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Un pensamiento de Winston Churchill

Hola, corazones.

Rara semana esta en la que los almendros han florecido desaforados y ando con la mirada baja buscando al idiota de la primera chancla por la Gran Vía. Los chancleteros prematuros son como los almendros, que florecen/sacan los pies a relucir con el primer rayo de sol que los entibia sin caer en la cuenta de que en marzo el suelo puede estar frío como el cuarzo para andar descalzo y el aire ventoso para andar poniéndose florecitas en las ramas.

Rara semana, además, en la que pasan cosas raras y al final son quienes lo cuentan los que lo hacen mal. Pero en Siria sólo mueren sirios y periodistas, y la gente se queda sin coche porque lo han puesto a arder, y sean cuatro gatos que degradan la imagen general o sean cientos de miles de niñatos irresponsables y egoístas, el caso es que la gente se queda sin coche porque se lo han quemado, y los malos son los periodistas que lo cuentan. Y en Siria, mientras tanto, sólo mueren sirios y periodistas.

Menos mal que a veces llega una noticia como la del ángel de Braunschweig, que además de ser un ángel benefactor anónimo lee el periódico todos los días para, con él, orientar el aleteo de su influjo amable.

Hoy estoy «profesional». Más o menos. Me pasa con el periodismo lo mismo con el arte abstracto. Me encono cuando alguien dice «eso también lo puedo hacer yo» pero no lo hace, no se ha puesto nunca a hacerlo y, si se pone, a la semana se ha cansado de hacerlo porque no le ve rédito personal para hacerlo, y vuelve entonces al archivador o a los balances (y empieza de nuevo a mecer la cabeza al son que le marcan sus auriculares). Y a la vez me doy cuenta de que muchas veces el «cuadro» en cuestión tiene más de pacotilla, o menos sustancia, que un huevo de codorniz relleno.

Por eso, quizá, la frase-cita de hoy. Proverbia.net la proporciona:

«Cuanto más atrás puedas mirar, más adelante verás» (Winston Churchill).

Esta norma de don Güinston resulta de imprescindible aplicación, creo, en el mundo del periodismo. Porque si de contar lo que ocurre se trata, si de reflejar la realidad, multifacética y poliinterpretativa como esta suele ser, siempre será conveniente mirar no sólo adelante, ni sólo a los lados, ni sólo atrás pero poco, sino hacia todas partes. Y cuanto más se pueda contemplar antes, mejor. Entendamos el delante y el detrás no sólo como coordenadas espaciales, sino también temporales: lo que ocurre tiene unas consecuencias previsibles delante y procede de unos antecedentes que lo sustentan por detrás. Y tiene a los lados circunstancias, similares o disímiles, que contextualizan también el evento.

Toma ya. Me he perdido y he dejado epatados a todos los que me leen (ayer un amigo me dijo que una amiga suya a la que conozco me lee todas las semanas; gracias, cielo, tienes una copa en el Divina cuando quieras). Volvamos a la frase de don Güinston. En el entorno del fútbol esto es muy claro. Los periodistas que nos están relatando un vulgar y anodino (cuando hay tantos de ellos al día, todos, salvo contadísimas excepciones, son vulgares y anodinos) partido de fútbol, cuentan con un montón de datos por detrás (lo llaman estadísticas, aunque yo siempre pensé que las estadísticas servían para otra cosa más interesante que para contar el número de patadas que da un tipo con peinado hortera a un balón) que avalan que si Nosequientinho ha marcado tropecientas veces desde tal punto, lo hará, menos en Manchester, que siempre ha fallado. Y se remontan y remontan hacia atrás en la crónica épica que convierte millonarios en cides campeadores y rivales en gengiskanes del pisotón. Ejem. Creo que este ejemplo no vale. Demasiado contaminado por mi animadversión presonal contra el fútbol. Y contra la epopeya pacotíllica.

Pongamos otro ejemplo. El que cuenta y analiza lo que hace un determinado ministro en un momento determinado tiene la obligación de mirar hacia delante, para poder evaluar los posibles efectos y consecuencias de la norma dictada, pero también hacia atrás. Y mucho. Para entender mejor cómo es que a ese ministro se le ha ocurrido eso, qué había antes, y qué había, incluso, antes de antes. No es cuestión de acabar siempre en Calígula, si eres partidario de la oposición al ministro, o en Constantino, si eres partidario, o en Alejandro Magno, si… Pero está claro que hay que mirar atrás. Que mirar atrás ayuda mucho a ver lo que hay delante.

Eso es mirar atrás en el tiempo. Pero también hay que mirar atrás en el espacio. ¿Quién hay detrás de esa manifestación? El Selur con las escobas que limpia las calles recogiendo lo que se les ha caído a los manifestantes. Lo siento, pero es que a mí me enseñaron a no tirar nada al suelo, sino a guardármelo hasta encontrar una papelera. Y si en esa manifestación de repente a alguien y de manera independiente le da por pisar el césped y dar patadas a los rosales y adornos florales de la calle, ¿quién hay detrás? El servicio municipal del Ayuntamiento, que repara y repone. ¿Y…? Está claro. Y detrás del que corre a quemar contenedores y coches, a vaciar papeleras y romper escaparates, va quien tiene que ir. Y en todos los casos hay un periodista que lo cuenta.

Pero, claro, el periodista corre el peligro de contar sólo lo que ve. Por eso tiene que ir mirando hacia delante, hacia los lados y hacia atrás. Primero para que el cascote que ha tirado el del polo negro con capucha y palestino en la cara no le rompa la crisma (en Siria, repito, mueren sirios y periodistas). Pero también para saber qué y quién hay detrás de las cosas que ocurren, de las cosas que se dicen, de las cosas que se ocultan, de las cosas que se evitan.

Seguiría, porque esto da para mucho hablar, y seguro que para mucho discutir, que tengo yo a más de una persona dispuesta a rebatirme hoy cada coma, pero acabo de mirar hacia delante, y he visto el reloj de la esquina inferior derecha de mi monitor, y hacia atrás, y he visto la cara de mi jefe… Así que mejor me callo…

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