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Un pensamiento de Albert Guinon


 
Cambio el saludo, después de tanto tiempo con la introducción igartiburesca, para dar paso a los signos de los tiempos. Se impone el latín, carissimi fratres
 
Supongo que todo el mundo espera que hable de la noticia de la semana, del mes, quizá del año; noticia que me hizo volver a citar la maravilla literaria de Don Mendo y decir a los cuatro vientos: «Heme quedado de estuco». El papa Benedicto XVI, que además de Su Santidad también es Su Intelectualidad (¿de verdad?, ¡pues yo nunca le he visto en los Goya…!), ha decidido renunciar. Que no dimitir (¿cómo podría?), ni abdicar (¿en quién podría?). Renunciar. Y lo ha hecho después de mucho tiempo de meditación, reflexión y sobre todo oración. Hubiera quedado muy prepotente a los oídos del mundo que lo hubiera dicho como aquella cita de los Hechos de los Apóstoles («El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias», dice, o algo similar, no tengo una Biblia delante), pero estoy seguro de que aun no diciéndolo no estaría en absoluto descaminada la apreciación de que esta es una decisión tomada entre dos personas, una divina y otra humana, buena y humilde como pocas, pero humana al fin y al cabo.
 
No sé si acabaré hablando de ello, supongo que sí, ya que es noticia grande que ocupa muchos ámbitos y tiene muchas facetas que contemplar, pero no era mi intención inicial. Esta semana yo había comenzado con una observación, lanzada a los aires de Facebook, que tuvo una cierta aceptación antes de que Roma concentrara de nuevo todos los caminos: «Vivimos en un tiempo en el que todos parecen empeñarse en exigir a los demás un determinado comportamiento que no cumplen para sí mismos», dije.
 
Y entonces me encontré con esta frase-cita:
 
«El verdadero secreto de la felicidad consiste en exigir mucho de sí mismo y muy poco de los otros» (Albert Guinon).
 
Comienzo dándole las gracias a este dramaturgo francés que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y de cuya existencia no tenía idea hasta que encontré la frase-cita en Proverbia.net. No encuentro traducción a su apellido, así que no puedo hacer ningún guiño, ni grande ni pequeño, para jugar con él.
 
Demos por cierto que vivirmos, como he afirmado, en unos tiempos en los que la gente le exige a los demás lo que no está dispuesta a hacer por sí misma. El ejemplo más claro lo tenemos en los mensajes que leemos (cada vez hay menos gente que los oye, pues todo el mundo se confiesa harto de escuchar las mismas cantinelas en los telediarios), lanzados por muchos de nuestros políticos: «Lo que tiene que hacer este señor es…»; «Usted lo que tiene que hacer es…»… Mal empezamos...
 
Unos dicen: «Nosotros, que no somos capaces de ver la viga de nuestro ojo, exigimos de ustedes, como adalides de la moralidad y la buena práctica que somos, que renuncien,dimitan, enseñen sus cuentas, etc., y nos dejen a nosotros actuar, que somos los que sabemos».
 
A lo que los otros contestan: «Nosotros, que no somos capaces de ver la viga de nuestro ojo, exigimos de ustedes, como adalides de la moralidad y la buena práctica que somos, que renuncien,dimitan, enseñen sus cuentas, etc., y nos dejen a nosotros actuar, que somos los que sabemos».
 
Y como no se escuchan, no se dan cuenta de que están diciendo lo mismo. Y además, tampoco se dan cuenta de que no son felices, porque basan su felicidad no en liberarse de su viga en el ojo, cosa que no hacen, sino en lograr que su rival haga lo que ellos le dicen, cosa que tampoco consiguen. Y así les va, tristes, amargados, sufrientes, infelices, enroscados en la viga ajena para evitar sacarse la propia.
 
Vemos que es clara y rotunda, aplicada a estos seres, la frase-cita de don Alberto: exigen mucho a los otros y nada a ellos mismos, y así nunca pueden ser felices.
 
Pero claro, no nos pensemos que con mirar a los demás, concretamente a esos señores que están en el foro dando la tabarra para que les hagamos caso a ellos y no a los otros, son distintos de nosotros mismos. Porque nosotros quizá también exigimos mucho a los demás y poco o casi nada a nosotros mismos. Porque es muy fácil renunciar a exigirnos cosas porque estamos cansados, por ejemplo, o porque no tenemos tiempo, o porque tenemos otras ocupaciones más importantes o perentorias como dar de cenar a los niños y bañarlos, dar el manotazo al despertador a su hora, pagar la hipoteca y la última subida de lo último que haya subido, que ya he perdido la cuenta.
 
Y ahora con la renuncia del Papa en los periódicos, bien que comentan, debaten, opinan y recomiendan: Tome ejemplo del Papa, se lanzan unos a otros con un inusitado, renovado, perverso y llamativamente repentino interés por lo que hace o deja de hacer el Papa…
 
Pero luego bien que exigimos al conductor del autobús que no se retrase un segundo, que se detenga en la parada, no diez metros antes, que salude aunque no le saludemos, que conduzca rapidito que llegamos tarde pero que no dé esos frenazos tan bruscos ni tome las curvas con tanta violencia, que pare en la parada, no justo delante del alcorque, el árbol o la papelera que el ayuntamiento ha puesto tan amablemente junto a la marquesina, y que cuando arranque de nuevo no levante polvo ni salpique con los charcos. ¡Hombre, faltaría más, es que menuda desfachatez, si es que no saben conducir y contratan a cualquiera! También contratan a cualquiera como viajero del autobús, por lo que se ve.
 
¿Más ejemplos? Hombre, yo creo que está claro, ¿no? Antes de exigirle nada a nadie, deberíamos mirarnos a nosotros mismos y ver lo que nos estamos exigiendo, y si nuestra autoexigencia es proporcional y adecuada a las exigencias que nos permitimos hacerles a los demás. Quizá, como sugiere don Alberto, así aumentemos nuestra felicidad. Y nuestras endorfinas.
 
Vale para las personas, vale para los políticos, vale para las instituciones. La Asociación de Asociacionistas Asociados por la Asociación Asociada exige que tal o cual institución rectifique su mensaje, dirigido a sus integrantes, y no a los Socios Asociados, que no tienen nada que ver con ella pero que de repente se sienten muy ofendidos. Pero luego bien que se disfrazan de…
 
En fin. Creo que no puedo exigir a ninguna «Liga Anti Yo» que me lea. Yo tampoco los leo…

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