Hola, corazones.
Esta semana he leído un interesante libro. No puedo revelar su contenido, porque es algo que está relacionado con mi trabajo, pero sí puedo mencionar, creo, un comentario que aparece en él. En un momento determinado de la historia, el protagonista recuerda unas observaciones que hizo Viktor Frankl acerca del comportamiento humano en casos de extrema dureza. Decía Frankl, que como sabéis sobrevivió a Auschwitz y se convirtió en un personaje afamadísimo por sus libros, sus palabras y su trabajo, que los seres humanos, en situaciones como la que él mismo vivió en Auschwitz, sobreviven en mayor medida cuando tienen una gran fe, un gran amor por sus seres queridos, una gran esperanza y una gran ilusión en el futuro, ilusión que se materializa y define en hechos concretos. De la misma manera, los pacientes que, sufriendo una enfermedad, tienen una meta, una esperanza, una ilusión, se enfrentan a la enfermedad de otra manera, y a veces, más de las que nos pensamos, logran alguna de esas metas.
Pues bien, ni estoy en peligro de muerte, ni vivo aprisionado en un campo de concentración, ni estoy, que yo sepa, afectado de ninguna dolencia grave. Pero si la semana pasada me comparaba metafóricamente con Sísifo, esta semana aún sigo en mis trece, ya que la perseverancia me adorna un poco más que otras virtudes, y mantengo la ilusión, la esperanza, la fe y el amor intactos. ¿Intactos? ¡No, al contrario! Están gastados, muy gastados (¡ojalá lo estuvieran más!), porque son "cosas" que, cuando más se gastan, más crecen.
Pero como no voy a pasarme la vida buscando frases «sísífeas», recurro de nuevo a Proverbia.net, que me dio ayer una delicia del profesor Savater. Ved:
«Uno no puede hacer nada por las personas que ama, sólo seguir amándolas» (Fernando Savater).
El tiempo me apremia, así que debo darme prisa. Dice don Fernando que no podemos hacer nada por aquellos a los que amamos, salvo amarlos. Ayudarlos, enseñarles, compartir cosas con ellos, hablarles, escucharlos, etcétera, son, para don Fernando, nada. ¿Nada? No, no nos equivoquemos. Todo lo que podemos hacer por aquellos a quienes amamos es consecuencia, precisamente, de ese amor, y como tal quedan adscritas por el amor, que abarca todas esas acciones y las transforma en una sola acción: amar. Porque amar es escuchar, hablar y callar, amar es compartir, amar es ayudar y enseñar… O mejor aún: todo eso, hecho con amor, se convierte en acciones amorosas, amantes o amativas: escuchar amando (o amar escuchando), etc.
Debería parar, no vaya a perderme entre el laberinto de surcos de mi cerebro. Pero, antes, una pregunta. ¿Qué puedo hacer por aquellos a quienes no amo? ¿Ayudarles o ponerles la zancadilla? ¿Escucharles o mandarles a freír guano a la vía del tren? ¿Enseñarles cómo deben detener sus vehículos para no entorpecer el paso de los peatones en un paso de cebra ni ocultar la visibilidad de los semáforos, o rajarles las ruedas y reventarles los retrovisores? ¿Hacer lo que te ordenan o hacer lo que te ordenan?
Me temo que esta pregunta deberá respondérsela cada uno, según su experiencia, sus vivencias, sus creencias y su conciencia le dicten. Pero permitidme que, antes de dejaros tranquilos, os recuerde que hubo una vez alguien que nos dijo que era mejor amar a nuestros enemigos. Y no sabéis lo que cuesta amar al camionero que, delante de tus narices, tapona un paso de cebra y oculta un semáforo y que se revuelve contra ti cuando le recuerdas que las personas que quieren cruzar la calle bajo la fría nieve son más importantes que su p… camión y sus ganas de tomarse un café…
Tengo que seguir intentándolo.
