Desde mi observatorio sociopsicológico particular, es decir, desde la atalaya del asiento que ocupo en el autobús camino del trabajo, y aunque voy leyendo o al menos mirando el periódico, puedo percibir algunos rasgos de las personas que, día tras día, me acompañan o hacen conmigo parte del recorrido. Ya os hablé de aquella mujer de dignísimo porte y paupérrimo aspecto que me inspiraba una mezcla de ternura y rechazo; no la he vuelto a ver, no sé qué habrá sido de ella; quizá, simplemente, ha dejado de tomar el autobús a esas intempestivas horas de la premadrugada.
En el primero de los dos autobuses que tomo, los viajeros somos todos seres solitarios, callados, absortos en nuestros pensamientos, libros, periódicos o auriculares. Sólo el retraso de un autobús permite alguna vez que se oiga dentro de la cabina alguna palabra, y esta suele ser airada. Puro contraste con el segundo autobús. Allí, normalmente, un coro de dulses y melosas voses silabean incesantes seseando ces, eses y setas. Resulta agradable, pues, no más que hablan, no elevan la voz y siempre sonríen, sea con el rostro, sea con las mismas palabras que pronuncian.
Y en medio de ese coro se intuye a veces un par de frases cruzadas entre dos niñas que son un auténtico primor, de esas que te dan ganas de buscar a sus padres para felicitarles por tener unas hijas así. Son discretas y educadas, respetuosas y amables, pero eso no es lo que más me gusta de ellas. Son guapas (la mayor tiene unos rasgos faciales que me recuerdan a Fiorella Faltoyano, una actriz cuyo rostro siempre me ha resultado interesante) y tienen las dos unas preciosas melenas, perfectamente cepilladas, pero tampoco es eso lo que más me llama la atención. Van al colegio, y llevan en la mochila, supongo, sus libros y cuadernos, pero suelen llevar en la mano un libro, y van leyendo, o en ocasiones algún que otro folio para repasar, por ejemplo, las listas de verbos irregulares ingleses. Pero tampoco es eso lo que más me gusta de ellas, y mira que la gente con un libro en la mano provoca en mí sentimientos de compañerismo, de curiosidad y de afinidad.
Lo que más me gusta de estas dos niñas que van juntas al colegio en el autobús es la relación que tienen entre ellas: son hermanas, y no existe entre ellas rivalidad ni superioridad, ni protección ni mando, sino mutua dedicación e interés de la una por la otra, en un plano de igualdad. Me ha quedado una frase muy de político profesional, pero eso que digo es lo que percibo en ellas. Y por eso hay que felicitar a sus padres. O a ellas. Claro que, pensándolo mejor, quizá sea preferible que no les diga nada, ¿no? («Mamá, hay en el autobús un señor muy raro que nos sonríe y nos dice que somos muy ricas y que te felicitemos»). Mejor me callo.
Todo esto que cuento, y mira que me he extendido, no tiene nada que ver con la frase-cita que he seleccionado para hoy, y que no tiene que ver demasiado con la observación de la gente de mi entorno inmediato, o quizá sí. Veamos:
«Mi forma de bromear es decir la verdad. Es la broma más divertida» (Woody Allen).
La broma más divertida es decir la verdad. Este señor me descoloca mucho, lo reconozco. Tiene películas que me han dejado el estómago destrozado, de tanto como me he reído (¿a vosotros no os pasa que cuando morís de risa os acaban doliendo las tripas?) y otras que me han proporcionado agradables y profundos sentimientos. Y ahora viene a decirnos que la broma más divertida es decir la verdad. Pongamos ejemplos.
Si a una persona que tiene la nariz muy gorda le decimos que tiene la nariz muy gorda, ¿le estamos gastando una broma?, ¿estamos cometiendo una agresión contra su dignidad?, ¿estamos efectuando una aseveración objetiva y demostrable? Depende. Si lo decimos con una sonrisa, interior y exterior, y desde el cariño o al menos desde el respeto, hacemos una cosa; si lo decimos con sornilla (no confundir con sonrisa), con la mirada y la intención aviesas, estamos haciendo otra; si lo decimos con la misma neutralidad con la que podemos expresar que la miel es dulce, estamos haciendo otra.
Pero aún hay más. Independientemente de cómo le estemos diciendo que tiene la nariz grande, e independientemente de que esta persona tenga o no la nariz grande, incluso de la percepción subjetiva que tenga de su propia nariz, nuestra afirmación será broma, ataque o verdad científica según cómo reciba nuestras palabras.
Quiero decir con esto, don Budialen (mira, me ha salido el nombre de un medicamento), que en el humor, en la broma, lo más importante, más incluso de que se use la verdad o una mentira aparentemente veraz (que ahí hay grandes y muy buenas bromas), es la confluencia de dos personas, de dos voluntades, para lograr el efecto deseado. Que no basta con que le digas con humor a una persona con la nariz grande que tiene la nariz grande si ella no lo percibe como una broma.
¡Qué serio me he puesto!
Comentarios
Al poner el ejemplo de la nariz grande no he podido recordar la película de Cyrano de Bergerat (no recuerdo como se escribe pasa tu CORRECTOR por el nombre...) cuando se ríen de su nariz y el saca mil frases más ocurrentes sobre el mismo y se termina riendo de ellos. Por eso cuando vas a bromear, cuando vas a hacer humor, no sólo hace falta decir la verdad, sino decirlo con clase y estilo, al igual de Budialen 100mg, nos ha hecho reír, no por lo que decía sino como. Creo que ese es el único truco.
Por ejemplo, Tu no eres alto, o según tu te describes: un señor raro en un autobús.
Serías en clave de humor: El sombrerero de más altura que ya hubiera querido Lewis Carrol para su famosa novela o Un curioso lector en un saloncito de la EMT.
Lo más divertido es decir siempre la verdad, porque es lo que más ríe la gente simplemente porque no se lo creen.