Dormido aún como estoy, no se me ocurre muy bien qué frase-cita (siempre daré las gracias, de manera pública y privada, mental y oralmente, al autor de esta genial y sencilla expresión) plantearos hoy. Por Proverbia.net, me llega hoy un pensamiento de un tal Muslim ab al ash al ahr nardi, o algo igual de raro, que me deja más bien frío. Así que acudo a la genial agenda de San Pablo, al viernes 11 de abril, para encontrar algo un poco más interesante a lo que hincarle el diente. Hoy me atreveré, pues, nada menos que con un poeta italiano, considerado uno de los muchos padres de la patria italiana, ahora que están de elecciones y tienen que elegir entre Berlusconi y el culo de una actriz porno.
«¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo?» (Ugo Foscolo).
Aunque el apellido de don Ugo (en español, que somos más originales, decimos Hugo, con hache perfectamente muda) parece una palabra llana, y tenderíamos a pronunciarla como Bartolo, resulta que en italiano, que es donde viene este patriota italiano que nació en una ciudad de la República Veneciana que ahora pertenece a Grecia (qué lío, madre), es agudo, con lo cual aquí, en España, a pesar de no acentuarlo, pues los apellidos (y ahora tampoco los nombres) de las personas extranjeras no se españolizan, deberíamos decir Fóscolo. ¡Qué manera tan tonta de llenar un párrafo!
Lo importante, ciertamente, no es cómo se llame o mejor, cómo se pronuncie el nombre del poeta en cuestión, sino qué tiene de cierto o de falso, de interesante o de baladí, la genialidad fraseológica de hoy. ¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo? Pues igual no habíamos conseguido nunca aprobar ese examen de latín, o nunca hubiéramos sabido que, aun pareciendo enclenques, tenemos fuerza suficiente para descender un río remando, o no hubiéramos comprobado que, en realidad, esa chica que nos gustaba tanto no era más que una pavisosa que no nos convenía nada. Aviso y prevengo que los ejemplos que pongo son casuísticas que se me ocurren sobre la marcha y que, aun partiendo de la experiencia, no son siempre aplicables a mí y en ningún caso pretenden hacer referencia concreta a ninguna circunstancia personal concreta de nadie.
¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo? Se me ocurren tantas cosas. Porque hay que tener valor en la vida, y hay que intentar las cosas que, en nuestro fuero interno, y a veces también en el externo, ejem, ejem, se nos antojan interesantes, atractivas, propias, etc., o se nos antojan retos, desafíos, pruebas. El no lo tenemos siempre, en realidad conseguirlo es tan simple como no intentar siquiera saber si al final la respuesta es un sí o un no. ¿Quieres que vayamos al cine? ¿Quieres casarte conmigo? (qué fuerte, así, tan pronto, si apenas nos conocemos). Quiero trabajar con ustedes. ¿Me prestas dinero para comprarme una casa? A ver quién sube antes a la cima de ese montículo…
Inténtalo, inténtalo, inténtalo, no está diciendo don Foscolo. Y muchas veces, el miedo, la timidez, la vergüenza, la falta de autoestima, la desesperanza, la poca fe, nos mantienen atados, quietos, mudos, paraditos. Qué lástima. Me estoy acordando de un breve texto que incluí en el año 1997 en Mi agenda (la pequeñita) con el título de El salto y sin firma de autor, pues desconozco su procedencia. Con él acaba mi invitación, hoy, a seguir intentando ser, siempre, valientes respecto a nosotros mismos y a los demás:
—Ven hasta el borde.
—No, caeremos.
—Ven hasta el borde.
—No, caeremos.
Al borde fueron,
él la empujó
e iniciaron su vuelo.
«¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo?» (Ugo Foscolo).
Aunque el apellido de don Ugo (en español, que somos más originales, decimos Hugo, con hache perfectamente muda) parece una palabra llana, y tenderíamos a pronunciarla como Bartolo, resulta que en italiano, que es donde viene este patriota italiano que nació en una ciudad de la República Veneciana que ahora pertenece a Grecia (qué lío, madre), es agudo, con lo cual aquí, en España, a pesar de no acentuarlo, pues los apellidos (y ahora tampoco los nombres) de las personas extranjeras no se españolizan, deberíamos decir Fóscolo. ¡Qué manera tan tonta de llenar un párrafo!
Lo importante, ciertamente, no es cómo se llame o mejor, cómo se pronuncie el nombre del poeta en cuestión, sino qué tiene de cierto o de falso, de interesante o de baladí, la genialidad fraseológica de hoy. ¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo? Pues igual no habíamos conseguido nunca aprobar ese examen de latín, o nunca hubiéramos sabido que, aun pareciendo enclenques, tenemos fuerza suficiente para descender un río remando, o no hubiéramos comprobado que, en realidad, esa chica que nos gustaba tanto no era más que una pavisosa que no nos convenía nada. Aviso y prevengo que los ejemplos que pongo son casuísticas que se me ocurren sobre la marcha y que, aun partiendo de la experiencia, no son siempre aplicables a mí y en ningún caso pretenden hacer referencia concreta a ninguna circunstancia personal concreta de nadie.
¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo? Se me ocurren tantas cosas. Porque hay que tener valor en la vida, y hay que intentar las cosas que, en nuestro fuero interno, y a veces también en el externo, ejem, ejem, se nos antojan interesantes, atractivas, propias, etc., o se nos antojan retos, desafíos, pruebas. El no lo tenemos siempre, en realidad conseguirlo es tan simple como no intentar siquiera saber si al final la respuesta es un sí o un no. ¿Quieres que vayamos al cine? ¿Quieres casarte conmigo? (qué fuerte, así, tan pronto, si apenas nos conocemos). Quiero trabajar con ustedes. ¿Me prestas dinero para comprarme una casa? A ver quién sube antes a la cima de ese montículo…
Inténtalo, inténtalo, inténtalo, no está diciendo don Foscolo. Y muchas veces, el miedo, la timidez, la vergüenza, la falta de autoestima, la desesperanza, la poca fe, nos mantienen atados, quietos, mudos, paraditos. Qué lástima. Me estoy acordando de un breve texto que incluí en el año 1997 en Mi agenda (la pequeñita) con el título de El salto y sin firma de autor, pues desconozco su procedencia. Con él acaba mi invitación, hoy, a seguir intentando ser, siempre, valientes respecto a nosotros mismos y a los demás:
—Ven hasta el borde.
—No, caeremos.
—Ven hasta el borde.
—No, caeremos.
Al borde fueron,
él la empujó
e iniciaron su vuelo.
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