Madre mía, qué rápido corre el
tiempo, qué prisa se dan el reloj y el calendario. Si hace nada escribía yo mi
último “pensa”, o eso creía yo, y es del 5 de diciembre, ¡hace ya más de un
mes! La de cosas que han pasado desde entonces: ha habido noticias buenas, o al
menos aparentemente clasificables como tales, ha habido noticias trágicas,
se han alternado los días de vacaciones con los de trabajo, he cumplido un año
más de vida (de acumulación de experiencias, como me gusta decir), incluso ha
nacido nada menos que Dios Nuestro Señor.
En Navidad siempre me gusta
recordar y destacar una frase del pregón, que dice que Jesús nace, “estando el
universo en paz”. No estuvo el universo en paz el pasado miércoles, cuando los
terroristas asesinaron a doce personas en un ataque contra un semanario
satírico. Brutal. Salvaje. No hay palabras. Se ve en las imágenes que son personas
sin alma y con sangre fría que rematan moribundos en el suelo de un tiro en la
cabeza. De esos ha habido muchos en España, que mataban así, a sangre fría y
sin ningún sentimiento humano en su despoblado interior. Estos de París lo
hacen al modo islamista, que es terrorífico en lo que supone y en los métodos
que emplean. Porque las decapitaciones que pintan los niños refugiados sirios
cuando les dicen que visualicen sus miedos y los plasmen en un papel son para
comentar aparte… Viendo los dibujos yo diría que no son decapitaciones, como
nos vienen diciendo siempre en todas partes (y que es lo que hacían los
franceses de la guillotina cuando empezaron matando marqueses y acabaron por
cepillarse a todo fille de voisin),
sino más bien degollaciones o degüellos. Matiz que no es semántica baladí, pues
hay diferencia de intención en la saña y en la crueldad entre una y otra
barbaridad.
Ayer me quedé helado. Y hubiera
querido saber dibujar para haber hecho, yo también, mi viñeta de repulsa. Se me
quedó en lágrimas ahogadas por la incredulidad de que estuviera pasando, de que
pudiera pasar, de que volviera a pasar. El ser humano nunca aprende. Menos aún
cuando el adjetivo que le acompaña no es «humano», sino «inhumano»…
Me resulta difícil, por no decir
imposible, volver desde CharlieHebdo
para plantear el tema que quería desarrollar hoy, la gratitud, con la ayuda de
una frase-cita de Gilbert Keith Chesterton.
Desde la realidad, cruda muchas veces, a lo deseable. Probemos:
«Siendo niños éramos agradecidos con los que nos llenaban los
calcetines por Navidad. ¿Por qué no agradecíamos a Dios que llenara nuestros
calcetines con nuestros pies?» (Gilbert Keith Chesterton).
Habla don Gilberto desde su experiencia, y por eso dice lo de los calcetines
por Navidad. Esta es una tradición que, merced a la globalización, nos ha
llegado. Pero en nuestra infancia lo que se llenaba de regalos no eran nuestros
calcetines, sino el pie del árbol de Navidad, o el lugar en el que se situaba
el belén en casa. Pero claro, lo de los calcetines viene bien para la idea del
ilustre sabio.
Habla primero la frase-cita de la
gratitud, de esa gratitud rápida y fácil que tiene que ver con la primera
satisfacción: te han colmado de regalos y eso siempre es de agradecer. Además,
recibir tantos regalos tiene detrás un montón de muestras de aprecio, de
cariño, de amor. Y eso siempre es de agradecer. Desde luego, yo estoy embobado,
boquiabierto e inmensamente agradecido por todo ello. Me sucede todas las
navidades, y eso que ya no soy un crío…
Pero luego nos hace pensar don
Gilberto en algo más: en agradecerle a Dios por llenar nuestros calcetines con
nuestros pies. Esto es: nos hace pensar en que tenemos pies. Y es algo que
tenemos que agradecer. Pensemos por un momento que no los tuviéramos. Gracias,
Dios mío, por mis pies, por mis manos, por cada parte de mi cuerpo y por mi
cuerpo entero. Pies para andar, para correr, para saltar, para sostenerme
erguido, para empinarme o ponerme de cuclillas… Pies para jugar, para hacer
deporte (bueno, yo no…), para pasear, para desplazarme…
Pies que entran dentro de unos
calcetines. Al menos tenemos un par, quizá dos: uno para meter los pies, otro
para colgarlo de la chimenea y que nos los llenen de regalos. Y muchos más
pares. ¿Y no es de agradecer el hecho de tener calcetines con que abrigar los
pies, y calcetines con que recibir los regalos?
Pero hay más. Llenar los
calcetines con los pies es también tener los pies calientes, abrigados,
protegidos, cuidados. Y si los pies están cuidados, siendo quizá la parte del
cuerpo a la que menos caso hacemos, es fácil imaginar que el resto de nuestro
cuerpo estará igualmente abrigado, protegido, cuidado. ¿Y no es eso de
agradecer? Siempre.
Voy a dar un paso más (original
juego de palabras que solo a mí se me ocurriría cuando de pies estamos
hablando) y a atreverme a decir algo que don Gilberto no dice pero que estoy
seguro que sí piensa o ha pensado alguna vez.
De alguna forma tener pies,
tenerlos abrigados y cuidados es también sinónimo de tener los pies sobre el
suelo. Vale que podemos estar tumbados en un sofá con los pies en alto, bien
abrigaditos con unos calcetines de lana después de habernos hecho la pedicura y
habernos dado cremita podológica. Sí, pero incluso así, tumbados a la bartola,
podemos y debemos ser realistas. Lo que quiere decirnos don Gilberto es que más
importante que los regalos que llenan nuestros calcetines en Navidad son
nuestros pies que los llenan todos los días, pues son indicativo de que estamos
vivos, de que nos valemos por nosotros mismos, de que tenemos medios con que
desenvolvernos y cuidarnos. Y eso nos invita, debería exigirnos casi, a ser
agradecidos. Con quienes nos llenan los calcetines de regalos, con Dios que nos
ha dado la vida (y los pies), con todos los que nos brindan la oportunidad de
tener los pies calzados, abrigados, cuidados…
Y ser agradecidos nos hace ser
realistas. No hemos conseguido todas esas cosas que llenan nuestros calcetines
nosotros solos, nos han sido dadas, como un regalo, por Dios, por nuestros
padres, por nuestras familias, por nuestros amigos, por nuestra sociedad, por
nuestra patria…
Y si somos realistas, podremos
también ser solidarios con quienes no tienen nuestras mismas oportunidades: con
quienes no tienen pies, con quienes no tienen calcetines, con quienes no tienen
nada…
Y si tenemos los pies en la
tierra, también podremos combatir a los falsos utópicos que no tienen los pies
en la tierra, sino en inalcanzables lugares etéreos, y que se dedican a matar y
degollar.
Je suis Charlie!
Je suis Ahmed, que murió
defendiendo el derecho de otros a opinar de diferente manera.
Comentarios