Hoy no tengo demasiadas ganas de hacer toda esa filosofía barata a la que os suelo tener acostumbrados, así que me he ido a la Agenda de San Pablo, he tomado la frase más corta que he encontrado en los días cercanos al presente, 27 de junio, y os la presento sin más:
«Si no se espera, no se dará con lo inesperado» (Heráclito).
Mira qué gracioso. Si no se espera, no se dará con nada, ¿no? ¿O hay que esperar lo inesperado, como dicen otros por ahí? De entrada, dejemos claro que no estamos hablando de esperar al autobús, sino de esas esperanzas que vienen a satisfacer anhelos íntimos y profundos. Si esperas, y tu esperanza es firme, está basada en sólidos principios, y no es una iniquidad para ti y para tus semejantes, es muy posible que la esperanza se cumpla. Pero a las esperanzas, a todas las esperanzas, hay que ayudarlas, poniendo los medios a nuestro alcance para su cumplimiento. Si no, se convierten en vanas utopías quiméricas e imposibles. Y aun poniendo todos los medios, a veces las esperanzas no se cumplen, o no al menos de la manera que ansiábamos. En esos momentos, quizá, es cuando aparece lo inesperado a lo que alude Heráclito. Lo inesperado que puede ser una solución distinta, un desenlace contrario o desviado de nuestra previsión inicial, pero que acaba satisfaciendo igualmente, o mejor, si cabe, esa íntima inquietud, ese profundo anhelo, ese deseo.
«Si no se espera, no se dará con lo inesperado» (Heráclito).
Mira qué gracioso. Si no se espera, no se dará con nada, ¿no? ¿O hay que esperar lo inesperado, como dicen otros por ahí? De entrada, dejemos claro que no estamos hablando de esperar al autobús, sino de esas esperanzas que vienen a satisfacer anhelos íntimos y profundos. Si esperas, y tu esperanza es firme, está basada en sólidos principios, y no es una iniquidad para ti y para tus semejantes, es muy posible que la esperanza se cumpla. Pero a las esperanzas, a todas las esperanzas, hay que ayudarlas, poniendo los medios a nuestro alcance para su cumplimiento. Si no, se convierten en vanas utopías quiméricas e imposibles. Y aun poniendo todos los medios, a veces las esperanzas no se cumplen, o no al menos de la manera que ansiábamos. En esos momentos, quizá, es cuando aparece lo inesperado a lo que alude Heráclito. Lo inesperado que puede ser una solución distinta, un desenlace contrario o desviado de nuestra previsión inicial, pero que acaba satisfaciendo igualmente, o mejor, si cabe, esa íntima inquietud, ese profundo anhelo, ese deseo.
Comentarios