Esta semana he leído un interesante libro. No puedo revelar su contenido, porque es algo que está relacionado con mi trabajo, pero sí puedo mencionar, creo, un comentario que aparece en él. En un momento determinado de la historia, el protagonista recuerda unas observaciones que hizo Viktor Frankl acerca del comportamiento humano en casos de extrema dureza. Decía Frankl, que como sabéis sobrevivió a Auschwitz y se convirtió en un personaje afamadísimo por sus libros, sus palabras y su trabajo, que los seres humanos, en situaciones como la que él mismo vivió en Auschwitz, sobreviven en mayor medida cuando tienen una gran fe, un gran amor por sus seres queridos, una gran esperanza y una gran ilusión en el futuro, ilusión que se materializa y define en hechos concretos. De la misma manera, los pacientes que, sufriendo una enfermedad, tienen una meta, una esperanza, una ilusión, se enfrentan a la enfermedad de otra manera, y a veces, más de las que nos pensamos, logran alguna de esas metas.
Pues bien, ni estoy en peligro de muerte, ni vivo aprisionado en un campo de concentración, ni estoy, que yo sepa, afectado de ninguna dolencia grave. Pero si la semana pasada me comparaba metafóricamente con Sísifo, esta semana aún sigo en mis trece, ya que la perseverancia me adorna un poco más que otras virtudes, y mantengo la ilusión, la esperanza, la fe y el amor intactos. ¿Intactos? ¡No, al contrario! Están gastados, muy gastados (¡ojalá lo estuvieran más!), porque son "cosas" que, cuando más se gastan, más crecen.
Pero como no voy a pasarme la vida buscando frases «sísífeas», recurro de nuevo a Proverbia.net, que me dio ayer una delicia del profesor Savater. Ved:
«Uno no puede hacer nada por las personas que ama, sólo seguir amándolas» (Fernando Savater).
El tiempo me apremia, así que debo darme prisa. Dice don Fernando que no podemos hacer nada por aquellos a los que amamos, salvo amarlos. Ayudarlos, enseñarles, compartir cosas con ellos, hablarles, escucharlos, etcétera, son, para don Fernando, nada. ¿Nada? No, no nos equivoquemos. Todo lo que podemos hacer por aquellos a quienes amamos es consecuencia, precisamente, de ese amor, y como tal quedan adscritas por el amor, que abarca todas esas acciones y las transforma en una sola acción: amar. Porque amar es escuchar, hablar y callar, amar es compartir, amar es ayudar y enseñar… O mejor aún: todo eso, hecho con amor, se convierte en acciones amorosas, amantes o amativas: escuchar amando (o amar escuchando), etc.
Debería parar, no vaya a perderme entre el laberinto de surcos de mi cerebro. Pero, antes, una pregunta. ¿Qué puedo hacer por aquellos a quienes no amo? ¿Ayudarles o ponerles la zancadilla? ¿Escucharles o mandarles a freír guano a la vía del tren? ¿Enseñarles cómo deben detener sus vehículos para no entorpecer el paso de los peatones en un paso de cebra ni ocultar la visibilidad de los semáforos, o rajarles las ruedas y reventarles los retrovisores? ¿Hacer lo que te ordenan o hacer lo que te ordenan?
Me temo que esta pregunta deberá respondérsela cada uno, según su experiencia, sus vivencias, sus creencias y su conciencia le dicten. Pero permitidme que, antes de dejaros tranquilos, os recuerde que hubo una vez alguien que nos dijo que era mejor amar a nuestros enemigos. Y no sabéis lo que cuesta amar al camionero que, delante de tus narices, tapona un paso de cebra y oculta un semáforo y que se revuelve contra ti cuando le recuerdas que las personas que quieren cruzar la calle bajo la fría nieve son más importantes que su p… camión y sus ganas de tomarse un café…
Tengo que seguir intentándolo.
Comentarios
Con afecto, Carmen Guaita.