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Un pensamiento de William Shakespeare

Hola, corazones.

He leído esta mañana en el periódico una carta al director metiéndose con el alcalde de Madrid, alegando, entre otras cosas, que Madrid está sucio. No seré yo quien defienda al alcalde. No voy por ahí, de todas formas. Lo primero que he pensado al leer la carta es: “mira, otro como yo”, y a continuación me he dicho: “por lo que dice, este debe de ser vecino de Comendadoras o alrededores”.

Pensamientos que han sido influidos, sin duda, por la elegante decoración festiva que mostraba hoy mi calle: bolsas de plástico de supermercado barato (o de tienda de alimentación de barrio regentada por oriundos de Xi-Nan o de Nan-Xi) colgando artísticamente de los bolardos que dividen la acera en dos incómodas mitades de unos 25 centímetros cada una; varios charcos de una combinación líquida de agua de lluvia (¡poca!), cerveza, combinados alcohólicos y orín de civilizadas y acérrimas [nótese el parecido sonoro de las palabras acérrima y acémila] hordas de seguidores del grupo musical que actuaba en el local de enfrente de mi casa; latas de cerveza, vasos de plástico y botellas de refresco adornando los poyetes de los pisos bajos de las viviendas y contribuyendo a la expresión artística más innovadora y callejera sobre los techos y capós de los coches aparcados en la calle; cubriendo el adoquinado y las inestables aceras, un bonito mosaico de teselas realizado con piezas de cristales, ahumados o no, procedentes de la explosión que se produce cuando un objeto (llamémosle por su nombre: botella) de cristal choca de forma más o menos violenta, más o menos musical, contra el suelo… Qué menos que pensar, reconoceréis, que Madrid, al menos mi querido y pequeño barrio, no está lo que se dice limpio. Todo se ha quedado en las bonitas y amplias aceras de calles con comercios, aceras por las que no tienes que ponerte de perfil para pasar entre las fachadas de los edificios y las papeleras (¿os habéis fijado en que han sustituido las papeleras redondas por unas ovaladas que están dispuestas siempre de manera que más espacio quiten al viandante?), o entre las papeleras y los bolardos…
Estoy quejica hoy, tendré que hacer algo para remediarlo. En fin…
¡Vamos con la frase-cita!:

«Sea como fuere lo que pienses, creo que es mejor decirlo con buenas palabras» (William Shakespeare).

Caramba, don Guillermo, me lo ha quitado usted de la boca, lo tenía en la punta de la lengua, pero al verme reflejado en el espejo lo leía del revés y no entendía nada (manque no pienses nada, digas lo que digas dilo a gritos y con tacos). ¿Verdad que es mucho más inteligente su consejo don Guillermo, que la fullera y retorcida expresión contenida en el paréntesis? ¡Pues claro!

Pero, oh Dios de mi vida y de mi corazón, oh infelice de mí, oh infortunio que me abruma, ¡cuán escasas las personas que hacen uso de tan sabia recomendación! Vayamos a un ejemplo que he leído hoy en un periódico:

Dos personas, hombres, por más señas, han comentado recientemente lo que ellos consideran poco agraciado físico de una mujer pública (no seáis mal pensados, me refiero a una carga pública, no a una señorita de la vida, como se oye aún decir en las películas de Cine de Barrio). El primero de ellos fue recriminado por su tono porque expresó los pensamientos libidinosos que dicha "moza" (sea) le suscitaba; el segundo ha sido hasta aplaudido por relacionar dos partes de la anatomía de la susodicha que tienen en común acoger los orificios de entrada y salida del aparato digestivo. Sin embargo, ambos coincidieron en una cosa: no utilizaron buenas palabras, no siguieron el magnífico ejemplo de don Guillermo. Según este criterio, suspenso a los dos. Al primero, además, doble suspenso, por demostrar tan poco gusto en la apreciación de los atractivos físicos femeninos.

Me viene a la cabeza otro ejemplo, que oí ayer en el informativo. Preguntaban a varios transeúntes y conductores sobre la futura prohibición (¿prohibición?, ¡qué raro, si en España no se prohíbe nada, somos un reino de libertad absoluta…) de conducir rapidito por las calles de las ciudades. Me explico mejor, de acuerdo. Han decidido que se puede reducir el número de atropellos y de accidentes si se limita la velocidad de circulación en calles de un solo sentido y/o de un solo carril por sentido. Como la mía: un solo carril, y casi tan estrechito como las exiguas aceras que lo delimitan. Pues bien, preguntaron a varias personas.
Reproduzco (confieso que no con literalidad, no se me ocurrió entonces grabar el telediario, y no tengo ganas ni tiempo ahora de buscar Telemadrid a la carta para encontrar la cita textual) algunas declaraciones: «Pues me parece muy bien, porque así se reducirá el número de atropellos» (seguramente se trataba de un futbolista y la pregunta que le habían hecho era: «¿qué le parece que se quiera limitar la velocidad de circulación a treinta kilómetros por hora en las calles pequeñas para reducir así el número de atropellos?»).
Otra: «¡Joer!, poh mu’ mal, ¿no?, ashí parece que vamoj paraos, ¿no te jode? ¡No mola, tío, yo paso de eso!» (el pobre chaval no es que no sepa seguir el consejo de don Guillermo de decir lo que piensa con buenas palabras, es que no sabe qué son buenas palabras y, de hecho, casi se diría que no sabe tampoco qué sea eso de pensar…).
Otra más, y con esta termino: «Pues la verdad es que está muy bien, porque es que van de una manera que… (y se calla, sin terminar la frase, meneando la cabeza mientras sacude la mano que tiene libre, pues con la otra sujeta hasta la asfixia el brazo de su acompañante)». Esta está muy bien, es muy clara, la mujer. No utiliza palabras de más en su expresión, ni muletillas, ni lugares comunes, no (sólo usa buenas palabras, como dice don Guillermo), y además deja muy claro lo que piensa, es decir, que los conductores / los peatones (táchese lo que no proceda) van de una manera que… (¿se refiere al aspecto físico, a la velocidad, a la carga que transportan, al humor y estado de ánimo…?).

En fin, queridos, que todo esto viene solamente a recomendar una dosis de sensatez y serenidad en el pensamiento y en la expresión, aunque sean cosas tan nimias como comentar lo mal que le sentaban a dicha carga pública ese vestido tan poco favorecedor, que le estaba corto y le hacía más barriga aún debajo de ese tremendo lazo, y un peinado hecho con la thermomix, a falta de secador y peine…

¡Buen fin de semana a todos!

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