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Un pensamiento de Jonathan Swift

Después de tener aguantar los típicos manidos tópicos de la depresión posvacacional y la vuelta al cole/curro como un sufrimiento, comienza de nuevo este envío periódico. He de confesar que yo no creo que exista tal depresión posvacacional, a no ser que uno sea de los que se deprime por todo lo que no se puede cambiar y que se sabe de antemano: las rosas se marchitan pase lo que pase, y es del género bobo deprimirse por ello, pues a una rosa primorosa sucede otra rosa, quizá con espinas, pero con más belleza si cabe en su incipiente corola. Por otro lado, la vuelta al cole/curro puede molestar y hacer llorar a algunos, sí, lo vemos todos los años en los telediarios (¡estos periodistas!), pero también es lo que hay; mientras no descubramos que la diosa Fortuna nos ha acariciado el paquete, digo el bolsillo, no hay modo de evitar la vuelta al curro. Y no todo es amargo, seguro, en esa vuelta. Además, qué caralho, los sabores amargos, como la tónica o la cerveza, acaban por gustar, por mucho que engorden y amarguen, y no siempre podemos andar con lo picante, que lo que entra acaba por salir, ni con lo dulce, pues correríamos el riesgo de ser inflados algodones rosas en lugar de personas razonables. ¡Ay, no te líes, que has prometido ser ágil como el vuelo de una libélula y breve como la vida de una gota de agua encima de una roca al sol en el Kalahari!

Voy a comenzar el curso con una aguda frase de un tipo rápido y ágil:

«La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante» (Jonathan Swift).

Pues mira, es verdad. Hay mucha gente que es como un alfiler: si no emprendes con ella una relación como es debido, corres el riesgo de que te pinche y te haga daño, incluso hasta sangrar. O de que salgan de su boca dolorosas agudezas que laceran tus oídos. O incluso de que te utilice de acerico para descansar sus punzantes ideas, o de muñeco de vudú para exorcizar sus dolores. En fin, que ojo con las personas, que pinchan. Aunque a veces, también es cierto, los alfileres, como las personas, sirven para que dos piezas destinadas a ser cosidas comiencen a juntarse y se acostumbren la una a la otra, por ejemplo.

También es cierto que hay muchas personas cuyas cabezas no son lo más importante. Algunas demuestran con una rapidez inusitada que dan más importancia a otras partes del cuerpo, por ejemplo, por citar sólo las partes que más comúnmente son llevadas al primer plano, las tetas, los músculos, el pene o los pies.

Pero hay otra lectura diferente, pues también hay personas cuya parte más importante no es la cabeza, sino el corazón.

Que seamos de los que damos prioridad a la cabeza o al corazón, o a una sana conjunción entre ambas, o a otras partes del cuerpo, y que seamos lacerantes y punzantes objetos o útiles enseres para restaurar la desunión, en fin, qué tipo de alfileres seamos, depende de nosotros mismos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No todo lo agradable es bueno ni lo hiriente malo; no todo lo amargo es veneno ni lo dulce un manjar; también la rosa tiene espinas y no por eso dejamos de pretenderla. A veces necesitamos una buena punzada, para: reaccionar con energía, reconocer el peligro, superar un reto, empezar una cura...
En cuanto a la cabeza de los alfileres, depende, hay algunos cuya cabeza no tiene precio, son joyas, obras de arte que un artesano imaginó y bruñó con mimo, pero estos no son los más corrientes, la inmensa mayoría son pequeñas piezas útiles para hacer componendas, mantener las cosas en su sitio, o presentarlas... Un alfiler fija una nota a la pared que te recuerda algo hermoso, sujeta el angelito en Navidad, abre un tubo de pegamento para unir algo con más fuerza; un alfiler saca una espina de debajo de la piel...
Además, quién dice que la bondad de un corazón no sea una punzada hiriente para algunos y que esa punzada les haga reaccionar, afrontar el reto, reconocer un peligro

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