Hola, corazones
No tenía nada especial que contar y de repente leo en el blog de una amiga su llamada de auxilio, su clamor desesperado reclamando la vuelta de la racionalidad, la humanidad, la decencia moral y la congruencia, y denunciando el tremendo desquicie en el que vivimos. Acudo a las fuentes que cita, y me encuentro con que existe una ley que data del año 2007, creo, y que ahora está siendo reformada por el Gobierno para adecuarla a la normativa europea. Una ley que contempla los últimos avances cientificos que reconocen y demuestran que existe sufrimiento real en los seres objeto de la protección de dicha ley. Y me digo a mí mismo que bueno, que si una ley quiere amparar y proteger al ser que sufre, no está todo perdido en el mundo.
Y leo una frase-cita en Proverbia.net, una frase-cita que ya he reproducido alguna vez en las excelsas agendas San Pablo (atención a las de años venideros: sé de buena tinta que le han cedido su confección y dirección a un joven y prometedor poeta). Una frase-cita que dice así:
«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» (Gandhi).
Y me acuerdo de otra frase-cita más:
«Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales» (Théophile Gautier).
Y estoy de acuerdo: la forma en que tratamos a los animales es importante, y mejorar su suerte es gloria para la civilización humana. Maltratar a un animal o abandonarlo, o matarlo, porque ya no cumple con su función me parece atroz, bárbaro, inhumano, incivilizado. Llevar a la destrucción y aniquilamiento a una especie animal con la excusa de protegerla me parece atroz, como me lo parecería destruir el ecosistema en el que reside. Tener como mascotas o animales de compañía (me pregunto yo qué clase de compañía proporcionan una boa constrictor o una epeira diadema, por ejemplo) a bichos raros y luego abandonarlos cuando nos asustan trae consecuencias infinitamente graves que puede provocar la destrucción de otras especies (¿alguien se acuerda de los cangrejos de río de los de antes?). Pero qué rico es el jamón, qué sabroso el chuletón de buey, cuán deliciosos los percebes, y qué ternura tan apetitosa la de los lechoncines y los corderitos lechales, de esos que sólo han comido leche materna de madres que a su vez no han comido más que leche materna.
Me he cambiado de carril y ahora no sé dónde voy. Tengo que volver, pero no dando marcha atrás, que está prohibido.
La ley esa que mencionaba dice que hay que proteger a las crías y a los embriones de los mamíferos y de los invertebrados porque se ha demostrado su capacidad para experimentar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero. Pero se refiere la ley al cuidado de los animales en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio. Vale.
Y se pregunta mi amiga, escandalizada con toda razón (ah, ¿todavía no lo había dicho: estoy totalmente de acuerdo contigo, querida), cómo es posible que los mismos políticos que van a votar a favor de una ley que protege al embrión de zarigüeya o a la medusa de menos de un centímetro se desentiendan sin embargo del embrión humano y toleren, permitan, defiendan, promuevan y subvencionen el aborto, esto es, la destrucción del feto, más que embrión, de un animal vertebrado al que casualmente llamamos ser humano y pertenece a nuestra propia especie.
No es lo mismo, dirán. Rara interpretación de la realidad, rara justificación política, rara visión científica estas que admiten pruebas del sufrimiento del embrión de un mustélido y niegan no ya solo el sufrimiento sino la pertenencia al género humano al que de seguir adelante podría ser su hijo…
Ah, claro, que la ley habla de explotación, transporte, experimentación y sacrificio, y esas circunstancias no se dan cuando se defiende la eliminación (ya sea esta por succión, por desmembramiento o por decapitación intrauterina) del feto humano. Porque no está siendo explotado ni transportado ni se está experimentando con él ¿ni se le va a sacrificar? Tengo mis dudas. Más que dudas. Dudas dudísimas, como dice una compañera de trabajo.
Continúa mi amiga con su comentario. Yo no. Yo voy a terminar dando la voz a una persona:
«El respeto a la vida es fundamento de cualquier otro derecho, incluidos los de la libertad» (Juan Pablo II).
