Llevo una temporada larga
dándole vueltas al tema del respeto, algo que todo el mundo exige pero nadie
parece estar muy dispuesto a conceder de entrada.
Una persona expresa una
opinión y siempre hay quien se ofende por su afirmación (no entro a calibrar la
fortuna o infortunio de la opinión expresada) y comienza entonces una campaña
más o menos orquestada para desacreditarle, exigiéndole respeto y
rectificaciones incluso por vía judicial. Si opinas diferente, reclaman
respeto, te humillan y te exigen rectificar y pedir perdón. Y a veces te
insultan. Pero eso no es faltar al respeto. ¿Es que no se puede tener opiniones
diferentes?
Vas a entrar en tu casa y
un grupo de gente que está apalancada en la puerta impidiéndote el paso te
exige que respetes su derecho a estar en la calle y que les pidas permiso. Y
cuando les dices que no piensas pedir permiso a nadie para entrar en tu propia
casa, te llaman amargado.
Una mujer aparca su coche
mal y tiene un altercado con el agente que le está poniendo una multa y todo el
mundo se vuelve contra ella. ¿Hizo mal? Por supuesto. ¿Acaso todos los que la
han criticado y exigido respeto a las normas de convivencia y circulación las
respetan? ¿Las respetan cuando aparcan en doble fila, en un paso de cebra, en
una acera rebajada, en una calle peatonal, junto a la fachada de un edificio
protegido más antiguo que el Museo del Prado? ¡Ja!
Un eclesiástico expresa
una opinión cimentada en su credo y en sus conocimientos de teología moral y se
le llama de todo. Menos bonito. Y tiene que venir un tribunal a decir que,
independientemente de que lo dijera el eclesiástico, que puede llegar a ser
considerado no acertado o discutible desde el punto de vista moral y pastoral,
lo que dijo no deja de ser una opinión. Y que como tal hay que respetarla.
Podría poner muchos
ejemplos. Hay cientos. Para todos los gustos. De todos los colores. En todos
los ámbitos de la vida. De uno y otro signo. Pero todos permiten una deducción:
somos muy dados a exigir a los demás que nos respeten, pero no dejamos pasar
una, ni respetamos nada ni a nadie. Todos. Sin excepción. Porque todos somos
parte de la misma sociedad, vemos, oímos y hacemos lo mismo. Lo que pasa es que
nos aplicamos la ley del embudo. Y eso es muy difícil de combatir.
Quizá es que no nos aceptamos
a nosotros mismos, no nos respetamos. Quizá hemos roto el equilibrio entre
nuestro cuerpo y nuestro espíritu, hemos hecho que desafinen y se falten al
respeto el uno al otro. No lo digo yo, lo dice David Heriberto Lorenzo:
Cuerpo y espíritu viviendo en
armonía, en equilibrio y respeto. ¿Qué significa eso? No sé si arrojaré luz sobre
el tema. Qué expresión más fea, esta de arrojar luz: la luz no se arroja, se da;
es más un regalo que uno entrega o que le entregan a uno que un arma con que
herir (aunque a veces la luz hiera, que el sol de agosto puede hacer mucho daño
sin gafas ni cremita de protección). No sé, repito, si arrojaré luz o más
tiniebla sobre la cuestión.
El cuerpo y el espíritu viven en
armonía cuando ambos van juntos, acompasados. Cuando ambos crecen, cuando ambos
se desarrollan, cuando ambos se alimentan, cuando ambos se cuidan y se
fortalecen, cuando ambos trabajan (se mueven, desempeñan sus funciones vitales
básicas) y descansan, cuando ambos se curan si están enfermos o doloridos,
cuando ambos reciben los aportes necesarios para su bienestar y su salud.
El cuerpo y el espíritu viven en
equilibrio… (tomemos el párrafo anterior y repitámoslo).
El cuerpo y el espíritu se
respetan de manera natural. Un primer paso del respeto es la ausencia del daño,
sobre todo del daño voluntario o consciente. El cuerpo no daña al espíritu
cuando su movimiento, su acción, no merma el desarrollo del espíritu, no le
impide crecer ni le daña. El espíritu no daña al cuerpo cuando sus mociones no
son lesivas para el cuerpo, no le privan de la fortaleza, el movimiento, la
energía y los nutrientes que necesita, cuando no le hiere. Pero el respeto no
es solo ausencia de daño: el respeto también pide dar al otro libertad para
moverse y expresarse, incluso para equivocarse; el respeto también pide ayudar
al otro a existir y a actuar, no ponerle trabas ni cortapisas.
Cuerpo y espíritu se respetarán
cuando convivan, cuando se den mutuamente libertad para expresarse, cuando se
ayuden a vivir, cuando comprendan que no son el uno contra el otro, sino el uno
para el otro. Si el cuerpo quiere expresar amor, o desgana, por ejemplo, si el
espíritu quiere expresar tristeza, o ternura, por ejemplo, deben respetarse
mutuamente y permitirse esas expresiones. Eso sí, dentro de un orden, que
cuerpo y espíritu conviven en una persona, pero esa persona convive con otras
muchas…
No sé si habré encendido la luz o
la habré apagado, no lo veo ahora muy claro…
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