En estos tiempos que corren en el que las zanahorias cuestan lo que antes costaba llenar el depósito de gasolina y hacer esto último te sale como una habitación en un hotel de cuatro estrellas, y eso ya es que nadie sabe qué es lo que es; en estos tiempos en los que la hipoteca escala por tus entresijos bancarios devorando cuanto número se pone a su alcance; en estos tiempos en los que si hablas fuera del único pensamiento autorizado corres el riesgo de ser cuando menos abucheado, o ninguneado (eso me pasó a mí mismo, y a dos amigas, con un conocido cuando nos confesamos poco proclives al manteo a la derecha); en estos tiempos en los que si no cantas canciones de las que llevan sonando treinta años ininterrumpidamente, o no consideras excelsas las películas sobre la Guerra Civil inculto te verás; en estos tiempos (qué retórico te pones cuando empiezas con tus enumeraciones jaculatorias para no llegar a ningún lado) en los que el malo de la película es el que no puede entrar en su casa sin pedir miles de disculpas, y de usted, no vaya a ser que pase algo, a un grupito de niñatos sentado en tu portal con una botella de Passport en la mano, una cocacola en tu buzón y una bolsa de hielos derritiéndose en el suelo, o peor, meando en la misma puerta; en estos tiempos, termino ya, antes de que me tiréis un trasto a la cabeza y con razón, es importante, es bueno, es necesario, es justo mantener la cabeza en su sitio, serena, la mirada firme y el corazón, la mente y la voluntad puestos en un futuro mejor. Toma ya.
Parrafada que me sirve directamente para introducir la frase-cita de hoy, que no viene directamente del envío diario de Proverbia.net (la de hoy es de Juan Luis Vives y dice que «no puede existir bondad alguna donde no haya conocimiento de ella»), ni de la página de hoy de la Agenda San Pablo (la de hoy dice que «la disculpa y el perdón nunca pueden ser consideradas como debilidades. Siempre exigen grandeza de ánimo», y la firma Ignatz Bubis). La de hoy es de esas frases que, esté donde esté y a la hora que esté, con Martini o sin Martini, apunto para su posterior uso en mis agendas, o en mis Pensas. Y dice así:
«La esperanza es el más humano de los afectos, es sólo asequible al hombre y le remite a su horizonte más ancho y luminoso» (Ernst Bloch).
Antes de empezar a destripar la frase-cita con mi peculiar estilo, he de decir, aunque haya quien no lo considere necesario, que cuando el señor Bloch dice «hombre» quiere decir ser humano, o mejor, hombre y mujer, es decir, hombre no como ser sexuado sino hombre como denominación genérica universal de la especie humana. Señal esta de que la preocupación por ponerle sexo y diferenciación a las palabras y a los palabros es una moda y un modo nueva y nuevo, que obedece a las incultas e incultos consideraciones de los políticos y las políticas, que tanto se preocupan por tener a los ciudadanos y a las ciudadanas ocupados y ocupadas en estupideces y estupideces. Bien. Hasta aquí.
Ahora hablemos de Esperanza. Esa virtud, ese afecto, según Bloch, que nos remite a un horizonte ancho y luminoso. Hermoso y poético esto del horizonte. Pero vamos primero a descubrir si la esperanza es una virtud, como hemos aprendido de niños en el catecismo, o un afecto, como dice nuestro Bloch (igual los menores ya no, pero en general hemos estudiado aún un catecismo, quizá no ya de pregunta y respuesta, pero sí de estudiar y memorizar alguna cosa, principalmente listas, como los mandamientos de la ley de Dios, los mandamientos de la santa Madre Iglesia, los sacramentos, los pecados capitales o las virtudes, teologales y cardinales). Según la RAE, una virtud es «una actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos», pero también, entre otras cosas, una «disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral». Evidentemente, la esperanza encaja aquí perfectamente, tanto si la entendemos disposición del alma como si es vista como una fuerza para producir efectos (qué sería de tantos descubrimientos científicos, de tantos amores, por poner ejemplos dispares, sin la acción previa de la esperanza). Pero es que un afecto es, vuelvo a la RAE, «cualquiera de las pasiones del ánimo, como ira, amor, odio, etc., aunque tómase más particularmente por amor o cariño». ¿Es la esperanza una pasión? Esta es la pregunta. Yo, particularmente, creo que sí, que lo es. Y apasionadamente espero, por ejemplo, que las hipotecas bajen y mi sueldo suba, que mi calle deje de oler a pis y que los tiempos cambien, mejoren, avancen. Por eso yo, pronto, voy a votar. Y voy a votar por La Casa Azul. ¿Quién mejor que ellos para representar a España en Eurovisión?
