Este año la Cuaresma cae tan pronto que coincide con una serie de recordatorios anuales que tienen su fecha en los primeros días del mes de febrero: la Campaña contra el hambre (la lucha solidaria contra el hambre en el mundo y por el desarrollo de los pueblos) y la Jornada mundial del enfermo (la concienciación, también solidaria, de que el dolor y la enfermedad nos llegan a todos, y que nos debemos la mutua ayuda) son dos de ellos. Y en relación con ellos saco a colación el pensamiento de hoy, que podéis encontrar también en Agenda 2008, San Pablo, Madrid, 11 de febrero. Ved acá:
«Querer evitar cualquier encuentro con el dolor significa renunciar a una parte esencial de la vida humana» (Konrad Lorenz).
Es curiosa la manía de Word de modificarle a uno lo que escribe: digo Konrad, así con ka, y resulta que me lo interpreta Honrad; vamos que de Conrado Lorenzo pasamos a Honrad a Lorenzo, o a Honrad, Lorenzo, que suena muy laudatorio y tal. En fin. Bueno, no te vayas por Úbeda, macho.
Es curioso que en un mundo en el que todos y para todo queremos evitarnos dolores y sufrimientos, se nos diga que cuando lo hacemos perdemos una parte esencial de la vida humana. Porque es lógico, y natural, que evitemos el sufrimiento: a nadie le gusta sufrir: ¿quién se hace heridas a propósito (sí, bueno, quizá los haya, pero no es lo normal)?, ¿quién ayuna voluntariamente hasta convertir su ayuno y su hambre en un doloroso sufrimiento físico y moral, de graves consecuencias para la salud?, ¿quién decide afrontar todo dolor y sufrimiento físico, toda enfermedad, sin paliar aunque sea levemente sus síntomas?, ¿quién se involucra a propósito en relaciones humanas en las que lo único que encuentra es el dolor y el sufrimiento? Podría seguir, pero creo que hasta yo mismo entiendo con estos ejemplos lo que quiero decir: el dolor y el sufrimiento requieren un lógico tratamiento paliativo.
Pero también es cierto, por ejemplo, que sólo quien ha sufrido sabe cómo se sufre, y puede, con su experiencia, al menos, estar al lado de otro que sufre (y eso es ya un enorme y gratificante cuidado paliativo). Y también es cierto, y todos lo sabemos, que el dolor y el sufrimiento, cuando los padecemos, cuando nos toca convivir con ellos, tienen un componente educativo, formativo, madurador. Eso lo sabemos todos.
Y por mucho que queramos, por amor, por compasión, por ternura, evitar el sufrimiento a los nuestros, sabemos que el sufrimiento es necesario, y que a veces es bueno que el niño se caiga y se haga daño para que aprenda que «ahí» no se puede subir, que «eso» es peligroso tocarlo, que con «lo otro» no se juega. Bien entendido, el dolor y el sufrimiento que padecemos son maestros de vida. Y el dolor y el sufrimiento ajeno que compartimos, que hacemos nuestro, son también maestros de vida.
A eso, diría yo, que es a lo que se refiere el doctor Lorenz. No nos invita a sufrir, no, sino a entender ese sufrimiento, a integrarlo en un proyecto de vida, a no dejarnos llevar por la desesperanza que provoca el sufrimiento, sino a hacerlo nuestro para, precisamente así, salir de él. Y a ser solidarios con los que sufren. Con los que padecen hambre, hambre de la de verdad, de la de comer sólo un puñado de mijo, como mucho, cada dos días. Con los que padecen dolores y enfermedades. Con todos.
«Querer evitar cualquier encuentro con el dolor significa renunciar a una parte esencial de la vida humana» (Konrad Lorenz).
Es curiosa la manía de Word de modificarle a uno lo que escribe: digo Konrad, así con ka, y resulta que me lo interpreta Honrad; vamos que de Conrado Lorenzo pasamos a Honrad a Lorenzo, o a Honrad, Lorenzo, que suena muy laudatorio y tal. En fin. Bueno, no te vayas por Úbeda, macho.
Es curioso que en un mundo en el que todos y para todo queremos evitarnos dolores y sufrimientos, se nos diga que cuando lo hacemos perdemos una parte esencial de la vida humana. Porque es lógico, y natural, que evitemos el sufrimiento: a nadie le gusta sufrir: ¿quién se hace heridas a propósito (sí, bueno, quizá los haya, pero no es lo normal)?, ¿quién ayuna voluntariamente hasta convertir su ayuno y su hambre en un doloroso sufrimiento físico y moral, de graves consecuencias para la salud?, ¿quién decide afrontar todo dolor y sufrimiento físico, toda enfermedad, sin paliar aunque sea levemente sus síntomas?, ¿quién se involucra a propósito en relaciones humanas en las que lo único que encuentra es el dolor y el sufrimiento? Podría seguir, pero creo que hasta yo mismo entiendo con estos ejemplos lo que quiero decir: el dolor y el sufrimiento requieren un lógico tratamiento paliativo.
Pero también es cierto, por ejemplo, que sólo quien ha sufrido sabe cómo se sufre, y puede, con su experiencia, al menos, estar al lado de otro que sufre (y eso es ya un enorme y gratificante cuidado paliativo). Y también es cierto, y todos lo sabemos, que el dolor y el sufrimiento, cuando los padecemos, cuando nos toca convivir con ellos, tienen un componente educativo, formativo, madurador. Eso lo sabemos todos.
Y por mucho que queramos, por amor, por compasión, por ternura, evitar el sufrimiento a los nuestros, sabemos que el sufrimiento es necesario, y que a veces es bueno que el niño se caiga y se haga daño para que aprenda que «ahí» no se puede subir, que «eso» es peligroso tocarlo, que con «lo otro» no se juega. Bien entendido, el dolor y el sufrimiento que padecemos son maestros de vida. Y el dolor y el sufrimiento ajeno que compartimos, que hacemos nuestro, son también maestros de vida.
A eso, diría yo, que es a lo que se refiere el doctor Lorenz. No nos invita a sufrir, no, sino a entender ese sufrimiento, a integrarlo en un proyecto de vida, a no dejarnos llevar por la desesperanza que provoca el sufrimiento, sino a hacerlo nuestro para, precisamente así, salir de él. Y a ser solidarios con los que sufren. Con los que padecen hambre, hambre de la de verdad, de la de comer sólo un puñado de mijo, como mucho, cada dos días. Con los que padecen dolores y enfermedades. Con todos.
Comentarios