Hola, corazones.
No sé por qué ni por qué no, pero desde que me he levantado esta madrugada antes de que los últimos botelloneros de la calle hubieran desaparecido ya me están llorando los ojos. Y me esperan hoy siete horas de intensa actividad pegado a la pantalla. Así que habéis de perdonarme mi brevedad, y sobre todo los errores y erratas que encontréis, que posiblemente habrá, porque siempre los hay.
Yo quería hablar esta mañana de cosas como los monos bonobos, la profesión más feliz del mundo y la (o las) más denostadas en España (sacerdotes, militares y periodistas, ¿a alguien le sorprende?), la insumisión impositiva de algunos caraduras, la impresentabilidad de ciertos personajes públicos, el sexismo y el género en el lenguaje, incluso de las Fallas, pero no puedo, y mira que lo siento, pero me lloran los ojos.
Pensaba, incluso, tomar una frase-cita de la impresionantemente maravillosa Agenda San Pablo 2012, concretamente la del día de hoy («Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer»), que es de Jonathan Swift, y hacer un sesudo y contradictorio comentario, pero finalmente voy a decantarme por algo más ligerito y llevadero, como la frase-cita que nos facilita, también hoy mismo, nuestro proveedor habitual, Proverbia.net:
«Cualquier cosa debe tomarse seriamente, nada trágicamente» (Adolphe Triers).
Sinceramente, no tengo mucha idea de quién sea este señor, aparte de la escueta información que proporciona Proverbia.net (1797-1877, político e historiador francés). Lo que sí sé es que estoy de acuerdo sólo a medias. Veamos. Yo soy de la opinión de que no hay que tomarse las cosas trágicamente (otra cosa es que luego no se me caiga el azucarero al suelo, o se me destiña un pantalón, y ande contándoselo a todo el mundo, y lamentando entre sollozos y ayes que llevo una semana sin vivir en mí porque el suelo cruje a mis pies y la mancha no sale ni que le des con trilita). Porque ya se encarga el mundo, la gente a tu alrededor, tu jefe, la capacidad destructora de la naturaleza, la inepcia de tus líderes, etc., de organizarte la vida según la tragedia de turno (y sólo las que matan gente deben ser consideradas como tales).
En lo que no estoy tan de acuerdo, señor Triers, es que todo haya de tomárselo seriamente. ¿Dónde se deja usted el sentido del humor? Esa gloria, esa bendición, esa inmaculada cualidad, ese infinito regalo de Dios que es la risa, ¿dónde me la deja usted? No es que tengamos que perder la consciencia y echarnos a reír sin más de todo, pensando que nunca nuestro suelo ha estado tan dulce y que podemos intentar poner de moda los desteñidos marrones a la altura del tiro del pantalón. Pero sí podemos barrer el suelo y, cuando siga crujiendo bajo nuestros pies, sonreírnos pensando en lo patoso que se puede llegar a ser, o en lo bien que se lo tuvo que pasar la lavadora jugando a mezclar colores como los niños pintores. Porque no se acaba el mundo, ¿no?
Pues eso, señor Triers, que estoy de acuerdo con usted sólo a medias. Que las cosas hay que tomárselas seriamente, nunca trágicamente, pero con sentido del humor.
¿Empalmamos esto con lo del señor Swift? ¿Soy más sabio cada vez que me equivoco? Depende de dos cosas. Primero, de cómo me lo haya tomado. Porque si me tomo mi equivocación como una tragedia irreversible, seguramente no seré más sabio mañana de lo que lo soy hoy (¿lo soy hoy?). Mejor será que mis equivocaciones las calibre y las valore con seriedad y sentido del humor a la vez. ¿Por qué? Aquí entra la segunda variable: en la medida en que mi equivocación me afecte sólo a mí mismo, es decir, que no tenga consecuencias negativas ni perniciosas para terceras personas, con más sentido del humor debo tomarme mi error, menos he de avergonzarme de él, para ser mañana más sabio que hoy. Por el contrario, cuantas más personas se hayan visto afectadas por mi error, con más seriedad debo tomar este, y asumirlo. Y avergonzarme de él, con la intención de corregirlo. Si no, no seré mañana más sabio de lo que lo soy hoy (¿lo soy hoy?).
En fin, que os dejo que me lloran los ojos y me esperan muchas letras en pantalla...
