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Un pensamiento de Confucio

Hola, corazones.

Mi horóscopo del día (no es que haga mucho caso de lo que cuenta, pero me resulta gracioso leerlo, a ver qué suelta) me dice lo siguiente: «Expone sus ideas con inesperada facilidad, dando muestras de diplomacia, habilidad y flexibilidad, cualidades que provocan la aprobación ajena». ¡Glups! (quiere decir ¡ostras!), he pensado inmediatamente. Así que voy a exponer mis ideas con facilidad. Por si las moscas, antes de llegar a la oficina ya había invocado en mis oraciones a san Francisco de Sales, pidiéndole claridad expositiva y orden en mis ideas; a santa Tecla, pidiéndole agilidad y precisión en mis digitaciones; a san Juan de la Cruz , rogándole que la belleza literaria adorne mi expresión; al beato Santiago Alberione, implorando un fruto adecuado y lógico a mi pensamiento; incluso al beato Juan XXIII, ya puestos, para que me otorgue esa diplomacia que dice el horóscopo y de la que suelo carecer. Pero, ¡un momento! Vuelvo a mirar el horóscopo, porque algo en mi subconsciente (y en mi experiencia) me dice que lo lea todo dos veces, por si acaso: inesperada facilidad, diplomacia, habilidad y flexibilidad… Estas últimas palabras demuestran a las claras que la persona del horoscopeta no me conoce lo más mínimo: diplomático, poco; hábil, ¡menos!; flexible, como una losa de mármol. Vamos, que no se está dirigiendo a mí. Pero, entonces, ¿por qué me ha sentado tan sumamente mal lo de «inesperada facilidad»? ¿Qué quiere decir este tunante con «inesperada»? ¡Brrrr! Mejor cambio de tercio, que estoy empezando a enfadarme y no tengo ganas de ponerle mala cara a nadie desde tan temprano.

Leo en el envío de Proverbia.net de ayer:

«Una voz fuerte no puede competir con una voz clara, aunque ésta sea un simple murmullo» (Confucio).

Mira, me ha recordado KugFuTsé una santa a quien no había invocado en mis oraciones: Teresa, dale claridad y concisión a mis palabras. (¿O debería pedirle gracejo? Vetusta palabra que ahora sólo usan los antiguos con ínfulas de escritores cuando no saben cómo se expresan sus personajes cuando la ironía se combina con el buen humor y la simpatía).

Dicen los que saben mucho que don Confucio era un señor muy listo que sabía mucho y se equivocaba muy poco, y que todo lo que decía era fruto de una sabiduría profunda y auténtica. No lo dudo. Como tampoco puedo dudar de esta frase-cita suya. No por mucho berrear… Tengo una amiga que cuando se enfada utiliza un imperceptible hilo de voz que te deja lívido, inmóvil como un conejito asustado, pues lo suyo, habitualmente, es que su caudal acústico compita con las cifras amazónicas de aguas desplazadas. Una voz fuerte no puede competir con una voz clara. Cuánta razón. El problema es identificar la voz clara, sobre todo si es un simple murmullo, en una estrepitosa corriente de fuertes voces, en una tumultuosa ostentación de altisonancias, en una estruendosa presentación de estentóreas expresiones… que, además, casi siempre, suelen estar vacías. Hueras. Qué bonita palabra. Tu voz es huera cuando gritas, porque el volumen que imprimes a tu pensamiento hace que tu cerebro se vacíe de razones. ¡Toma!

Mi profesora de canto dice siempre que tenemos que cantar con menos aire, que si le imprimimos fuerza a la voz, pierde expresión, belleza, timbre, contenido, matices. Lo que vale para cantar, vale para hablar. Deberíamos probar a hacer lo que nos dice el maestro Confucio: no utilicemos la fuerza en la voz para expresarnos, sino la claridad. La claridad en la expresión, se entiende, y también en el contenido. Vamos, exactamente lo que yo no suelo hacer, por muchas oraciones que les haga a todos los santos. Ustedes sabrán perdonarme.

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