Sorprendente e inesperado final, ¿eh? Besos.
Parrafada que me sirve directamente para introducir la frase-cita de hoy, que no viene directamente del envío diario de Proverbia.net (la de hoy es de Juan Luis Vives y dice que «no puede existir bondad alguna donde no haya conocimiento de ella»), ni de la página de hoy de la Agenda San Pablo (la de hoy dice que «la disculpa y el perdón nunca pueden ser consideradas como debilidades. Siempre exigen grandeza de ánimo», y la firma Ignatz Bubis). La de hoy es de esas frases que, esté donde esté y a la hora que esté, con Martini o sin Martini, apunto para su posterior uso en mis agendas, o en mis Pensas. Y dice así:
«La esperanza es el más humano de los afectos, es sólo asequible al hombre y le remite a su horizonte más ancho y luminoso» (Ernst Bloch).
Antes de empezar a destripar la frase-cita con mi peculiar estilo, he de decir, aunque haya quien no lo considere necesario, que cuando el señor Bloch dice «hombre» quiere decir ser humano, o mejor, hombre y mujer, es decir, hombre no como ser sexuado sino hombre como denominación genérica universal de la especie humana. Señal esta de que la preocupación por ponerle sexo y diferenciación a las palabras y a los palabros es una moda y un modo nueva y nuevo, que obedece a las incultas e incultos consideraciones de los políticos y las políticas, que tanto se preocupan por tener a los ciudadanos y a las ciudadanas ocupados y ocupadas en estupideces y estupideces. Bien. Hasta aquí.
Ahora hablemos de Esperanza. Esa virtud, ese afecto, según Bloch, que nos remite a un horizonte ancho y luminoso. Hermoso y poético esto del horizonte. Pero vamos primero a descubrir si la esperanza es una virtud, como hemos aprendido de niños en el catecismo, o un afecto, como dice nuestro Bloch (igual los menores ya no, pero en general hemos estudiado aún un catecismo, quizá no ya de pregunta y respuesta, pero sí de estudiar y memorizar alguna cosa, principalmente listas, como los mandamientos de la ley de Dios, los mandamientos de la santa Madre Iglesia, los sacramentos, los pecados capitales o las virtudes, teologales y cardinales). Según la RAE, una virtud es «una actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos», pero también, entre otras cosas, una «disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral». Evidentemente, la esperanza encaja aquí perfectamente, tanto si la entendemos disposición del alma como si es vista como una fuerza para producir efectos (qué sería de tantos descubrimientos científicos, de tantos amores, por poner ejemplos dispares, sin la acción previa de la esperanza). Pero es que un afecto es, vuelvo a la RAE, «cualquiera de las pasiones del ánimo, como ira, amor, odio, etc., aunque tómase más particularmente por amor o cariño». ¿Es la esperanza una pasión? Esta es la pregunta. Yo, particularmente, creo que sí, que lo es. Y apasionadamente espero, por ejemplo, que las hipotecas bajen y mi sueldo suba, que mi calle deje de oler a pis y que los tiempos cambien, mejoren, avancen. Por eso yo, pronto, voy a votar. Y voy a votar por La Casa Azul. ¿Quién mejor que ellos para representar a España en Eurovisión?
Sorprendente e inesperado final, ¿eh? Besos.
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