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Un pensamiento de Isabel Gómez-Acebo

Queridos amigos, buenos días a todos. Anoche, como viene siendo habitual los jueves, tuve que solicitar casi por escrito a unos jóvenes estudiantes provistos de vasos de plástico llenos de combinado y una especie de cigarrillos oscuros liados a mano que tuvieran la amabilidad de retirarse del acceso a las viviendas, si no les resultaba excesiva molestia. Dado que tuvieron a bien tomarme a choteo, me puse en contacto con los servicios municipales de protección al ciudadano, que me dijeron vagamente que ya irían a ver qué pasaba. Tal respuesta no me satisfizo suficientemente, con lo que me vi en la obligación de recordarle al agente sus funciones y desearle que lo que estaba ocurriendo en mi casa pasara también, todos los días del año, en la suya propia. Al salir de casa esta mañana, el efecto de ambos sucedidos era devastador. He tenido que sortear todo tipo de objetos (principalmente envases semivacíos) para salir de casa. Lo que me ha motivado a volver a llamar al servicio municipal, que me han dado fe de que enviaron una patrulla y pusieron una denuncia contra un grupito, pero que la noche ha sido toledana en toda la ciudad. No suelo ser de duda metódica, pero algo me dice que lo que está ocurriendo, más bien, es una mezcla de escurrimiento de bulto y vuelta de cabeza hacia otro lado por parte de las autoridades, sean esta del ámbito que sean, más preocupadas por permanecer asentadas sobre sus asientos y asientas.

De ahí que al mirar la Agenda de San Pablo me haya venido de perlas la siguiente reflexión, pregunta retórica en este caso, pronunciada por una de las teólogas españolas de más renombre (pero, ¿hay teólogas españolas de renombre? No en el grado de renombre de Hans Urs von Baltasar, ni siquiera en el de Olegario González de Cardedal, pero sí, haberlas haylas).

«¿Es posible que baste con que desviemos la vista, con que ignoremos a tantas personas y a tantas realidades y que dejen de existir?» (Isabel Gómez-Acebo).

Me consta que la pregunta de Isabel Gómez-Acebo no se refiere a la realidad mundana y pseudotrivial que me afecta a mí, sino a otras de repercusiones mucho mayores, que tienen que ver con la dignidad del ser humano, con la vida, con la situación de pobreza y exclusión social, con un largo etcétera de situaciones verdaderamente comprometedoras.

Pero en cualquier caso, la respuesta, aplicada la pregunta a cualquiera de las situaciones que se plantee, es doble. Por un lado, están los que contestan a la teóloga que sí, que si ellos no ven el problema, el problema no existe, y entonces el mundo es feliz. Es el caso, y perdonadme la frivolidad, que es un mero recurso cuasiestilístico, de esas Mujeres desesperadas por satisfacer las necesidades de su cuenta corriente y de su libido, o hablando finamente, de su potorro, y que no ven, ni por asomo, otras necesidades más perentorias en su entorno y en el mundo, ese mundo que algunos se empeñan en llamar aldea global (los mismos que se empeñan en hacer que esas mujeres tengan el mínimo interés para medio mundo, y que no siempre lo consiguen, pero eso es otra cosa).

Por otro lado, están los que dicen que no, que apartar la vista sirve de muy poco, que no ver las cosas no las hace desaparecer, sólo desdibuja la realidad, como un cuadro puntillista. Apartar la vista no elimina a las hordas de diversión, siguen ahí, a la puerta de casa. Y llevárselas de ahí sirve poco, sólo, me temo, para que sea otra la persona que sufra molestias y proteste. Hay que hacer algo más. Apartar la vista no sirve para que se sigan emitiendo por televisión bodrios como los problemas uterinoeconómicos de un grupo de amargadas, sólo sirve para no verlas. Pero siempre habrá quien las vea y quien las emita (y quien las produzca). Hay que hacer algo más. Apartar la vista no hace que las situaciones de opresión, de deshumanización, de pérdida de la dignidad humana desaparezcan. Sólo nos convierte en opresores, deshumanizadores, humilladores. Hay que hacer algo más.

Y ese algo más es lo que la pregunta de Isabel Gómez-Acebo nos invita a considerar, a reflexionar, a movernos. En la línea del compromiso activo por el ser humano. Incluso por las mujeres desesperadas. Incluso, ¡ay!, por los jovencitos irrespetuosos. Menudo rapapolvo que me ha echado la teóloga.

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