Sucedidos curiosos que nos ocurren y la mayor parte de las veces nunca quedan relatados. Voy a ir recogiendo estas anécdotas, principalmente las que me han ocurrido a mí, pero también otras. Este espacio se irá modificando a medida que la Feria avance, claro.
«Es mi cumpleaños»
—Oye, ¿cuánto cuesta este libro?
(Un librito de frases y pensamientos minúsculo).
—2,50, caballero.
—¡Huy, qué caro! ¿Tienes los Evangelios?
—Sí, mire, aquí los tiene.
—¿Y me los regalas?
(Cara de póker)
—¿Cómo dice, señor?
—¡Hombre, que me los regales!, que hoy es mi cumpleaños.
(Cara de póker; el resto del público presente, me mira conteniendo la risa):
—Pues, no lo siento, no se lo regalo. Si quiere se lo vendo, pero no se lo puedo regalar.
—¡Pues vaya!
(Se va, mientras el público presente me mira como diciendo: «Lo que tenéis que aguantar»).
Papiroflexia
La pregunta más repetida, año tras año, que nunca somos capaces de contestar afirmativamente y que siempre (y mira que son años sabiéndolo), nos descuadra:
—¿Tenéis libros de papiroflexia?
(Quizá con los años, en que cada vez hacemos más libros educativos e infantiles y diversificamos producto; hasta ahora, somos principalmente una editorial religiosa, y es difícil hacer teología, espiritualidad o hagiografía papiroflexa, un suponer).
¡No!
Pasan dos niños felices, mirando libros en todas las casetas. Con la mejor de mis sonrisas, les entrego a cada uno un marcapáginas: una princesa sentada, leyendo un libro, con el fondo rosa, y un pirata, espada en mano, con fondo azulón. Los niños me sonríen, con la ilusión en la cara porque les han regalado algo (y eso, niños o no niños, siempre nos gusta). Miran hacia donde está su padre, que se precipita sobre ellos, les arranca de las manos los marcapáginas y me los tira sobre el mostrador, mientras repite con ira:
—Libro religioso, ¡no!, libro religioso, ¡no!, libro religioso, ¡no!
¡Cuánto mal puede hacer ese marcapáginas, ese pirata, esa princesa lectora, en la mente de unos niños! ¡Cuánto bien la educativa, cívica y tolerante actitud de su progenitor! ¡Qué lástima!
Y lo peor es el tiempo que tardé en reponerme del soponcio. Que soy muy sentido.
Inmaculada Galván
Un simpático ¡Hola! resuena mientras estoy contando el cambio de un cliente. Al levantar la vista, la sonrisa en los ojos y en la boca de Inmaculada Galván (véase Telemadrid, Madrid-Directo) me alegran el día. Por segundo año consecutivo, Inmaculada pasa por nuestra caseta, saluda, echa un vistazo a nuestros libros, nos habla de sus hijas, dos preciosidades que se parecen mucho a ellas, y la sometemos a la llevadera tortura de dedicar un autógrafo a la editorial en uno de nuestros marcapáginas, que cumplimenta con la misma sonrisa. Y se despide de nosotros hasta otro día, que puede ser este mismo año, o como tarde, seguro, el año que viene...
Con personas como ella al otro lado de la caseta, da gusto trabajar.
«Es mi cumpleaños»
—Oye, ¿cuánto cuesta este libro?
(Un librito de frases y pensamientos minúsculo).
—2,50, caballero.
—¡Huy, qué caro! ¿Tienes los Evangelios?
—Sí, mire, aquí los tiene.
—¿Y me los regalas?
(Cara de póker)
—¿Cómo dice, señor?
—¡Hombre, que me los regales!, que hoy es mi cumpleaños.
(Cara de póker; el resto del público presente, me mira conteniendo la risa):
—Pues, no lo siento, no se lo regalo. Si quiere se lo vendo, pero no se lo puedo regalar.
—¡Pues vaya!
(Se va, mientras el público presente me mira como diciendo: «Lo que tenéis que aguantar»).
Papiroflexia
La pregunta más repetida, año tras año, que nunca somos capaces de contestar afirmativamente y que siempre (y mira que son años sabiéndolo), nos descuadra:
—¿Tenéis libros de papiroflexia?
(Quizá con los años, en que cada vez hacemos más libros educativos e infantiles y diversificamos producto; hasta ahora, somos principalmente una editorial religiosa, y es difícil hacer teología, espiritualidad o hagiografía papiroflexa, un suponer).
¡No!
Pasan dos niños felices, mirando libros en todas las casetas. Con la mejor de mis sonrisas, les entrego a cada uno un marcapáginas: una princesa sentada, leyendo un libro, con el fondo rosa, y un pirata, espada en mano, con fondo azulón. Los niños me sonríen, con la ilusión en la cara porque les han regalado algo (y eso, niños o no niños, siempre nos gusta). Miran hacia donde está su padre, que se precipita sobre ellos, les arranca de las manos los marcapáginas y me los tira sobre el mostrador, mientras repite con ira:
—Libro religioso, ¡no!, libro religioso, ¡no!, libro religioso, ¡no!
¡Cuánto mal puede hacer ese marcapáginas, ese pirata, esa princesa lectora, en la mente de unos niños! ¡Cuánto bien la educativa, cívica y tolerante actitud de su progenitor! ¡Qué lástima!
Y lo peor es el tiempo que tardé en reponerme del soponcio. Que soy muy sentido.
Inmaculada Galván
Un simpático ¡Hola! resuena mientras estoy contando el cambio de un cliente. Al levantar la vista, la sonrisa en los ojos y en la boca de Inmaculada Galván (véase Telemadrid, Madrid-Directo) me alegran el día. Por segundo año consecutivo, Inmaculada pasa por nuestra caseta, saluda, echa un vistazo a nuestros libros, nos habla de sus hijas, dos preciosidades que se parecen mucho a ellas, y la sometemos a la llevadera tortura de dedicar un autógrafo a la editorial en uno de nuestros marcapáginas, que cumplimenta con la misma sonrisa. Y se despide de nosotros hasta otro día, que puede ser este mismo año, o como tarde, seguro, el año que viene...
Con personas como ella al otro lado de la caseta, da gusto trabajar.
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