Hola, corazones.
Dijimos que el año iba a traer cambios a nuestras vidas –el consabido propósito de renovación de compromisos, como dejar de fumar (hace unos catorce años que no lo hago), comer de manera más saludable (lo intento, y en el bar restaurante El Álamo me ayudan bastante a conseguirlo, con unos menús estupendos y equilibrados a un precio muy competitivo), hacer algo de ejercicio (¿sudar por sudar? ¡amos, anda!), rezar más, ser menos pedante, rebajar mi mal humor, etc.–, y yo he empezado a poner en práctica esta renovación, pero con algo mucho más sencillo. Desde ayer soy persona enganchada a la red de Internet vía ADeEseEle desde mi hogar, y contactable por teléfono. Poco a poco iré intentando cumplir otros compromisos, pero me temo que lo del ejercicio y lo del mal humor van para largo.
De mal humor, por cierto, me pone la gente que va por la vida destacando sólo el lado despreciable e insoportable de las cosas, de la vida, de las personas. Y cuando he encontrado la frase-cita que paso a comentar, no he podido menos que elegirla para darme el gustazo de contradecirla, y de paso a su penseur:
«Desprecia la literatura en la que los autores delatan todas sus intimidades y las de sus amigos. La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo» (Milan Kundera).
En su momento caí en el lugar común de leerme el libro de moda que todo el mundo recomendaba y paseaba en el Metro (sauna o no sauna), en el autobús y en el tren. Y leí La insoportable levedad del ser. Dicen que los libros, o las enseñanzas que contienen los libros, se te quedan siempre dentro, aunque muchas veces no puedas luego recordar dónde y cuándo leíste aquello. Yo no recuerdo nada de este libro, lo que puede significar que todo él contenía una enseñanza que se me quedó dentro, pero también que pasó por mi vida (literaria, o mejor lectora) sin dejar el más mínimo rastro. Sólo soy capaz de retener su título, ese título que de repente suena tan despectivo como la frase-cita de marras.
Comienza don Milan invitándonos al desprecio. Al desprecio a la literatura, además. Sobre todo a la de aquellos autores que reflejan en sus obras la intimidad propia y la de sus amigos (es decir, la intimidad de los seres humanos que más y mejor conoce el autor). Pero, si la literatura no refleja la intimidad, la verdadera intimidad de las personas, ¿qué refleja entonces, la nada, la levedad, el vacío, la inconsistencia, la insoportabilidad...? Desde luego, yo prefiero, necesito una literatura que me muestre la intimidad del ser humano, su verdadera intimidad, esa que me enseña cómo una persona piensa, razona, ama, sufre, desea, sueña…, vive. Intimidad de un personaje, real o ficticio, pero siempre reinventado para la obra literaria en cuestión, que, a la fuerza, tiene algo de la intimidad del propio autor, o de la de sus conocidos y amigos.
Concluyo, pues, contradiciendo a don Milan, pues considero que el autor que refleja en sus personajes su propia existencia está dando lecciones de humanidad (o inhumanidad). Otra cosa es que lo que el autor esté mostrando sea la otra intimidad, esa que tanto y tan bien se enseña y aprende en el couché y en los platós y sets televisivos, esa que tiene grandes maestras (y maestros) como Ana, Belén o Andrés. Pero esos no son autores ni lo que hacen es literatura. Así que lamento decirle, don Milan, que no voy a hacerle caso, que no voy a dedicarme a despreciar obras y autores literarios, y menos porque usted me lo diga.
Porque el desprecio es un arma peligrosa, que tiene un efecto bumerán retardado y dañino.
Comentarios
No se puede llegar a ella sin ese contenido, hasta la "deshumanización del arte" terminó entrando en la sangre y en la lucha íntima de muchos (Federico o Pablo)
¿Ellos no son Literatura?