Hola, corazones.
Una mañana fresca (pero no fría) y luminosa como la de hoy vino precedida por una tarde sencilla (pero no aburrida) que me deparó alguna que otra sensación agradable. Después de una sesión de plancha de unas dos horas y media, me dispuse a ver el informativo y a cenar [si hemos de atenernos a los tópicos, no soy humano: planchar me entretiene, me relaja, ¡y lo hago bien!; si seguimos en tópicos, se podría dudar de mi género, ya que pocos somos los hombres que confesamos sin pudor que la plancha no nos resulta una actividad imposible].
Y cuál no fue mi sorpresa cuando, en medio de un informativo (vale, era Telemadrid, no sé qué pasaría en otras cadenas), me encontré con una improvisada lección de cultura religiosa, con tintes de hagiografía, de historia de la Iglesia y de, pásmense todos, ¡teología trinitaria! Cierto es que la cosa (la lección) era muy rudimentaria, y estaba expresada, además, en un horroroso español con marcado acento insular (no canario, no, de más arriba, a la izquierda, según se mira, en un mapamundi, hacia el polo norte desde Madrid). Pero era eso: una lección de cultura religiosa. ¡Qué cosas!
Y pensar que yo, al principio, no era demasiado partidario de tintar de verde la puerta de Alcalá para celebrar san Patricio. Y mira tú por dónde, tiene que ser el evangelizador de Irlanda quien reevangelice desde los bares y cervecerías, y a través de la televisión, a la España siglo XXI en la que vivimos. ¡Y encima lo hace con una cervecita en la mano!
Pues aunque tarde, hoy, en honor de san Patricio, me he puesto una camisa con rayas verdes, ya que verde es su color. Y, también en su honor, hoy me tomaré una cerveza (al menos). Glory to saint Patrick! Hic!
Bien, y ahora vamos con la frase-cita:
«Una mala reputación es una carga, ligera de levantar, pesada de llevar, dificil de descargar» (Hesíodo).
Dice la RAE que la reputación es la opinión o consideración en que un sujeto tiene a alguien o algo, y también, por reciprocidad, el prestigio o la estima en que son tenidos alguien o algo.
La primera cuestión es si la reputación se la atribuye uno o son los demás quienes intervienen en el proceso. Porque, digo yo que si te dedicas a amenazar a todos los chicos del cole, a quitarles el bolígrafo y a distraerles cuando el profesor les está preguntando, la reputación de zurrubullero te la has creado tú solito. (No os molestéis en buscar «zurrubullero» en el diccionario, no viene, pero supongo que no os costará mucho saber qué quiero decir con este palabrastro). Dicho de otra manera, es lo de blanco, líquido y en botella; y todo el mundo dice corriendo ¡leche!; pues no, era crema hidratante, ¡hala! O también es lo del humo que anuncia dónde está el fuego. Quizá mejor deberíamos decir la combustión, porque los vehículos, por ejemplo, sueltan mucho humo pero fuego, lo que se dice fuego, no tienen (menudo trabajo tendrían los bomberos, todo el santo día apagando incendios en todos los coches…).
A lo que voy es a que la reputación se la atribuye uno pero los demás ayudan, y mucho, a veces, a levantarla y a cargarla sobre ti. Y una vez cargada, dice Hesíodo que es pesada de llevar. Lo es. Sobre todo algunas reputaciones. Las que tienen carga negativa (no, no me refiero a los electrones, sino a la consideración moral de algunas reputaciones). Las que son o pueden ser utilizadas como arma arrojadiza contra uno. Porque claro, si uno tiene fama de bondadoso, generoso, humilde y amigable, casi de santo, no se habla de su reputación, sino de que tiene fama de santo, de que vive en olor de santidad, o incluso se afirma rotundamente que lo es, y punto. Nadie dice que tiene «reputación de santo», ni siquiera que tiene «buena reputación». ¿Qué tendrá la reputación que casi siempre suena como algo malo? Será por que es una doble putación? Pero el verbo latino puto, putas, putare no significa tal…
En fin, que me voy. El caso es que decíamos ayer (en el párrafo anterior) que la reputación es una carga difícil de llevar. Cierto. Que se lo pregunten a quien tenga una reputación que no corresponde con su realidad. (Esa es otra: en muy pocas ocasiones la reputación es coincidente, no ya al cien por cien, sino simplemente en sus líneas generales, con la realidad de la persona que la soporta). No sigo por aquí, creo que todos tenéis criterios para comprenderme.
Por último, dice Hesíodo que la reputación es difícil de descargar. Cuidadito con las palabras, que viene la ministra… Si una persona ha hecho algo repetidas veces, algo que ha permitido que los demás, en su exagerado afán de «ayudar», hayan cargado sobre él determinada reputación; si ha cargado con esa reputación y la ha sobrellevado hasta la extenuación (perdóneseme la aliteración y la repetición, que hago con intención), cuando intente descargarla le costará mucho. Muchísimo. Primero porque esos ayudadores que tanto hicieron por cargarla no se molestarán lo más mínimo en hacer un público mentís sobre el asunto. Segundo, porque a veces la reputación tiene tanto peso que mina, incluso, la propia consideración de quien la lleva, que puede llegar a pensar que quizá toda esa gente que tan amablemente la ha cargado sobre él no esté del todo equivocada…
¡Huyamos de eso, queridos! No contribuyamos a cargar reputaciones, sobre todo malas (ya digo que las buenas reciben el nombre de fama) y dejemos que nuestros congéneres sean libres.
Y, ya que estamos, que san Patricio nos ayude en esta sana intención.
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