Hola, corazones.
El otro día me preguntaba a mí mismo si existe algo peor que ir cuesta abajo y pisando el acelerador, y varios amigos me contestaron enseguida que sí, que todo es susceptible de empeorar, por ejemplo si el «abajo», el lugar de destino, está ardiendo (¡Dios mío, no me digas que me espera el infierno sin remisión!), o si además el piso está deslizante (me siento seguro, cantaba hace poco un futbolista en un anuncio, remedando el hit parade antañón, ¿antes de pegársela?). Menos mal que hubo quien me recordó que siempre han de mirarse las cosas sabiéndose en compañía de otros (que es la manera de mirar las cosas con optimismo).
Ciertamente, compañía (incluso en la distancia, es decir, empatía, comunión, apoyo moral, comprensión...) y optimismo son dos ingredientes imprescindibles en este momento ososo de la vida. ¿Ososo? Sí. Dice una amiga de mi madre, y la cito muchas veces, porque me parece una metáfora muy real, que en esta vida uno se tiene que comer un pollo entero: unas veces te toca la pechuga, o los muslos, y la vida es agradable, pero llegan momentos en los que te toca comerte los higaditos, o peor, las plumas, el pico, los huesos...
Quizá por eso he llegado hoy tarde a mi cita semanal. Debo arreglarlo con una buena frase-cita, ya que no sé si tengo el cerebro para comentarios jugosos. Frase-cita que no me proporciona hoy Proverbia.net, ni la espectacular Agenda San Pablo, sino la revista de crucigramas Quiz (confieso: todos los días del año hago un crucigrama o similar de dicha revista, es para mí el mejor activador matinal de cuerpo y mente). Y la frase-cita en cuestión es de Antonio Gala (¿tú, Antonio Gala?, preguntaréis más de uno). Sí, cuando la frase-cita lo merece, pese a que siempre he hecho gala de mi poco aprecio por dicho escritor (vaya, ya he vuelto a hacer una gracieta fácil con los apellidos ajenos...). Dice así el escritor de los bastones:
«Yo creo que vivir para los demás nos hace más grandes, nos hace crecer. A mí me parece admirable esa posición, ya venga por un concepto religioso bien entendido o venga por un concepto idealista» (Antonio Gala).
Vale. La frase-cita tiene muchos matices, tiene implicación y a la vez desapego, distanciamiento. Algo así como si se estuviera dando cuenta de que lo que está diciendo no casa completamente con su planteamiento ideológico preestablecido por el que se rige con hierática actitud. Parece (y no «es», que sería un verbo mucho más directo y real) admirable (que además es también envidiable, encomiable, digno de imitación...); concepto religioso bien entendido (por un lado, todo concepto religioso bien entendido lleva a vivir para los demás; por otro, la palabra «concepto» resta vida, calor, color y humanidad al significado al que alude), son algunas expresiones o maneras de decir que no me gustan, no me convencen, me dejan como frío, me separan de su idea inicial.
Idea inicial que no debemos dejar que se pierda entre la asfixiante hojarasca intelectoconceptual que Gala ha cultivado profusamente a su alrededor. Idea que es fundamental, certera, veraz, sempiterna: «Vivir para los demás nos hace más grandes, nos hace crecer». Que se lo digan, si no, a los representantes de las profesiones que más felices hacen sentir, según la reciente encuesta: sacerdotes, bomberos y fisioterapeutas. Se me ocurren más. Pero mejor que las imaginemos.
Y no son sólo las dedicaciones profesionales. Se puede ser cualquier cosa, desde perroflauta hasta político, y hacerlo viviendo para los demás o para uno mismo. Y quien vive para los demás, ya sea manifestante o fuerza del orden, enfermo o cuidador, informador o receptor, artista o público, conductor o conducido, jefe o empleado, quien vive para los demás, insisto, es más grande, se hace, poco a poco, sin buscarlo y sin darse cuenta, más grande, mejor, crece. Y en eso Gala tiene razón. Porque es verdad. Y una persona que vive para los demás, como también dice Gala, es admirable.
Lo que pasa es que vivir para los demás es un don, un don que se renueva cada mañana, cada minuto; pero también los dones hay que merecerlos, y renovar ese mérito cada mañana, casi cada minuto que pasa. Si no lo hacemos, nos quedamos al margen, viendo pasar a nuestro lado, o por delante de nosotros, a los que viven para los demás, admirándolos, pero sin salir de nosotros mismos. Y entonces empezamos a decir «yo creo», «admiro», «concepto», «ideología»... A mí también me pasa, señor Gala: admiro a la gente mejor que yo; es decir, admiro a todo el mundo.
Gracias por enseñarme una verdad como esa.
