Ir al contenido principal

Un pensamiento de René de Chateaubriand

Buenos días. Hoy me ha despertado el despertador, cosa que no me gusta y no me sucede muy a menudo, ya que suelo estar despierto antes de que entone su molesta canción de carraca, esperando a darle un liberador manotazo. El manotazo se lo ha llevado, pero no es lo mismo levantarse despierto que levantarse como un zombi sacado de la ultratumba a empellones. Pero el mal humor inicial me lo mitiga siempre la chica que me vende el periódico, con su carita redonda, su larga y negra melena lacia, su dulce sonrisa y su peculiar «grasias». Y al llegar a la oficina y recibir el correo diario de Proverbia.net, ese mal humor inicial ha desaparecido, roto violenta y felizmente (¿puede la violencia ser feliz a veces?) con una gran carcajada. Este es, queridos, el motivo de que hoy la frase-cita tenga mucha retranca. Ved vosotros mismos el porqué de mi carcajada matinal:

«No se debe usar el desprecio sino con gran economía, debido al gran número de necesitados» (René de Chateaubriand).

Pues he aquí que monsieur Chateaubriand, recomienda, con gran maldad, ser bueno. Considera el caballero que existen muchos necesitados de desprecio. Alguno puede opinar que se está sobrando siete pueblos, o que se ha excedido en el recurso a la ironía. Sin embargo, los mismos que opinan eso estarán de acuerdo conmigo en que alguna vez han pensado aquello de que si los necios volaran, no veríamos la luz del sol ni por asomo. Y esto, queridos amigos, es también una forma de desprecio.

Lo que ocurre es que se nos invita a no despreciar rápidamente, enseguida, a la primera de cambio. Hay que saber discernir: puesto que hay muchos necesitados de desprecio, conviene no utilizar este «bien» (suponiendo que el desprecio sea tal, tomemos de momento la palabra bien en su acepción de objeto o valor de cambio) a tontas y a locas, no sea que se agote y luego no podamos ofrecérselo a otra persona más necesitada de él que la anterior. Así, reservando nuestro desprecio para el siguiente (siguiente que, de momento no es más que una hipótesis), estamos consiguiendo un efecto positivo: no despreciar a alguien es el primer paso, el escalón inicial, hacia el respeto a esa persona. Y cuando llegue el siguiente, puesto que somos seres relacionales y siempre podemos conocer a alguien más, habrá ya en el horizonte otro «siguiente», otra hipótesis merecedora de nuestro desprecio, con lo cual la persona que en ese momento considerábamos despreciar queda salva, respetada.

Y así, tacita a tacita, como diría Carmen Maura anunciando café (qué tiempos), no gastamos nuestro desprecio, en espera de que pueda llegar alguien con más méritos para recibirlo. ¿Acumulamos, entonces, desprecio en nuestro interior, con el riesgo de que quedemos llenos de él hasta que nos desborde? NO. Rotundamente no. ¿Por qué? Porque el desprecio no es cuantificable, ni se embalsa como el agua. El desprecio crece cuando lo usamos y disminuye cuando rehusamos utilizarlo. Así, a medida que dejemos de despreciar a nuestros semejantes, nuestra capacidad de despreciarlos disminuirá, y aumentará, consiguientemente, nuestra capacidad de respetar al prójimo.

Y el respeto, al fin y al cabo, está relacionado con el amor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un pensamiento de Arthur Schopenhauer

Buenos días, queridos amigos. La semana ha sido intensa, amén de tensa. La crispación ha estado rondándome a diario, mañana, tarde y, sobre todo, noche en forma de contracturas, carencia de relajación muscular (¿pero, de verdad tengo músculos?, no sabía) y dificultad de conciliar el sueño. Factores varios han hecho posible tal convergencia de calamidades sobre mi cuello. El menos importante, quizá, es el que va a dar pie a la reflexión de hoy, debido a que ha sido recurrente hasta alcanzar un elevado grado de pesor. Me explico: veo poco la televisión, pero cuando lo hago, aunque no quiera, aparece cierto personaje femenino, con cara de arenque ahumado pasado de fecha y un carácter que nunca ha conocido virtud alguna, lanzando burdeces por su orificio bucal. Y mi pregunta siempre ha sido: ¿qué tiene esta tipa para salir a todas horas, todos los días, en todos los programas y revistas de zafiedad (antes sociedad)? Una respuesta podría ser «dinero y desvergüenza», y quizá esa sea la respu

Si amas a Dios, de Amado Nervo

Este es uno de los más hermosos poemas en prosa de Amado Nervo; pertenece a su obra Plenitud. Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero, porque Él estará en todas las regiones, en lo mas dulce de todos los paisajes, en el limite indeciso de todos lo horizontes. Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque, a pesar de la diaria tragedia Él llena de jubilo el Universo. Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie, porque nada puedes perder y todas las fuerzas del cosmos, serían impotentes para quitarte tu heredad. Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes en su nombre, ni el mas humilde ni el mas elevado. Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas, porque lo llevas a Él, que es la clave y resolución de todos. Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia una diferencia entre la vida y la muerte, porque en Él estás y Él permanece incólume a través de todos los cambios.

Un pensamiento de Aristóteles

Buenos días, queridos amigos. No tengo hoy demasiadas ganas de pensar, espero que sepáis perdonarme. Así que me he enganchado al envío diario de Proverbia.net y he agarrado la primera frase que he visto, que responde a la categoría de «sueños» (un día hablaremos de cómo en Proverbia.net clasifican las frases según temas y categorías de una forma que a veces me resulta aleatoria: «Dios te lo pague», un suponer, lo clasificarían en «Dios», lógicamente, pero tampoco sería nada raro que apareciera en «paga», «sueldo», o «retribución»). Y aunque la frase-cita no habla más que de un tipo de sueños, y yo estoy ahora más cerca de las pesadillas o del insomnio que del onírico placer o de la eternidad de la ensoñación, he apuntado la frase, a ver qué sacamos de ella. «Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo» (Aristóteles). Ya digo que no tengo muchas ganas de pensar. Y para quien no desea p