No tenía nada especial que contar y de repente leo en el blog de una amiga su llamada de auxilio, su clamor desesperado reclamando la vuelta de la racionalidad, la humanidad, la decencia moral y la congruencia, y denunciando el tremendo desquicie en el que vivimos. Acudo a las fuentes que cita, y me encuentro con que existe una ley que data del año 2007, creo, y que ahora está siendo reformada por el Gobierno para adecuarla a la normativa europea. Una ley que contempla los últimos avances cientificos que reconocen y demuestran que existe sufrimiento real en los seres objeto de la protección de dicha ley. Y me digo a mí mismo que bueno, que si una ley quiere amparar y proteger al ser que sufre, no está todo perdido en el mundo.
Y leo una frase-cita en Proverbia.net, una frase-cita que ya he reproducido alguna vez en las excelsas agendas San Pablo (atención a las de años venideros: sé de buena tinta que le han cedido su confección y dirección a un joven y prometedor poeta). Una frase-cita que dice así:
«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» (Gandhi).
Y me acuerdo de otra frase-cita más:
«Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales» (Théophile Gautier).
Y estoy de acuerdo: la forma en que tratamos a los animales es importante, y mejorar su suerte es gloria para la civilización humana. Maltratar a un animal o abandonarlo, o matarlo, porque ya no cumple con su función me parece atroz, bárbaro, inhumano, incivilizado. Llevar a la destrucción y aniquilamiento a una especie animal con la excusa de protegerla me parece atroz, como me lo parecería destruir el ecosistema en el que reside. Tener como mascotas o animales de compañía (me pregunto yo qué clase de compañía proporcionan una boa constrictor o una epeira diadema, por ejemplo) a bichos raros y luego abandonarlos cuando nos asustan trae consecuencias infinitamente graves que puede provocar la destrucción de otras especies (¿alguien se acuerda de los cangrejos de río de los de antes?). Pero qué rico es el jamón, qué sabroso el chuletón de buey, cuán deliciosos los percebes, y qué ternura tan apetitosa la de los lechoncines y los corderitos lechales, de esos que sólo han comido leche materna de madres que a su vez no han comido más que leche materna.
Me he cambiado de carril y ahora no sé dónde voy. Tengo que volver, pero no dando marcha atrás, que está prohibido.
La ley esa que mencionaba dice que hay que proteger a las crías y a los embriones de los mamíferos y de los invertebrados porque se ha demostrado su capacidad para experimentar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero. Pero se refiere la ley al cuidado de los animales en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio. Vale.
Y se pregunta mi amiga, escandalizada con toda razón (ah, ¿todavía no lo había dicho: estoy totalmente de acuerdo contigo, querida), cómo es posible que los mismos políticos que van a votar a favor de una ley que protege al embrión de zarigüeya o a la medusa de menos de un centímetro se desentiendan sin embargo del embrión humano y toleren, permitan, defiendan, promuevan y subvencionen el aborto, esto es, la destrucción del feto, más que embrión, de un animal vertebrado al que casualmente llamamos ser humano y pertenece a nuestra propia especie.
No es lo mismo, dirán. Rara interpretación de la realidad, rara justificación política, rara visión científica estas que admiten pruebas del sufrimiento del embrión de un mustélido y niegan no ya solo el sufrimiento sino la pertenencia al género humano al que de seguir adelante podría ser su hijo…
Ah, claro, que la ley habla de explotación, transporte, experimentación y sacrificio, y esas circunstancias no se dan cuando se defiende la eliminación (ya sea esta por succión, por desmembramiento o por decapitación intrauterina) del feto humano. Porque no está siendo explotado ni transportado ni se está experimentando con él ¿ni se le va a sacrificar? Tengo mis dudas. Más que dudas. Dudas dudísimas, como dice una compañera de trabajo.
Continúa mi amiga con su comentario. Yo no. Yo voy a terminar dando la voz a una persona:
«El respeto a la vida es fundamento de cualquier otro derecho, incluidos los de la libertad» (Juan Pablo II).
Comentarios