Ir al contenido principal

Un pensamiento de Hodding Carter

Hola, corazones.

Morral o zurrón, talega o faltriquera, costal o cartera, macuto o bandolera, mochila o mariconera, lo cierto es que no es la primera vez que un hombre utiliza una bolsa o contenedor para portar sus pertenencias personales en sus desplazamientos cotidianos. Ahora se les llama «bolso de caballero», y poco a poco he acabado sucumbiendo al asunto. Aún no estoy muy seguro de ello, y me veo raro, y me siento extraño, como si llevara algo ajeno a mi ser, y pienso en mi fuero interno que todo el mundo me mira al cruzarse conmigo y se sonríe una vez ha pasado a mi lado. Me ha costado mucho decidirme, y ha contribuido a ello la prohibición facultativa de llevar nada en los bolsillos traseros del pantalón para preservar mi nervio ciático. Y he mirado muchos antes de decidirme: el modelo «aventurero en el Gobi» o «explorador en las riberas del Uele» no van mucho con mi personalidad urbana y acomodaticia; los modelos «extrafashion guay», «superdiseño megamolón» o «y qué más da si vivo en Chueca» no me hacen sentir cómodo ni seguro (y a mi economía menos); los modelos «bolsa de loneta para hacer footing» o «hago deporte hasta en sueños» no se ajustan a mi personalidad. Así que he tardado en decidirme, hasta que he encontrado uno, con forma y aspecto de mochila, barato, cómodo, no muy grande, urbano y no demasiado fronterizo. Ahora sólo me queda acostumbrarme a él. Me costará tiempo, pero, de momento, puedo contaros que ¡me he comprado un bolso! (¡Dios, qué mal suena, los adalides del buen gusto me van a acuchillar!, mi sobrina me va a aborrecer, voy a ser el hazmerrerír de…). Me da igual. ¡Ea!

Y vamos ya con la frase-cita que voy hoy con retraso sobre el minutaje previsto. (¡Bien, otro comentario corto!).

«Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas» (Hodding Carter).

Hasta hace medio minuto ignoraba quién era este periodista norteamericano del siglo XX con cuyo nombre no voy a jugar como acostumbro, que todo lo que se me ocurre suena pecaminoso y feo. Pero lo que dice en esta frase-cita me gusta, y lo comparto.

Como no tengo hijos, sólo sobrinos (once carnales, muchos segundos y un puñado de postizos, o hijos de amigos), no me corresponde a mí dejarles el legado de las raíces, ni el de las alas, pero sí puedo animarles, empuzarles, azuzarles, instigarles a reconocer las primeras y a poner en práctica las segundas.

Y a mi vez, considero y doy gracias por ello, que he recibido ambos legados en grado suficiente: tengo raíces, firmes y sólidas, en mi familia y en mi patria, y también en la fe que me ha sido donada por Dios, transmitida por mis padres y cultivada por mí mismo (no demasiado bien) y por mi entorno amical y social. Y tengo alas, independencia, libertad, voluntad, a pesar de mi carácter acomodaticio y perezoso, que me hace ser, por ejemplo, un paleto que casi nunca sale de Argüelles (menos mal que al menos es un barrio pijo).

No sé, como afirma mister Carter, si estos dos legados, importantísimos, sin duda, son los únicos que podemos dejar a nuestros hijos (y sobrinos). Más bien sí lo sé, y hay más, como la fe (que siempre, siempre, siempre, si es verdadera y auténtica, se afirma en sólidas raíces y confiere una auténtica libertad al espíritu), la justicia, la equidad…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un pensamiento de Arthur Schopenhauer

Buenos días, queridos amigos. La semana ha sido intensa, amén de tensa. La crispación ha estado rondándome a diario, mañana, tarde y, sobre todo, noche en forma de contracturas, carencia de relajación muscular (¿pero, de verdad tengo músculos?, no sabía) y dificultad de conciliar el sueño. Factores varios han hecho posible tal convergencia de calamidades sobre mi cuello. El menos importante, quizá, es el que va a dar pie a la reflexión de hoy, debido a que ha sido recurrente hasta alcanzar un elevado grado de pesor. Me explico: veo poco la televisión, pero cuando lo hago, aunque no quiera, aparece cierto personaje femenino, con cara de arenque ahumado pasado de fecha y un carácter que nunca ha conocido virtud alguna, lanzando burdeces por su orificio bucal. Y mi pregunta siempre ha sido: ¿qué tiene esta tipa para salir a todas horas, todos los días, en todos los programas y revistas de zafiedad (antes sociedad)? Una respuesta podría ser «dinero y desvergüenza», y quizá esa sea la respu

Si amas a Dios, de Amado Nervo

Este es uno de los más hermosos poemas en prosa de Amado Nervo; pertenece a su obra Plenitud. Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero, porque Él estará en todas las regiones, en lo mas dulce de todos los paisajes, en el limite indeciso de todos lo horizontes. Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque, a pesar de la diaria tragedia Él llena de jubilo el Universo. Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie, porque nada puedes perder y todas las fuerzas del cosmos, serían impotentes para quitarte tu heredad. Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes en su nombre, ni el mas humilde ni el mas elevado. Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas, porque lo llevas a Él, que es la clave y resolución de todos. Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia una diferencia entre la vida y la muerte, porque en Él estás y Él permanece incólume a través de todos los cambios.

Un pensamiento de Mario Vargas Llosa

Hola, corazones. Me gusta la gente que cuando recibe la noticia de que se le ha concedido un premio, muestra su alegría, su sorpresa y su satisfacción por partes iguales, sin ese extraño temor a que te critiquen, sin ese esnobismo de intelectual progre o simplemente rarito que ha motivado que muchos otros hayan aceptado el premio profiriendo previamente alguna grosera boutade . Olé, pues, por Mario Vargas Llosa , que exulta. Con los Nobel me suele ocurrir, además, que mis vírgenes oídos en el vasto territorio de la literatura mundial jamás hayan oído pronunciar el nombre del ganador (Hertas, Jelineks, Koetzees o como se llamen han sido para mí absolutamente ajenos), o que, incluso habiendo leído alguna excelente obra del premiado, su persona me caiga redonda, gorda o rematadamente mal (si digo sus nombres, alguno me crucificará, pero si son excelentes La colmena o La balsa de piedra , por ejemplo, no lo son tanto los gases de cuerpo y mente que en ocasiones sus autores han desprendido