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Un pensamiento de Carlos Fuentes



Buenos días

Rara sensación esta de tener dos fines de semana consecutivos de tres días: los festivos de Madrid y los días sueltos de vacaciones han conseguido este mágico efecto. No voy a hablar del ocio, porque la vacación no siempre es ocio, en el sentido de entretenimiento, sino ocupación en otros quehaceres, diferentes, no laborales pero sí importantes y necesarios. Hoy quiero hablar de sentimientos.

Peo antes…

Esta no es la frase-cita que quiero comentar, pero no puedo reprimir proponerla para reflexión, debate o comentario, porque al leerla me surgió una pregunta que todavía no estoy seguro de cómo debo contestarme. La frase, de William Blake, dice: “El que se alimenta de deseos reprimidos finalmente se pudre”. Y mi pregunta es: ¿Significa esto que debemos seguir siempre a nuestros deseos, alimentarnos de deseos satisfechos? ¿No es eso un poco de “animalito”? ¿A qué debo llamar “deseo reprimido”? ¿Qué quiere decir “alimentarse de deseos reprimidos”? Vale, es más de una pregunta. Tendré que darle unas vueltas y volver sobre ello, porque el tema me preocupa (el deseo, la podredumbre…) y quiero intentar comprender las motivaciones de Güili Bléik

Vamos ahora con la frase-cita elegida, que me llamó desde que la vi en Proverbia.net para que la comentara:

“Hay cosas que sentimos en la piel, otras que vemos con los ojos, otras que nomás nos laten en el corazón” (Carlos Fuentes).

De sentimientos hablamos. Y lo hacemos con un pensamiento de don Carlos que no es valorativo, sino meramente aseverativo, y que lo hace con esa propiedad y esa peculiaridad del español de México, ese lindo nomás, que tanto dice en tan poco espacio.

No voy, pues a discutir o dialogar con la frase, solo a poner algunos ejemplos, sucedidos reales de los últimos días, que prueban (al menos a mí) que los sentimientos son importantes, necesarios, vitales, y que nos acompañan, lo queramos o no, lo creamos o no, en todos los momentos.

Cuando una amiga, apenas un par de horas después de dar a luz a su hijo, te comunica ella misma la noticia, y te enseña una foto de su precioso hijo recién venido al mundo, ¿se dispara el vello, quizá? Un poco. ¿se emocionan los ojos? Mucho. ¿Late el corazón de diferente modo? Mucho. Más si cabe cuando el mismo día en que nació el muchacho es el día en que nació, tiempo atrás, alguien muy querido paa ti a quien hace años que has perdido. Siempre he creído que existe algún tipo de conexión entre las personas que han nacido el mismo día. ¿Por qué, si no, mi devoción a san Damián de Molokai? Me voy…

Una buena amiga se va de viaje a visitar a su hermana, residente en otro país desde hace pocos meses. Es un viaje de vacaciones, familiar, turístico. Y mucho más: ella siempre tiene hueco para compartir con el que lo necesita, para ayudar al que sufre, para humanizar lo que está deshumanizado, para poner una sonrisa allí donde nada parece querer sonreír. Con una sola foto publicada en su muro de facebook, con un par de frases, esta amiga ha despertado en mí, y estoy seguro de que en todos los que nos hemos detenido a leerla, un acúmulo de sentimientos agolpados: fe, solidaridad, compasión, fraternidad… también indignación, despesperación, dolor… Y seguro que ha despertado, o avivado, deseos y compromisos, actitudes y acciones. Late el corazón.

Un grupo de personas dormita al sol en el mismo espacio de arena, año tras año, durante generaciones. Solo se ven y se hablan casi en ese espacio físico, limitado por las toallas y sombrillas aledañas y expuesto a las variaciones climáticas. Pero de repente uno de ellos, miembro casi fundador del clan, fallece. Podías no haberte enterado, pero te llaman y te convocan a un funeral. Y acudes. ¿Se dispara el vello? Siempre que acudo a un funeral, siempre que me planteo el paso de los que pasan y la inquieta quietud de los que quedan, se me eriza un poco el vello. ¿Se emocionan los ojos? De muchas maneras: por ver a los que se quedan, por ver al resto del clan en una circunstancia tan difícil y tan diferente de la habitual… Incluso por la dificultad de reconocerles en otro ambiente, con otro tono en la piel y con otra vestimenta… ¿Late el corazón de distinto modo? Claro. La constatación de que perteneces a un clan te hace sentir diferente. Y la constatación de que ese clan es más de lo que parece, que detrás de esa agrupación de personas dormitando al sol en bañador a orillas del mar hay un cariño que ha emergido lentamente, cocido al calor estival en el bullir de las olas…

No voy a seguir. Acabo diciendo que tenemos que hacer más caso a nuestra piel, a nuestros ojos y a nuestro corazón. Ellos están dispuestos, deseosos incluso, para recibir los estímulos necesarios que despierten en nosotros los sentimientos, el amor, la solidaridad, la fraternidad… Depende de nosotros permitir que nuestra piel no sea costra ni nuestro vello hilo de acero, que nuestros ojos no sean solo lentes binoculares, que nuestro corazón sea algo más que el motor que moviliza nuestro automóvil corpóreo. En definitiva, depende de nosotros que nuestra alma se asome bajo nuestra piel, a nuestros ojos, desde nuestro corazón.

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