No sé por qué ni por qué no, pero desde que me he levantado esta madrugada antes de que los últimos botelloneros de la calle hubieran desaparecido ya me están llorando los ojos. Y me esperan hoy siete horas de intensa actividad pegado a la pantalla. Así que habéis de perdonarme mi brevedad, y sobre todo los errores y erratas que encontréis, que posiblemente habrá, porque siempre los hay.
Yo quería hablar esta mañana de cosas como los monos bonobos, la profesión más feliz del mundo y la (o las) más denostadas en España (sacerdotes, militares y periodistas, ¿a alguien le sorprende?), la insumisión impositiva de algunos caraduras, la impresentabilidad de ciertos personajes públicos, el sexismo y el género en el lenguaje, incluso de las Fallas, pero no puedo, y mira que lo siento, pero me lloran los ojos.
Pensaba, incluso, tomar una frase-cita de la impresionantemente maravillosa Agenda San Pablo 2012, concretamente la del día de hoy («Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer»), que es de Jonathan Swift, y hacer un sesudo y contradictorio comentario, pero finalmente voy a decantarme por algo más ligerito y llevadero, como la frase-cita que nos facilita, también hoy mismo, nuestro proveedor habitual, Proverbia.net:
«Cualquier cosa debe tomarse seriamente, nada trágicamente» (Adolphe Triers).
Sinceramente, no tengo mucha idea de quién sea este señor, aparte de la escueta información que proporciona Proverbia.net (1797-1877, político e historiador francés). Lo que sí sé es que estoy de acuerdo sólo a medias. Veamos. Yo soy de la opinión de que no hay que tomarse las cosas trágicamente (otra cosa es que luego no se me caiga el azucarero al suelo, o se me destiña un pantalón, y ande contándoselo a todo el mundo, y lamentando entre sollozos y ayes que llevo una semana sin vivir en mí porque el suelo cruje a mis pies y la mancha no sale ni que le des con trilita). Porque ya se encarga el mundo, la gente a tu alrededor, tu jefe, la capacidad destructora de la naturaleza, la inepcia de tus líderes, etc., de organizarte la vida según la tragedia de turno (y sólo las que matan gente deben ser consideradas como tales).
En lo que no estoy tan de acuerdo, señor Triers, es que todo haya de tomárselo seriamente. ¿Dónde se deja usted el sentido del humor? Esa gloria, esa bendición, esa inmaculada cualidad, ese infinito regalo de Dios que es la risa, ¿dónde me la deja usted? No es que tengamos que perder la consciencia y echarnos a reír sin más de todo, pensando que nunca nuestro suelo ha estado tan dulce y que podemos intentar poner de moda los desteñidos marrones a la altura del tiro del pantalón. Pero sí podemos barrer el suelo y, cuando siga crujiendo bajo nuestros pies, sonreírnos pensando en lo patoso que se puede llegar a ser, o en lo bien que se lo tuvo que pasar la lavadora jugando a mezclar colores como los niños pintores. Porque no se acaba el mundo, ¿no?
Pues eso, señor Triers, que estoy de acuerdo con usted sólo a medias. Que las cosas hay que tomárselas seriamente, nunca trágicamente, pero con sentido del humor.
¿Empalmamos esto con lo del señor Swift? ¿Soy más sabio cada vez que me equivoco? Depende de dos cosas. Primero, de cómo me lo haya tomado. Porque si me tomo mi equivocación como una tragedia irreversible, seguramente no seré más sabio mañana de lo que lo soy hoy (¿lo soy hoy?). Mejor será que mis equivocaciones las calibre y las valore con seriedad y sentido del humor a la vez. ¿Por qué? Aquí entra la segunda variable: en la medida en que mi equivocación me afecte sólo a mí mismo, es decir, que no tenga consecuencias negativas ni perniciosas para terceras personas, con más sentido del humor debo tomarme mi error, menos he de avergonzarme de él, para ser mañana más sabio que hoy. Por el contrario, cuantas más personas se hayan visto afectadas por mi error, con más seriedad debo tomar este, y asumirlo. Y avergonzarme de él, con la intención de corregirlo. Si no, no seré mañana más sabio de lo que lo soy hoy (¿lo soy hoy?).
En fin, que os dejo que me lloran los ojos y me esperan muchas letras en pantalla...
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