuestra propia vivencia, y en los que se nos ofrece un consejo, una esperanza, una salida. Sólo dos ejemplos, y con esto termino:
«Nunca te consideres ya vencido,
porque, en la vida, el que persiste y ama
sabe de luchas, de bregar, de fama,
por más que a batallar no haya salido».
«No malgastes el tiempo en vanas prisas
con las fuerzas erradas, imprecisas,
que, a la postre, conducen al abismo.
Procura ser, más bien, inteligente,
embrida juntos corazón y mente,
y verás que al final eres tú mismo».
Nada más. Sólo me queda volver a agradecer al P. Langa su libro, que es excelente, y la oportunidad que me ha brindado de estar aquí, entre ustedes, hablando de él. Y a ustedes les agradezco su infinita paciencia con esta mi intervención y les animo, de corazón, a que lean Al son de la Palabra. Un libro de los que ayudan a crecer.
Muchas gracias.
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