Me vino el otro día por la
mañana a la memoria un canto religioso «moderno» que comenzaba con una
hermosa frase: «Un nuevo reino está amaneciendo…». Y miré al cielo y vi luz y color, en lugar del acostumbrado
gris que me ha acompañado esta larga temporada invernal que comenzó en agosto...
Y miré alrededor y vi apuntando apenas yemas y brotes, incluso algunas flores,
casi osadas, desafiando el frío matutino (y por Matutes, el poli, que hacía
frío). El viernes pasado me hice con un ramo de mimosas, esa maravilla de
bolitas amarillas tan olorosas. Cierto que pagué bastante por ellas («el temporal de Galicia ha dejado desabastecido de mimosas el
país», me decía pesaroso el florista), pero me
alegraron la tarde y pusieron una nota de color en la habitación.
¿Estaré demasiado confiado
en que está llegando la primavera? Eso es un ciclo, y llegar llega. Pero quizá
esta primavera la espero, la necesito, la percibo con más intensidad que otros
años. Que no he sido yo mucho de sanvanlentines, astenias, amoríos y sacachanclismos
primaverales, pero esta vez…
Si hasta veo «Primaveras de Praga» en los
periódicos. Miro las imágenes de Kíev, las de Caracas, e inmediatamente me
visto miserable y entono el «Todo por lo la
libertad de nuestro pueblo y su nación, juntos por la revolución que nos dará
la libertad…». Luego se me pasa el romanticismo y
comienzo a lamentar la mala conducción que tiene este mundo, que no sabemos
adónde va, en el que donde menos te lo esperas salta la locura inhumana, la
muerte, la destrucción.
Con esta reflexión, debo
dar las gracias a mi bellísima sobrina Escarlata
Yáñez (todas mis sobrinas son bellísimas, la verdad sea dicha). Pues bien,
mi querida sobrina apela, en su juventud, a la sabiduría del Mahatma Gandi y clama:
«The day the power of love overrules the love of
power, the world will know peace».
Que viene a significar más
o menos esto:
Pues anda que no es
difícil lo que dice el Mahatma. Dífícil, difícil. Porque puedo llegar a creer
que existan personas en el mundo que crean más en el poder del amor de lo que
aman el poder, pero difícilmente soy capaz de imaginar que esas personas
alcancen el poder, y se mantengan en él con esa misma pureza con la que
llegaron.
Rectifico: hay mucha,
mucha gente que considera el amor como la principal fuerza del mundo, el
principal motor de sus vidas, la primera fuente de vida. Mucha. Pero la
tentación del poder es grande. Y no hace falta remitirse ya al poder político,
intergaláctico, planetario, continental, supranacional, nacional, regional,
local, etc. Cualquiera que adquiere una mínima cuota de poder, en su casa, en
su trabajo, en cualquier ámbito social en el que se mueva, corre el riesgo, el
altísimo riesgo de acabar sucumbiendo ante la tentación del poder, porque el
poder gusta, al poder se acostumbra uno rápidamente, el poder engancha. Y una
vez que se ha probado, es taaaan fácil enamorarse del poder, cambiar las
tornas, darle la vuelta a la frase-cita del hombrecillo sedente…
Hay un texto de carácter
litúrgico (se lee únicamente en el entorno de una celebración eucarística un
día concreto del año) que me encanta, porque afirma que, aun reconociendo la
inmensa dificultad de que el mundo conozca la paz, de que el mundo esté en paz,
es posible, o al menos ha sido posible en una ocasión. Y fue condición, no sé
si indispensable, pero sí necesaria, para que ocurriera el acercamiento máximo
de Dios al ser humano: «Estando el universo en paz, el Hijo de Dios Padre (…),
transcurridos los nueve meses de su gestación en el seno materno (…), hecho
hombre, nació de la Virgen María, Jesucristo».
Ya está el misticorro este, dirá alguno. Pero no se me ocurre
nadie que hable más claro del poder del amor y que tenga menor aprecio por el
amor al poder. Que viene a ser lo que, dándose cuenta de la coincidencia o sin
darse cuenta de ella, acabó diciendo mucho después el señorín de las gafas
redondas y la sábana blanca. Y es lo mismo que, me atrevería a decir que sin buscar
esa coincidencia, ha recordado mi idolatrada sobrina Escarlata en su Facebook.
Para terminar, permitidme que apele a un texto que circula
libremente por internet desde hace tiempo:
«Por los siglos de los siglos, amen
(así, sin acento)».
Comentarios