El otro día me preguntaba a mí mismo si existe algo peor que ir cuesta abajo y pisando el acelerador, y varios amigos me contestaron enseguida que sí, que todo es susceptible de empeorar, por ejemplo si el «abajo», el lugar de destino, está ardiendo (¡Dios mío, no me digas que me espera el infierno sin remisión!), o si además el piso está deslizante (me siento seguro, cantaba hace poco un futbolista en un anuncio, remedando el hit parade antañón, ¿antes de pegársela?). Menos mal que hubo quien me recordó que siempre han de mirarse las cosas sabiéndose en compañía de otros (que es la manera de mirar las cosas con optimismo).
Ciertamente, compañía (incluso en la distancia, es decir, empatía, comunión, apoyo moral, comprensión...) y optimismo son dos ingredientes imprescindibles en este momento ososo de la vida. ¿Ososo? Sí. Dice una amiga de mi madre, y la cito muchas veces, porque me parece una metáfora muy real, que en esta vida uno se tiene que comer un pollo entero: unas veces te toca la pechuga, o los muslos, y la vida es agradable, pero llegan momentos en los que te toca comerte los higaditos, o peor, las plumas, el pico, los huesos...
Quizá por eso he llegado hoy tarde a mi cita semanal. Debo arreglarlo con una buena frase-cita, ya que no sé si tengo el cerebro para comentarios jugosos. Frase-cita que no me proporciona hoy Proverbia.net, ni la espectacular Agenda San Pablo, sino la revista de crucigramas Quiz (confieso: todos los días del año hago un crucigrama o similar de dicha revista, es para mí el mejor activador matinal de cuerpo y mente). Y la frase-cita en cuestión es de Antonio Gala (¿tú, Antonio Gala?, preguntaréis más de uno). Sí, cuando la frase-cita lo merece, pese a que siempre he hecho gala de mi poco aprecio por dicho escritor (vaya, ya he vuelto a hacer una gracieta fácil con los apellidos ajenos...). Dice así el escritor de los bastones:
«Yo creo que vivir para los demás nos hace más grandes, nos hace crecer. A mí me parece admirable esa posición, ya venga por un concepto religioso bien entendido o venga por un concepto idealista» (Antonio Gala).
Vale. La frase-cita tiene muchos matices, tiene implicación y a la vez desapego, distanciamiento. Algo así como si se estuviera dando cuenta de que lo que está diciendo no casa completamente con su planteamiento ideológico preestablecido por el que se rige con hierática actitud. Parece (y no «es», que sería un verbo mucho más directo y real) admirable (que además es también envidiable, encomiable, digno de imitación...); concepto religioso bien entendido (por un lado, todo concepto religioso bien entendido lleva a vivir para los demás; por otro, la palabra «concepto» resta vida, calor, color y humanidad al significado al que alude), son algunas expresiones o maneras de decir que no me gustan, no me convencen, me dejan como frío, me separan de su idea inicial.
Idea inicial que no debemos dejar que se pierda entre la asfixiante hojarasca intelectoconceptual que Gala ha cultivado profusamente a su alrededor. Idea que es fundamental, certera, veraz, sempiterna: «Vivir para los demás nos hace más grandes, nos hace crecer». Que se lo digan, si no, a los representantes de las profesiones que más felices hacen sentir, según la reciente encuesta: sacerdotes, bomberos y fisioterapeutas. Se me ocurren más. Pero mejor que las imaginemos.
Y no son sólo las dedicaciones profesionales. Se puede ser cualquier cosa, desde perroflauta hasta político, y hacerlo viviendo para los demás o para uno mismo. Y quien vive para los demás, ya sea manifestante o fuerza del orden, enfermo o cuidador, informador o receptor, artista o público, conductor o conducido, jefe o empleado, quien vive para los demás, insisto, es más grande, se hace, poco a poco, sin buscarlo y sin darse cuenta, más grande, mejor, crece. Y en eso Gala tiene razón. Porque es verdad. Y una persona que vive para los demás, como también dice Gala, es admirable.
Lo que pasa es que vivir para los demás es un don, un don que se renueva cada mañana, cada minuto; pero también los dones hay que merecerlos, y renovar ese mérito cada mañana, casi cada minuto que pasa. Si no lo hacemos, nos quedamos al margen, viendo pasar a nuestro lado, o por delante de nosotros, a los que viven para los demás, admirándolos, pero sin salir de nosotros mismos. Y entonces empezamos a decir «yo creo», «admiro», «concepto», «ideología»... A mí también me pasa, señor Gala: admiro a la gente mejor que yo; es decir, admiro a todo el mundo.
Gracias por enseñarme una verdad como esa.
Comentarios
Un abrazo. Juan Montero.