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Un pensamiento de Gonzalo Torrente Ballester

Hola, corazones.

Qué día más protestón el de ayer. Uno no sabe cómo acertar. Si felicitas a una mujer por el día de la mujer trabajadora en paro (esto no es mío, lo he leído en la prensa), corres el riesgo de que te suelte un exabrupto y te diga que ella no tiene nada que celebrar, pues trabaja 365 días al año. Yo también, pienso para mis íntimos adentros existenciales, pero me callo no sea que me fulminen con la indiferencia. Te unes a ella, cautamente, diciéndole que la comprendes, y que desde tu (mi) condición de unidad familiar monoparental sin hijos ni otros familiares a su cargo (lo que de toda la vida de Dios se ha llamado simplemente soltero) de jibarizada retribución salarial, también trabajo 365 días al año, y sé muy bien cómo se siente. Y me mira de nuevo con fulminante destello, haciéndome sentir como si hubiera profanado el templo más sagrado. Le comentas todo esto a un compañero, y te suelta con indignación que los hombres no tenemos día especial, y si alegas aquello de las desigualdades de derechos y retribuciones, te ataca de nuevo con más saña. Vamos, que a mí la celebración del día de ayer me supuso una acumulación de reproches constantes, venidos de todos los lados. Y además me quedé sin bombones, que es lo típico que lleva uno al trabajo cuando celebra algo. Jopetas.

La frase-cita que he elegido (ya estoy corriendo, que no tecleo tan rápido y seguro como deseo y el tiempo me alcanza por momentos) no tiene que ver con esto, sino con otra cosa que luego comentaré. Proverbia.net facilita este pensamiento:

«La peor soledad que hay es el darse cuenta de que la gente es idiota» (Gonzalo Torrente Ballester).

Hacía tiempo que tenía yo ganas de tener el gozo de comentar un pensamiento de don Gonzalo, hombre proclive a ver, con inteligencia, la oscuridad que oculta el gozo y la felicidad que se esconde tras las sombras. Fácil juego de palabras que utilizo como recurso para ordenar mis ideas en la mente antes de proseguir (como si mi mente admitiera el orden, o peor, como si yo tuviera ideas...).

Uno que conoce la soledad en facetas diversas puede entender muy bien lo que don Gonzalo quiere decir. La soledad física buscada, esa que se consigue a veces en la montaña o en el campo, en la celda monacal o en el silencio del sagrario (no, esa no es soledad, lo siento), es una soledad fecunda, una soledad acompañada de presencias queridas, añoradas, evocadas, percibidas, susurradas. En el silencio de la noche...

Está también la soledad del que «es» solo. De aquel buey perediano que bien se lame, de aquella que no se casó con el barbero y del «quebraero» de las cabezas «s’ha librao». Esta soledad, si no es fruto del abandono u olvido progresivo, o de la obcecación por una compañía imposible, si no es, en definitiva, doñarrositera, puede también ser fecunda. Sin necesidad de que sea consagrada, que la soledad consagrada, salvo la eremítica (y tampoco) no son soledades, sino búsquedas de una presencia más absoluta.

Ahora bien, cuando la soledad no es buscada, o simplemente asumida, aceptada, incorporada, intrahistorizada, personalizada, hecha íntima y connatural, cuando la soledad es algo impuesto, una pesada carga que derrumba las paredes de tu casa sobre ti y comprime el corazón en una nuez, cuando te hace salir corriendo, gritando, buscando consuelo en el primer brazo, en el primer ojo, en la primera carne que te hace caso, la soledad es o puede ser una gran angustia.

Incluso, y llegamos a lo de don Gonzalo, cuando eres persona familiar amada y amante, amiga y amistosa, social y sociable, es tu intelecto el que puede, aun así, percibir otra soledad. Y esta, ciertamente, debe de ser enormemente angustiosa, terrible, desoladora, atílica: si te sientes solo porque todo el mundo te parece idiota (quizá lo sea de verdad, quizá sea simplemente que no te comprende), la desolación puede alcanzar tu alma. Y esa sensación calimérica tiene que ser terrible.

Menos mal que yo no la siento, quizá porque me rodeo de personas más dotadas de inteligencia (lingüística, idiomática, musical, visoespacial, artística, naturalista, científica, lógico-matemática, corporal, intrapersonal, interpersonal, digital y emocional) que yo, o porque el idiota soy yo.

Aunque lo dudo. Y para terminar, un consejo: si recibís mensajes o correos de cadena, de esos de «Mari Puri no lo hizo y se le rompió el jarrón chino en la frente», recelad. Si alguien os cuenta, con un supuesto calendario delante, que julio de 2012, por primera vez desde hace ochocientos nosecuantos años, tiene tres viernes, tres sábados y tres domingos, recelad. No hace falta que hagáis acopio de los calendarios de los últimos novecientos años para comprobarlo, simplemente echad mano del calendario de la cartera (ah, ¿no tenéis un calendario en la cartera?), y comprobadlo: julio comienza en domingo. Aunque el mensaje os venga de la última persona de la que esperaríais que participara en ese tipo de cadenas. Ahora, como pille al que ha engañado a mi hermana y a su amiga, que es como si fuera mi hermana, se va a enterar.

Tened buen día.

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