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Un pensamiento de Anatole France

Hola, corazones

Hoy es uno de esos días. No, no voy a hablar de los efectos psicológicos de la andropausia precoz, ni de la influencia en el estado anímico de la presión atmosférica. Es otra cosa. Hoy es uno de esos días en los que los símbolos se imponen, y no siempre como resultado de una adhesión consciente y reflexiva. Hoy es día de mítines electorales. Esos encuentros en los que los candidatos dicen a la gente que les vote y a los que sólo acude la gente que les va a votar. Hasta ahí bien, pero es que es imposible abstraerse a la imparable e incesante reproducción de pancartas, musiquetas, banderines, retratos, impactantes e ingeniosas frases comunes de los políticos... Al final sólo consiguen que me domine una náusea incoercible (uso esta expresión con permiso de un muy querido amigo que tiene compuesta una maravillosa canción que trata, precisamente, el tema de la náusea), que me concentre en mis cositas y pase de todo. Luego el domingo me recupero y voto, pero eso ya es harina de otro costal o incongruencia de otra meliflua voluntad...

Si no me gustan los mítines, menos aún las manifestaciones, esos encuentros sociales de variopinta gente que se reúnen en la calle en torno a una idea y cientos de símbolos anticuados. Como fuera que la mayor parte de esos símbolos no sólo no me representan, sino que no son para mí más que los lábaros eSePeQueRos que portaban los soldados romanos, no me siento nunca ni con ganas ni con fuerzas ni con ánimos de unirme a grupos que reivindican con sus símbolos pretendidas nostalgias pretéritas envueltas en un falso halo de romanticismo evocador. Y yo, sinceramente, no creo que regresar a los tiempos de Amalarico, a los del Conde Duque de Olivares o a los del general Prim sea en absoluto interesante para mi país ni para mi persona (y eso que me encantan las antigüedades, que me acabo de comprar una banqueta de piano, de esas redonditas que suben y bajan girando el asiento; no, piano no tengo, ni se le espera, que mi palacete no es capaz de albergar tales lujos).

En fin, dicho esto, que viene como reacción a una foto que he visto hoy en el periódico, voy a pasar ya a la frase-cita. Esta vez me la presta Proverbia.net, que hacía mucho tiempo que tenía a este buen servidor en el olvido. Dice así su recomendación de ayer:

«El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen» (Anatole France).

Este reivindicativo escritor francés (¿por qué pretender el afrancesamiento de la antigua Anatolia?) nos habla de futuro, algo de lo que últimamente parece que todos tienen algo que decir: que si el uno nos dice que nos va a dar un futuro próspero y el otro un futuro incierto y oscuro, que si el futuro que nos promete el otro es un futuro condicionado al pretérito, que si el futuro es antropológicamente un pensamiento de izquierdas, que si la bruja pitonisa de la tele te adivina el futuro por un módico precio, que si para qué preocuparnos del futuro si está cerca el fin del mundo, que si qué futuro tiene esta chica tan mona que actúa tan bien delante y detrás de las cámaras, que si...

Pues bien. Tanto futuro, tanto futuro, que al final se esconde, como bien dice don Anatolio. El futuro se esconde, está oculto, detrás de los hombres que lo hacen. Sé que entre mis distinguidos clientes y lectores nadie se ofende porque al decir hombres estamos diciendo (don Anatolio está diciendo) hombres y mujeres, esto es, personas. Quizá se ofenden más mis clientes y lectores precisamente por hacer esta aclaración. Pido disculpas. Pero tenía que hacerla.

«El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen». La cosa está en ver qué futuro esconden, y sobre todo quién está construyendo nuestro futuro. La cosa está en que muchas veces delegamos la construcción de nuestro futuro en otros. Vale que hay muhos asuntos relacionados con el futuro que se nos escapan, o que no podemos abarcar, o a los que nuestra formación no alcanza, y para todos esos asuntos delegamos en otras personas, en otras instancias. Y de ahí salen luego, entre otras instituciones, los Parlamentos y los Gobiernos.

Pero hay otras circunstancias que sí dependen de nosotros. Cosas pequeñitas, nimiedades tontorroninas que, por pereza, desidia, cansancio, vagancia, ignorancia, falta de visión, comodidad, sedentarismo, distracción, inadecuada educación, etc., vamos dejando también en manos de otros, o peor aún, vamos abandonando a su suerte, hasta que llegan otros y se hacen con el poder en esos asuntos.

Aunque haya muchas personas, instituciones, circunstancias, necesidades, etc., que me aprieten, que me acosen, que me persigan, que me atosiguen, que me hagan sufrir, siempre debo pensar que la apretura no es ahogo, que el acoso no es derrota, que la persecución no es abandono, que el atosigamiento no es asfixia, que el sufrimiento no es muerte. Que yo soy portador de algo más grande que yo mismo, y ese algo es lo que debo dejar a las generaciones siguientes, ese algo es aquello con lo que debo contar para construir, siempre, el futuro.

Dejemos que el futuro se vea, que asome detrás de nosotros, que somos forjadores de futuro.

Y feliz semana. Auguro.

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