Antes de comenzar, quiero pediros que guardemos un momento de silencio en memoria de una persona. Ha querido la casualidad que esta mañana, al leer el periódico camino del trabajo, haya encontrado en los obituarios la noticia del fallecimiento de Rue MClanahan, más conocida como Blanche Devereaux, la chica procaz (sensual, dicen en el periódico) de la famosa serie Las chicas de oro. Y como fuera que gracias a ella he aprendido que se puede decir un cierto número de picantonerías sin caer en la grosería soez y sin perder el humor y el buen gusto, no puedo menos que guardarle un sentido y agradecido recuerdo.
Además de esto, poco puedo contar cuando mi vida se resume en tres palabras: trabajo, feria y coro. Las tres significan trabajo, las tres me dan satisfacciones y las tres contribuyen a que el cansancio me venza en algún momento del día. Y las tres adquieren o pueden alcanzar estatus de cotidianeidad. Y por ahí va la frase-cita del día:
«El hábito es el enorme volante de inercia que mueve a la sociedad, su más valioso agente de conservación» (William James).
«El hábito no hace al monje». No me digáis que no es lo primero que se os ha pasado por la cabeza al ver la frase-cita de Guillermo Jaime. Y fijaos que él quiere decir casi lo contrario: el hábito mueve a la sociedad, la conserva. Falaz y banal juego de palabras el mío, pues no es el mismo hábito el que dice nuestro autor y el que viste el refrán.
La gente hace y hace, y acaba haciendo las cosas por inercia, por hábito, por costumbre, casi sin saber por qué las hace. Por qué, por ejemplo, uno ve un día en la tele Las chicas de oro y le hace gracia la mezcla de candor, procacidad, sensatez y cinismo que aportan las chicas, y poco a poco lo va viendo todas las semanas, y acaba viéndolo casi por inercia, incluso cuando son capítulos repetidos.
Uno va un día al trabajo y otro día, y otro más, y el ir y trabajar acaba siendo un hábito. Sí, me diréis que es más que un hábito, que uno no trabaja por hábito, sino por necesidad, por un sueldo, porque no hay más tutía, porque no dio el braguetazo con el que soñaba, porque la lotería le fue esquiva, porque tiene una hipoteca que pagar o por mil razones más. Mil razones que hacen que uno vaya a trabajar día tras día, y al final llega el hábito, la inercia, la costumbre, la repetición más o menos mecanizada de actos.
Da mucho de sí la frase-cita de Guillermo Jaime, podemos darle mil vueltas al hábito, a la costumbre, a la inercia. Pero en realidad hay algo que me ha gustado más y es el juego que hace combinando la conservación y el movimiento de la sociedad. Porque Guillermo Jaime afirma que el hábito es el volante que mueve a la sociedad (sin ese volante, que dirige y controla el movimiento, la sociedad se movería de una manera más descontrolada) y a la vez su más valioso agente de conservación. Mueve a la sociedad y a la vez la conserva. El hábito es conservador, pues.
Pero es más importante la observación de que la sociedad se mueve, siempre, constantemente, y si no se moviera no se conservaría, acabaría por morir y descomponerse. La sociedad se conserva cuando se mueve, y cuando ese movimiento está dirigido por el hábito, que es un volante con el que tal movimiento se dirige.
Sólo falta saber quién está al volante, y si quien tiene las manos al volante (cada uno de nosotros), asume el hábito como propio o actúa mediante hábitos impuestos.
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