Decir que me he quedado helado es
poco, mirar a un punto vacío en la nada inmediata con incredulidad, sacudiendo
la cabeza y deseando no haber oído lo que han dicho, no basta para expresar la
mínima parte del estupor que ha invadido cada poro, cada neurona, cada célula
de mi cuerpo. Toda mi fibra sensible no es suficiente para amortiguar la
estupefacción que me ha invadido. ¿Qué puede pasar dentro de un cerebro, a qué
estado de vaciamiento llegar un alma para que de mirarse tanto el ombligo y tan
poco hacia fuera no le resulte abominable buscar la propia muerte llevándose
por delante otras vidas? No me queda más recurso que poner en otras manos más
poderosas que las mías toda esta mi zozobra.
Ignoro lo que ha podido pasar,
sufrir, vivir, imaginar, creer y descreer una persona para llegar al estado en
el que una acción semejante es asumible, factible, realizable y…
desgraciadamente realizada. Lo ignoro. Pero me da miedo, mucho miedo, pensar
que nadie está libre de que las cosas se le den la vuelta hasta un punto en el
que no hay retorno, no hay bien ni mal, no hay nada más que un yo sin
conciencia. Me da miedo que eso me pueda pasar.
¿Cómo evitarlo? No lo sé, no hay
fórmulas, o al menos yo no las conozco. Pero hay que mantenerse alerta. No hay
que dejarse caer en nada que nos haga retroceder, detenernos, avanzar en la
dirección equivocada, deshumanizarnos, desvincularnos de todo lo que no seamos
nosotros mismos… Debemos mantenernos alerta para no caer en la
autocomplacencia, en el umbilicalismo, en la dejadez, en el vaciamiento moral…
La frase-cita que quiero
proponer hoy la tengo en la cabeza desde hace mucho tiempo, la he mantenido en
el recuerdo y forma parte de mí, aunque he olvidado su redacción exacta y su
autoría. Según algunos, eso es la verdadera sabiduría: hacer tuya una enseñanza
hasta el punto de olvidar al maestro. Dice así la frase-cita (mororles, que
viene a ser algo así como más o menos en espanglís):
«No te
puedes detener en el camino de la vida, detenerse es siempre retroceder» (No recuerdo quién lo dijo).
No te puedes detener el
camino de la vida… Porque si te detienes, retrocedes. Todo avanza siempre, todo
cambia, crece o muere, pero cambia. Todo está en movimiento, desde los planetas
hasta esa mota de polvo que ahora mismo está buscando la manera de juntarse con
otras motas y formar, sobre una cana caída, una nueva pelusa en un rincón de tu
casa.
Sin embargo, a veces nos
detenemos. Porque decimos que estamos cansados, agotados, derrengados… Porque
decimos que no podemos seguir, que nos faltan fuerzas, que el camino que hemos
tomado nos supera y nos vence… Porque creemos que ya hemos llegado, que estamos
donde tenemos que estar… Porque agobiados con otras cosas, con el avance de los
demás, de los nuestros, nos olvidamos de avanzar nosotros mismos… Porque hemos
llegado a un punto muy cómodo, y hemos pensado en nuestro corazón aquello de
qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas y quedémonos… Porque nos han
invadido el miedo o la incertidumbre de qué vamos a encontrar si seguimos
avanzando… Porque nos hemos hecho daño en el camino y nos hemos quedado a curarnos,
a cuidarnos, a lamernos las heridas como los lobos, pero con una saliva que no
cicatriza y nos deja la herida abierta para no tener que seguir avanzando… Porque
pensamos que si no avanzamos retrasamos la llegada a la meta, a la
desembocadura, a la mar, que es el morir… Porque el temor a no haber sabido
hacer las cosas bien, a que nos echen al lugar del llanto y rechinar de
dientes, nos impide avanzar y no caemos en la cuenta de que es precisamente en
ese llanto y en ese rechinar donde acabaremos si no avanzamos, si no
multiplicamos, si no crecemos, si nos paramos a mirarnos a nosotros mismos…
Cada uno tendrá o habrá
tenido en algún momento su motivo para no avanzar, para detenerse el camino.
Cada uno que se mire a sí mismo y ponga remedio a su parálisis, y que siga
avanzando, progresando en la vida. Cada uno espabile en aquello en lo que
necesite espabilar. Cada uno levante la cabeza y mire a su alrededor, eche un
paso al frente y tienda la mano a su compañero, pero para avanzar, no para
sentarse sobre aquellas rocas…
¡Adelante, chicos, no nos
detengamos!
Y tengamos presentes en
nuestras oraciones y en nuestros pensamientos empáticos a las víctimas del
avión estrellado en los Alpes y a todos aquellos que encuentran el final de sus
vidas porque otros así lo han decidido.
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