La semana pasada no
escribí entrada en el blog. Y eso que estamos en plena Feria del Libro y siempre hay divertidas anécdotas que ya contaré
en otro momento (discusiones teológicas entre cliente y vendedor, niños que son
auténticos artistas dibujando tortuguitas, adultos deseosos de recuperar la
infancia lanzando aviones de papel, visitas inesperadas, anuncios de buena
esperanza, firmas de libros llenas de sonrisas…). Merece la pena hacerlo con
calma y tiempo.
Lo que me sucede en la
Feria, o la manera en que afronto lo que me sucede en la Feria, me ha
proporcionado a lo largo de mi vida muy buenos momentos, felices y plenos. Y
precisamente de la felicidad, de la manera en que hemos de buscarla,
perseguirla y conseguirla, es de lo que quiero hablar hoy. Tomo para ello una
frase-cita muy antigua, de unos cinco siglos antes de Cristo:
«El
secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en el
coraje» (Tucídides).
Uno de los piropos más bonitos que
me han dicho en mi vida (como no me han dicho muchos y me quiero demasiado, los
guardo todos en la cajita de mis mejores recuerdos) es que siempre me he
comportado con libertad y que seguramente siempre lo haré. Quizá sea demasiado
suponer, pero el piropo tenía su contexto, y en dicho contexto (permítaseme la
libertad de omitirlo) la cosa tenía sentido y no resultaba exagerada.
Imagino que entonces era feliz, o
me sentía al menos con una cierta dosis de felicidad. Y además ya sabía reírme
de mí mismo con soltura y sin amargura, lo cual hacía que los demás se rieran
conmigo y no de mí. Algo que siempre he creído necesario, y que dejé plasmado
en uno de los Momentos de sabiduría que considero más «míos».
Era feliz porque era libre. O al
menos así me sentía. Pero era una libertad fácil, cómoda: todo me iba bien, no
tenía grandes problemas, grandes deudas, grandes amenazas, grandes
inseguridades. El coraje estaba latente, o al menos se le suponía.
Imaginemos que esa llanura de
suave clima mediterráneo en la que se desarrollaba mi vida (la de cualquiera en
un momento de agradable estabilidad) comenzara a verse amenazada por las
lluvias, el granizo, las riadas, la gota fría… O por la sequía pertinaz
(pertinaz fue el que logró unir ambas palabras en matrimonio indisoluble…).
Amigo, entonces, ¿hay coraje para enfrentarse al clima, a las adversidades?
¿Hay coraje para capear el temporal, para poner remedio en futuras ocasiones a
las inevitables avalanchas que te deparará de nuevo la vida? ¿Hay, en
definitiva, ganas de vivir la vida libre y feliz?
Cuando ya no puedes hacer lo que
quieres, decir lo que quieres, vivir como quieres (siempre dentro del orden y
el respeto necesarios, claro está), más vale que le eches coraje a las cosas y
recuperes la libertad que te están arrebatando si quieres ser feliz.
Igual necesito que me empujen.
Igual salto yo solo. Sea como sea, no creo que la cosa se demore mucho.
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